Un mal ejemplo

DULCE MARÍA SAURI RIANCHO* (SemMéxico, Mérida, Yucatán). “Trifulcas en elección de Morena. Golpes, quema de urnas y acusaciones de acarreo y compra de voto marcan el proceso para designar a 3,000 consejeros de ese partido. Hoy (domingo) continuarán la votación”. (El Heraldo). “Acusan en Morena sobornos y acarreos” (Reforma). “Morenistas ven acarreo y mapachadas…en Morena” (El Universal). “Agilizan acarreo, votan niños, queman urnas…Elección de congresistas de Morena en 20 estados” (Excélsior). “Largas filas, riñas y acusaciones marcan elección de morenistas” (La Jornada).

Fueron éstas las primeras planas de la edición dominical de los principales periódicos de Ciudad de México, replicadas prácticamente el lunes, con el agregado de diversos recursos que interpondrían militantes de ese movimiento-partido para solicitar al Tribunal Electoral la anulación de la elección.

De acuerdo con la información de los medios y muy especialmente, la que circuló en redes sociales, fue un proceso desaseado, plagado de irregularidades y abusos que, de haber sido elecciones constitucionales, hubieran reunido todos los requisitos legales para ser anuladas en su totalidad.

Algunos comentaristas señalan que todos los partidos adolecen de los males del “mapachismo”, “carrusel”, “acarreo”, “compra de voto”, etc., cuando se trata de sus procesos internos. No coincido con esas apreciaciones. En 1999, siendo partido en el gobierno, el PRI organizó un proceso inédito para elegir a su candidato a la presidencia de la república. Militantes y simpatizantes acudieron a las urnas el 7 de noviembre de ese año en un número superior a 10 millones de personas.

Salvo incidentes menores, la jornada fue exitosa y sus resultados aceptados —así fuera a regañadientes— por los tres participantes perdedores. Comparo ese proceso de hace casi 23 años con el del domingo pasado porque hablamos de partidos en el gobierno: PRI, entonces; Morena, ahora.

La exigencia de limpieza, transparencia, capacidad de organización, siempre es mayor para la fuerza que gobierna. No nos debe entonces extrañar que los cuestionamientos sobre lo acontecido el pasado fin de semana deriven hasta la falta de autoridad moral de Morena para reclamar una reforma electoral.

Solo de imaginar una elección a su libre albedrío pone los pelos de punta.

¿Por qué tanto interés en “acarrear” votantes? ¿Por qué presionar y engañar a adultos mayores para asistir y sufragar? ¿Por qué invertir recursos de quién sabe quién en el alquiler de vehículos, compra de tortas y refrescos o supuesta “compra” de votos?

Se eligieron 3,000 delegados y delegadas al congreso de Morena que se efectuará en septiembre próximo. En ese congreso se definirán cambios a sus documentos básicos, se determinarán métodos para elegir candidaturas en los procesos 2023 y 2024 y se elegirá —o refrendará— la dirigencia nacional. En ninguna parte se dice que quienes hayan “ganado” boleto para el mes patrio serán postulados a las gubernaturas del Estado de México y Coahuila el próximo año o lo serán a las nueve gubernaturas, presidencias municipales, diputaciones locales o legislaturas federales en 2024. Mucho menos para la presidencia de la república.

Entonces, ¿cuál será realmente el origen de esa “calentura” que cundió especialmente entre los “neo-morenistas”, mientras los “antiguos”, los fundadores del movimiento se quedaban anonadados ante la “arribazón” de prácticas que ellas y ellos reprobaron severamente cuando eran opositores?

El poder, dicen, atrae como la miel a las moscas (no a las abejas, ellas buscan el polen en las flores para producirla). El Movimiento de Regeneración Nacional tiene, sin duda, mucho poder en estos momentos. Gobierna 22 estados, controla la mayoría de los congresos locales, las cámaras de Diputados y Senadores. Y su jefe político, fundador y dueño, despacha en Palacio Nacional. Suficiente atractivo para acelerar la búsqueda de un espacio que representa un pedacito de poder (y lo que éste conlleva). Me dirán, amigos lectores, que esta descripción corresponde al PRI hegemónico del siglo pasado. Sí, pero justamente la lucha democrática en México fue para desarrollar instituciones y procesos que brindaran certeza y legalidad a la ciudadanía en la transmisión del poder y para garantizar que los partidos políticos, entidades de interés público, se apegaran a las normas so pena de sanción por parte de las autoridades competentes.

Controlar el congreso de Morena del próximo septiembre puede ser una victoria pírrica para la corriente o grupo que resulte triunfador. Si lo que importa verdaderamente son las candidaturas, entonces el esfuerzo de llegada habrá sido vano para la inmensa mayoría de quienes invirtieron, hicieron trampa y se impusieron en esta irregular elección. Porque quien habrá de definir las candidaturas de Morena es el presidente de la república. Cuatro años de elecciones así lo demuestran.

El horizonte morenista aparece cubierto de encuestas, esas cuyos resultados serán, necesariamente, los que desean o esperan en Palacio Nacional.

Me importa lo que sucede en Morena porque es la fuerza política en el gobierno. Me importa que generen acuerdos, no complicidades, que sus candidatos respondan a perfiles de calidad, no a lealtades.

Sé también que el éxito les llegó demasiado pronto, demasiado pesado para un movimiento sin estructura institucional. Morena es como una pequeña ceiba con tronco incipiente, pero con numerosos trepadores que se afanan en llegar a la cima sujetándose de sus frágiles ramas. ¿Se va a quebrar? ¿Se va a desgajar?

Lo que vimos este fin de semana puede ser anuncio de las disputas por las candidaturas de 2024, no necesariamente la presidencial sino las más cercanas a militantes de Morena que se sienten con derechos porque “se las deben”, por ser “madres y padres fundadores” o porque se las “prometieron” cuando dejaron atrás sus militancias y se declararon fieles seguidores de la 4T.

La “pedagogía de la democracia” fue golpeada el fin de semana pasado. La intensidad y sus consecuencias dependerán de la solidez de las impugnaciones y de la forma de resolverlas que asuma el Tribunal Electoral. Puede, a final de cuentas, ser un buen aprendizaje si quienes juzguen las irregularidades imponen un castigo ejemplar.

Ni en los procesos internos ni en las elecciones constitucionales se pueden tolerar conductas y actitudes como las que se suscitaron recientemente. Ni en Morena ni en ningún partido, grande o pequeño, pueden quedar impunes. A sanar…

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Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán

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