ISABEL ORTEGA MORALES
Chilpancingo, Guerrero. “Levante la mirada mija, no sonría, así, seria, tome las riendas con la mano izquierda y la mano derecha póngala en la cintura, eso, cabalgue, cabalgue” Amelia “la güera Robles”, así me decía cuando en su natal Xochipala, mi padre, su médico, acudía a su llamado y nosotras, después de almorzar, ella enviaba a Rodolfo por un caballo, ella revisaba la montura y me decía “súbete, te voy a enseñar a montar como debe hacerlo una revolucionaria…”
Acompañada de Rodolfo, que tenía instrucciones precisas de no dejarme sola y evitar que cayera por alguna ladera de la sierra, practicaba siguiendo sus instrucciones. Una vez que me solté el pelo me dijo “sujétalo, no te distraiga” y lo amarré y ella colocó un listó en mi trenza y le hizo un moño. Me sonrió, le dio una palmada al caballo y salimos disparados a cabalgar.
Me dijo cómo portar, no llevar, un jorongo, como sujetar las agujetas de mis botines, y mantener siempre mi mascada en el cuello, que ya usaba por imitación a mi padre que siempre que sujetaba su paliacate cantaba “y anudo a mi cuello mi mascada roja”, del corrido “yo soy mexicano”. Después hice algunos cambios en la forma en que los suelo usar.
Rodolfo, amigo de “el Coronel Robles”, como se conocía a la revolucionaria, me decía que ella no daba clases de cómo montar y me recordaba las instrucciones, hasta de como hacer para que apretara el paso mi caballo.
Al regreso había una plática siempre amable y extensa con mi papá y me dejaban quedarme cerca. Desde el pasillo donde había una mecedora y yo tomaba un agua fresca, observaba la camaradería que los unía y de cuando en cuando, más para saber si estaba yo atenta, “La Coronela me llamaba” “Ven Chabelita”, me decía y solía quedarme a escuchar sus instrucciones o el recuerdo de alguna vivencia en su momento de revolucionaria.
Recordaba con suma pasión en su narración cuando tenía que cruzar por algún lugar que tenía en su poder “el enemigo”, bajarse del caballo, protegerlo y proteger a la tropa. De cómo eran algunas noches tras un enfrentamiento, o el momento de encontrar un rio para abastecerse de agua y darse un buen baño “no sabes cuándo es el próximo” decía.
Como “Coronel” quería ser nombrado, pero solía yo decirle “Coronela” y nunca me corrigió, me miraba y sonreía y también sus ojos lo hacían.
Siempre al despedirme me decía “compórtese como debe hacerlo una revolucionaria”, yo asentía hasta que un día me animé y le pregunté “- Coronela ¿y cómo debe comportarse una revolucionaria?”, ella me dijo, “vaya, hasta que preguntaste” y poniéndose en posición de firmes, sin sonreír, levantando el mentón me dijo “sin miedo”.