LILIA CISNEROS LUJÁN. Persuadir a terceros –individual o grupal- para obtener algo, implica una serie de conductas que no necesariamente son adecuadas. Un individuo que desea la aceptación de su grupo escolar o de trabajo casi siempre hace uso de la palabra para así complacer a otros a fin de obtener un voto –que le ayude a ser jefe de grupo o líder sindical- el apoyo a una propuesta –vecinal- o la autorización de un proyecto o crédito. Al igual que la ambición desmedida que implica asumir la posibilidad de ser como un dios –los teotihuacanos o la mayoría de sacerdotes o religiosos sobre todo en pueblos rudimentarios lo hacían- supone el soporte de muchos otros, a los que al final se les convence de entregarse para ser sacrificados, matar a otros o incluso intimar físicamente en la mayoría de las veces en favor de quien persuade.
Esta posibilidad parece innata al ser humano y desafortunadamente es más socorrida que el arrepentimiento por los males causados. Además de los ejemplos que la historia nos brinda de personas que hacen de la seducción una herramienta de manipulación –política o mercadológica- lo innegable es que aun cuando algunos se atreven a calificarla como arte o técnica para conquistar, es tan común y corriente según se aprende en la literatura que podemos consultar desde los novelistas, pasando por los historiadores y los psicólogos hasta los publicistas. Hoy los seductores, escriben libros, dan conferencias y usan los medios costosos para difundir sus conceptos.
Con extrañas metodologías de comunicación a partir de 1939 y hasta 1945, hubo un personaje capaz de meter al mundo de entonces en una guerra mundial que dio como resultado millones de muertos; otros tantos discapacitados; lo que es más grave reclutó millones de seguidores convencidos que tal seductor era verdaderamente un personaje al cual seguir sin importar el sacrificio y negando las atrocidades que muchos si observaron y hasta denunciaron. Hitler por supuesto no trabajó solo; en su equipo tenía expertos que usaban música, imágenes y sobre todo retórica de convencimiento hacia los menos fuertes, es decir personas poco ilustradas, inmaduras como es el caso de la mayoría de los jóvenes
Por supuesto hubo quienes usaban su capacidad cognitiva en mayor porcentaje que la emotividad simple y subconsciente, a estos se les separaba y sometía a una perversa manipulación –se llamaba lavado de cerebro- en la suposición de que eran capaces de influir para cambiar conductas. Dado el destino de esa guerra fueron muchos los condenados y se llegó al caso sobre todo en los Estados Unidos de promulgar leyes que prohibían lo que en publicidad se detectó como seducción subliminal, es decir instrumentos para inducir el gusto por un producto –cigarros, bebidas, desarrollos habitacionales etc.- con mensajes que definitivamente no podían ser captados por el área consciente de nuestro cerebro. ¿sabía que hoy se usa este tipo de seducción, sin que nadie castigue al poderoso que lo usa?
Así como un Casanova es capaz de usar con magia el elogio, los cumplidos y cualquier otra herramienta sin la cual su acercamiento a una dama o un jefe será casi imposible, los expertos, por ejemplo, en campañas políticas, se las gastan en rosarios eternos de promesas mentirosas que para colmo de la inteligencia muchos asumen como realidades. Para ventura del desarrollo cognitivo, muchos estudiosos tanto de la conducta como de las comunicaciones ha descubierto que no es tan exacto aquello de que una mentira repetida mil veces termina asumiéndose como verdad y en cambio, se ha demostrado que la exposición exagerada aun medio –visual como la televisión o el cine, auditiva en la radio y ahora en las diversas modalidades de las redes- suele convertirse en una suerte de platillo listo para volver y pegarle cual boomerang al seductor.
A final del día, quienes por sistema usan cumplidos que son verdaderos insultos, inventando exageraciones y cualidades para apagar la luz de los contrincantes, demuestran su imposibilidad de hablar bien del otro a quien descalifican con la peregrina idea de terminar con su autoestima. Estos malos actores terminan siendo calificados como tóxicos, pues odian el progreso de terceros de los que nunca hablan bien –sobre todo si les supera- es decir son expertos en criticar, difícilmente sonríen a no ser que sea una reacción aprendida como estratagemas de medios. ¿Conoces gente que dejó de visitar incluso hablar a sus padres, por algo que les achacan desde su infancia? ¿Crees que la autoridad de un superior –maestro o jefe- usada para seducir al grado de convertirse en chantaje emocional para someter alumnos y empleados, es una forma de venganza por algo “sufrido” por el seductor desde su infancia?
Por supuesto existen muy distintos tipos de seducción. En política el uso de los medios es bastante socorrido, aun cuando se sepa del riesgo de boomerang. Un presidente como el de Ucrania que deja de lado sus conocimientos de derecho y opta por el estrellato en medios, seguramente obtendrá alguna ventaja inmediata; pero a la larga, el haber matado esa fuerza que históricamente se daba a la palabra empeñada, la cual se cumplía aun cuando fuera verbal convierte el discurso político en simple seducción. Quizá el miedo a decir lo que es políticamente incorrecto, justifica el sometimiento al uso de la seducción para no perder votos o bajar la popularidad; sin embargo, cuando los medios utilizados se saturen y los que le alientan hayan decidido abandonarlo, tendrá un final muy desastroso. ¿Le parece que algunos delegados, alcaldes, presidentes municipales y hasta gobernadores van por ese camino? Luego del fracaso de estos políticos manipuladores, muy probablemente algunos de los que le apoyaron estén prestos para seguir seduciendo a quien venga en su lugar, pero la posibilidad de trascendencia se habrá desdibujado por no haber reflexionado, sobre la idealización de los mensajes seductores y el sometimiento de los objetivos de los programas a estas apariciones como si se tratara de un “famoso del espectáculo”, en su deseo de arrodillar tanto nacionalistas extremos como populistas despistados dispuestos a engañar a fin de sumar votos.