MARÍA MANUELA DE LA ROSA AGUILAR
Con tantos adelantos, pero involución, esta humanidad hereda un mundo de adversidades. Tenemos ya la nanotecnología; la inteligencia artificial; se ha descifrado el genoma humano; pueden “imprimirse” prótesis humanas; se ha logrado la reprogramación celular, la clonación, el uso de células madre; hay nuevos descubrimientos de las funciones desconocidas del ADN y su utilidad; se encontró en Etiopía el cuerpo de Ardi, Ardipithecus ramidus, una especie homínida que vivió ahí hace más de 4,400 millones de años, muy anterior a Lucy, que vivió hace unos 3,200 millones de años, por lo que es uno de los hallazgos antropológicos más relevantes de este siglo; se ha encontrado agua en Marte; científicos de la Universidad de Manchester descubrieron el grafeno, el material más delgado del mundo con propiedades tales como la transparencia, flexibilidad, resistencia y un inmejorable conductor de electricidad. Estos y muchos avances científicos más ha logrado la humanidad, pero lo que no ha podido es evolucionar hacia una civilización de paz y armonía que lleve a la felicidad, la más legítima y ancestral aspiración del hombre.
Este 2024 terminamos con 56 guerras activas en el mundo que involucran a 92 países, sin contar con la injerencia en las mismas de EEUU y la UE. O sea que, a grandes rasgos, casi el 48% de los193 países que hay en el mundo se encuentran en guerra. Siglo XXI, cuando se supone que vivimos en una civilización bastante desarrollada, la barbarie impera:
La guerra por la invasión rusa a Ucrania, que el 24 de febrero cumplirá 3 años, ha superado un millón cien mil de muertos y la guerra involucra a cada vez más regiones con ataques rusos a aeronaves comerciales de otros países y el apoyo abierto a Rusia de países totalitarios como Irán y Corea del Norte.
La guerra entre Israel y Palestina ha dejado casi 250,000 muertos.
La guerra civil en Birmania lleva ya 37,000 muertos, 700,000 desplazados y casi 8 millones de niños sin atención, con 14 millones y medio de personas que requieren de asistencia humanitaria, una tragedia olvidada.
El conflicto territorial que involucra a Argelia, Chad, Malí, Burkina Faso, Níger y Tunez que ha provocado la muerte de más de 70,000 personas y desde el 2002, a casi 23 años, no se ha podido solucionar.
Los conflictos civiles en Etiopía, el conflicto de Oromo, en Gambela, la insurgencia ELO en Nigeria, los enfrentamientos entre Afar y Somalia y la guerra de Amfara desatada en el 2023. Todos ellos relacionados que llevan ya más de medio siglo irresolubles han cobrado la vida de más de 600,000 víctimas.
El grave problema del crimen organizado que se ha apropiado de gran parte del territorio en México, donde sólo en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador tuvo unas 199,619 muertes violentas.
Son tantos los conflictos que para el 2023 ya habían desplazado a 117,300,000 personas, según datos de ACNUR, la agencia para los refugiados de la ONU, cifra que aumentó en este 2024 a más de 120 millones de personas.
Y para dar solución a todo esto ¿dónde están las Naciones Unidas, el Derecho Internacional, la diplomacia?
Heredamos a las nuevas generaciones un mundo convulso, cada vez más adverso y primitivo, una ironía cuando se tiene todo para disfrutar de una vida plena, en armonía, aprovechando los beneficios de tanta cultura, tecnología y la gran riqueza acumulada a lo largo de milenios. Pero no, la muerte ronda por doquier, las drogas invaden a la sociedad entera, la indiferencia ante los asesinatos se ha normalizado, el materialismo reina, donde el espíritu es oprimido y los jóvenes no encuentran mejor camino que pasar el día en el teléfono dedicados a las redes sociales del entretenimiento que no edifica, porque los pasatiempos les son más atractivos, tal vez pata evadirse de una realidad absurda y sin esperanza.
Bienvenido 2025, esperando un nuevo amanecer y termine la pesadilla.