En lugar de hacer historia, los individuos se ven envueltos en hacer historias. Pankaj Mishra
FLORENCIO SALAZAR ADAME
(SemMéxico. El Sur de Acapulco). Un juez federal recientemente ha dictaminado la prohibición de la fiesta brava en la Ciudad de México, bajo el argumento de proteger el medio ambiente. No soy afecto a los toros, charreadas y actos de montadores, pero es condenable que la autoridad pretenda determinar lo que debe gustarle al público. La intromisión e intolerancia atenta contra los derechos del ciudadano. Y nos coloca en la ruta de la segregación por exclusión.
Las reses bravas se desarrollan como atletas y las fincas son vigiladas con el propósito de evitar intrusos que, al capotearlas en formafurtiva, las vuelvan maliciosas. Se trata de que lleguen al ruedo en una lucha de igual a igual con el torero. El célebre matador Manolete murió desangrado por filosos cuernos. Como él, muchos.
Se trata de un espectáculo. Según el doctor Google, la primera fiesta brava en México se realizó en 1535. Las lidias eran en el zócalo, “con una arena improvisada por tablas”. Obviamente, la tauromaquia fue traída por los españoles. Hernán Cortés asistió al primer evento.
Como todo espectáculo las corridas de toros son una importante empresa, que beneficia a los dueños de los ruedos, prestadores de servicios; atrae turismo, genera empleos e impuestos. Es un negocio de riesgo, pues lo mismo pueden llenarse los tendidos y las barreras de sol, que ser un desierto. Siendo importante lo que significa como espectáculo, lo repudiable es la imposición de la autoridad judicial con criterios que estimulan la intolerancia.
Los toros son sacrificados con arte. Pero los cerdos mueren en los rastros en medio de un gran dolor. Estos animales, que tranquilamente comemos en bisteces, guisos y tacos, presienten la muerte. Son sumamente inteligentes. Desde el momento en que son trasladados al transporte se rebelan y a distancia del lugar del sacrificio chillan pidiendo clemencia. Mueren muy estresados.
Hace años en Perro Mundo, un documental exhibido en cines, conocimos las condiciones en lo que se cría a los pollos en Estados Unidos. En las modernas granjas los recluyen en pequeñas jaulas para impedir su movimiento, de manera que crezcan gordos pero deformes; son bolas irreconocibles. Y en tiempos mas recientes, en redes, se pasó una grabación que muestra a empleados de una empresa gabacha de pollo frito, que sacrifican las aves azotándolas en los muros.
Tuve oportunidad de asistir a una conferencia de Fernando Savater. Hablaba de una asociación cuidadora de los pájaros para que no cayeran de su nido. “No sé que piensen al respecto los zorros”, dijo el filósofo español. Agregó que estábamos llegando al absurdo –sus palabras no son textuales– pues había personas organizadas para cuidar a las plantas porque “sienten”.
La expresión “pan y circo” se originó en la antigua Roma. Los tribunos se preocupaban de que la plebe accediera al Circo Romano y tuviera trigo para evitar la hambruna. El espectáculo y el alimento servían para mantener a la población tranquila. Una manera de conseguir la gobernabilidad y la popularidad. Hoy el circo es de vulgaridad extrema; cosa de ver programas de “comediantes” en televisión. Y el pan es insuficiente: hay 10 millones de nuevos pobres. Caray, dejen a la gente el espectáculo de los toros, que es un arte, y que cada quien decida su preferencia.
Con ese proteccionismo lo que sigue es prohibir los conciertos de rock, el box, la lucha libre y los torneos de gallos; todo tipo de eventos que puedan afectar la “moral”, el gusto o el sentimiento de alguien ajeno a esos deportes o espectáculos. Por esa ruta también tendrá sus días contados el futbol. Los gritos, las ofensas, “el agua de riñón” y, sobre todo, la violencia atentan contra los derechos humanos.
El papel destinado a los juzgadores es hacer justicia, no entrometerse en los gustos de otros, en espectáculos lícitos, autorizados por siglos. Si los jueces se aplican a cumplir con su tarea harán el mayor bien a la sociedad: justicia pronta y expedita. Que no haya en las cárceles personas que, por años, no han sido sentenciados.
“Cualquier concepción de la justicia debe incluir la noción de imparcialidad: si los principios en que se basa un sistema social se inclinan hacia un grupo en particular (una clase social, tal vez, un partido político) ese sistema se convierte automáticamente en injusto”, dice otro filósofo, John Rawls.
Hay tantos toros bravos que embisten a los mexicanos como para ocuparse ahora de la tauromaquia. Qué diría Agustín Lara sin Silverio Pérez ni su barrera de sol.