DULCE MARÍA SAURI RIANCHO* (SemMéxico, Mérida, Yucatán). Medido en kilómetros, Ucrania está muy lejos de México. Casi 11 mil km en línea recta separan sus capitales. Tierra de cosacos, Ucrania fue parte de Rusia cuando por la fuerza de las armas zaristas se incorporó al imperio. Sin embargo, idioma, cultura y tradiciones se mantuvieron vivas, pero no lograron hacerlas prevalecer cuando reclamaron su independencia al constituirse la URSS, en 1919, ni después de la II Guerra Mundial.
En la tercera década del siglo XXI México y Ucrania comparten el destino común de ser territorios con amplias fronteras hacia dos potencias nucleares: Estados Unidos (México, casi 3,000 km) y Rusia (Ucrania, casi 2,000 km, incluyendo 320 km marítimos).
La proximidad geográfica implica “convivir con el elefante”, en estos casos, asumir que los territorios vecinos de las naciones independientes al sur de sus fronteras son considerados por estos paquidermos como parte de su zona de seguridad.
Nuestro país tuvo que sufrir la guerra expansionista estadounidense del siglo XIX, después de la cual la línea divisoria se ha mantenido prácticamente inalterable. No así Ucrania, que en este siglo registró la separación de Crimea (2014) y de Donetsk y Lugansk, conformadas como estados autónomos pro-rusos. El arsenal nuclear instalado en el territorio ucraniano era el mayor de toda la Unión Soviética, por lo que es necesario destacar que en 1994 la nueva nación independiente suscribió el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares entregando a Rusia más de 5,000 misiles con sus lanzaderas.
En 1996 pudo declararse a Ucrania como territorio libre de armas nucleares. De esta manera, Rusia quedó sin razón para aducir que Ucrania era una amenaza a su seguridad, pues sin armas nucleares quedaba prácticamente a merced de quien sí las tenía —y las tiene—: su poderoso vecino del norte.
Si no es el arsenal, si no son sus ejércitos fuertemente armados, ¿qué suscitó la determinación rusa de invadir Ucrania? ¿Apoyar a las poblaciones de origen ruso en los territorios separatistas? ¿Comenzar a reconstruir el imperio soviético a partir de la recuperación de los territorios ucranianos? Me parece que la movilización de tanques, aviones y militares para alcanzar la capital, Kiev, e iniciar la destrucción de sus alrededores, tiene más vinculación con los intentos del gobierno ucranio de acercar —y alinear— su economía a la dinámica de la Unión Europea (UE).
El punto de quiebre fue justamente en 2014, cuando el gobernante entonces electo desechó la suscripción del acuerdo de asociación económica con la UE, que habían venido trabajando por varios años, y a cambio comenzó los trámites para el ingreso al bloque encabezado por Rusia.
Un movimiento popular rechazó el intento, inaugurando un periodo de inestabilidad que se ha prolongado hasta estos días.
La mayoría del pueblo de Ucrania quería acercarse al modelo de desarrollo de Europa, alentada sin duda por el éxito de sus vecinos de Polonia, Hungría y Eslovaquia al este; y Rumania, al sur, desde que forman parte de la Unión Europea. Entonces, tal parece que la verdadera amenaza para Rusia radicaba en la posible prosperidad de un vecino que había vivido desde el siglo XVIII bajo su égida.
Rusia tiene un poderoso garrote para esgrimir en contra de la intervención de los países de la UE en defensa de Ucrania. Es el gas natural que corre por los ductos desde territorio ruso y alimenta las plantas de energía eléctrica y los calefactores de los hogares europeos azotados por los fríos invernales. No es casual que las movilizaciones de las fuerzas armadas rusas ocurran ahora, antes de que llegue la primavera y se desgaste temporalmente la amenaza. Anticipando el retiro de pedidos de suministro, Rusia acaba de suscribir un contrato con China para entregarle gas natural por los próximos 30 años. Geopolítica y energéticos otra vez se hacen presentes en los conflictos del siglo XXI.
El gobierno de nuestro país vecino se desplaza en aguas pantanosas: si interviene militarmente, galvanizará un fuerte rechazo del pueblo estadounidense a participar en guerras allende su territorio. Si no lo hace, reforzará la imagen de debilidad y abandono de un compromiso, cuando fue Estados Unidos el que atestiguó la entrega del arsenal nuclear de Ucrania a Rusia, en el marco de un nuevo orden mundial del cual Estados Unidos surgía como potencia hegemónica.
No han transcurrido ni 30 años en los cuales se ha desvanecido el espejismo de un mundo sin amenazas MAD (Destrucción Mutua Asegurada, por sus siglas en inglés), que significaba que cualquier uso de armamento nuclear por cualquiera de dos bandos opuestos (Estados Unidos y la Unión Soviética) podría resultar en la completa destrucción de ambos. El peligro resurge, la tentación de activar el “botón del diablo” está presente.
Esta semana se aplican sanciones económicas más severas, como la “expulsión” de los bancos rusos del sistema internacional de pagos, lo que evitará la realización de todo tipo de transacciones, incluyendo importaciones y exportaciones desde Rusia. ¿Será suficiente?
Economía, energéticos, soberanía, zona de seguridad, etc. ¿Y el pueblo? Las mujeres, hombres, niñas y niños víctimas de la violencia, obligados a dejar sus hogares, a desplazarse por el mundo, ¿quién los protege? Hoy es Ucrania, mañana podría ser cualquier otro país, incluyendo México, si en algún momento Donald Trump vuelve a ocupar la presidencia, adelantando que “sería genial” enviar tropas estadounidenses a la frontera, como lo ha hecho su amigo Putin.
Por eso es tan importante que, sin ambages, México condene con firmeza la invasión de Ucrania. Tenemos, es cierto, muchos y graves problemas en nuestro país: violencia, inseguridad, carestía y un gobierno que no atina a responder con eficacia para combatirlos. Pero esta situación no puede ser excusa ni pretexto para la indiferencia. Parafraseando al clásico: “Pobre Ucrania, tan lejos de Dios y tan cerca de Rusia”. A Dios rogando y con el mazo de la diplomacia, dando.
Centenario. La Universidad Autónoma de Yucatán cumplió 100 años de su fundación como Universidad Nacional del Sureste el 25 de febrero de 1922. Recién comenzaba el gobierno de Felipe Carrillo Puerto cuando tomó la determinación de crear una institución para ganar el futuro. Existían graves necesidades; pocos (y menos mujeres) podían cursar educación superior. Pero lo hizo sin excusas ni pretextos vanos. Vaya lección para el presente cuando urge un programa de emergencia para resarcir el rezago educativo de la pandemia del Covid. ¡Felicidades, Uady! —
*[email protected] Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán