DULCE MARÍA SAURI RIANCHO*
SemMéxico, Mérida, Yucatán. Poca atención reciben las encuestas de opinión fuera de los períodos electorales. Menos cuando se conoce el hábito de personas dedicadas a la política de “cucharearlas” para reflejar una popularidad que están lejos de tener en los hechos. Sin embargo, bien elaboradas, estos ejercicios demoscópicos reflejan fotografías de una realidad en un momento determinado. Y dependiendo de la calidad del lente y del enfoque, que equivale a la muestra y al levantamiento del cuestionario, los resultados servirán para contribuir a la comprensión del acontecer o se limitarán a ser simple propaganda política, de esa que ni los más ingenuos ciudadanos creen.
Lorena Becerra pertenece al selecto grupo de encuestadores con bien ganada fama profesional. Ella facilita que los datos hablen, aun cuando estos no coincidan con sus gustos o preferencias personales. Acierta muchas veces, pero también se equivoca. Y lo ha reconocido cuando sucede. Por eso es relevante el resultado de su trabajo presentado en el noticiero de Latinus, conducido por Carlos Loret de Mola, el pasado 1 de abril.
De acuerdo con esa encuesta, la presidenta Claudia Sheinbaum tiene el 80 por ciento de aprobación entre la ciudadanía, porcentaje por arriba del que tuvo su antecesor en sus mejores momentos. El “antipresidenta” ha quedado reducido a la cantidad mínima de 15 por ciento. Estas cifras significan que incluso quienes simpatizan con la oposición a su gobierno, la apoyan.
Aventura Lorena Becerra dos posibles explicaciones a estos elevados niveles de popularidad presidencial. La primera, que Claudia Sheinbaum “es una persona que no polariza”, a diferencia de su antecesor que acostumbraba a calificar de enemigo a cualquiera que se atreviera a discrepar con sus opiniones.
La segunda explicación ubica su origen en la fortaleza que tiene Morena, partido-movimiento al que pertenece la presidenta Sheinbaum, que descansa en dos cuestiones: una, Morena ha sabido capitalizar la forma en que el gobierno anterior resolvió la cuestión económica de millones de personas, vía el incremento del salario mínimo y por las transferencias monetarias realizadas a través de numerosos programas sociales.
La otra, es la debilidad extrema de la oposición partidista. Un ejemplo: en la encuesta de Lorena Becerra a duras penas una tercera parte de la ciudadanía opina bien o muy bien del PAN, PRI y MC, en tanto que dos terceras partes (67%) aprueba a Morena y sus aliados políticos del Verde y del PT.
La encuesta de Latinus indaga sobre el rechazo ciudadano a determinados partidos. No es sorpresa que, una vez más, sea el PRI el que encabece los rechazos, al ser la organización política por la que casi la mitad de los votantes “nunca votaría” (46 %). Lejos, pero, en segundo lugar, está el PAN (13 %), seguido de Morena (7 %), Verde (5 %) y MC (2 %). Sorpresivamente, en una muy anticipada indagación de la preferencia electoral, MC aparece en segundo sitio después de Morena (13 %), desplazando al PAN al tercer sitio (11 %), seguido muy de cerca por el PRI (10 %) y Verde (8 %).
Falta mucho, pero ya se comienza a medir la popularidad de los aspirantes a suceder a la presidenta Sheinbaum que apenas tiene seis meses en el cargo. Ninguna sorpresa, más que en la lista aparece solo una mujer, Luisa María Alcalde, presidenta de Morena, en último lugar de 10 personajes, de los cuales solo tres provienen de la oposición partidista: MC (2) y PAN (1). Del PRI, ni sus luces.
Afirma Lorena Becerra que “actualmente no hay enojo con el gobierno” y el que había: “con López Obrador se acabó”. El gran problema de la relación con el gobierno de Trump domina la agenda. Aventuro una hipótesis: la sociedad mexicana ha dejado atrás la etapa de “envolverse en la bandera” y dejarse llevar por el sentimiento “antiyanqui” tan en boga en las décadas de 1960 y 1970.
Tuerto o derecho, el Tratado de Libre Comercio, hoy TMEC, en 30 años transformó la percepción social a grado tal que una mayoría de las personas encuestadas por Lorena Becerra (79 %) aceptaría “hacer las concesiones necesarias para tener una buena relación con Estados Unidos”.
También la mayor parte de la ciudadanía estaría de acuerdo con la realización de operaciones conjuntas México-Estados Unidos para combatir el crimen organizado (71 %). Un elevado porcentaje celebra el abandono de la política de “abrazos, no balazos” (69 %) y su sustitución por el combate frontal a la delincuencia. También la mayoría coincide con la decisión de extraditar a los líderes del narcotráfico (67 %) y con la determinación de enviar tropas mexicanas a la frontera (63 %).
Sin embargo, menos de la mitad está de acuerdo con la entrada de las fuerzas armadas de Estados Unidos para vigilar la frontera mexicana (45 %) o su ingreso a territorio nacional para combatir al narco (42 %). Sorprende en un pueblo que se ve a sí mismo como generoso y hospitalario, que solo una tercera parte (34 %) acepte que las y los migrantes rechazados o expulsados por Estados Unidos puedan permanecer en México.
Con esta base de acuerdo, la percepción social dominante es que la presidenta Sheinbaum ha logrado “capotear” hasta la fecha las acciones del nuevo gobierno estadounidense, en especial los aranceles. Se siente serena, con respuestas asertivas para fomentar la inversión y el empleo, a pesar de las condiciones inéditas surgidas de la acción unilateral del presidente Donald Trump.
Sin embargo, estamos en tiempos de “consenso líquido”. El apoyo y la popularidad pueden durar lo que alcance el dinero para fondear los diversos apoyos en efectivo. La recesión de la economía puede traducirse en pérdida de los empleos mejor pagados, que están en las actividades más amenazadas por los aranceles, como la industria automotriz.
El Plan México puede quedarse en un catálogo de 18 buenas intenciones si el gobierno no logra extraer de las raquíticas arcas públicas los recursos necesarios para la realización de las obras de infraestructura y vivienda. O si no consigue generar un clima de confianza para la inversión privada, seriamente enrarecido por una reforma judicial de destino incierto.
Una alta popularidad presidencial no significa necesariamente fortaleza, más cuando parte importante todavía proviene de la imagen de su antecesor. Lo que hoy parece sólido e inamovible, en tiempos de “modernidad líquida”, puede cambiar muy rápidamente. Mientras, la presidenta Sheinbaum trata de “comprar tiempo” para resolver los asuntos más graves de nuestra vulnerabilidad como país: energía y alimentos. El tiempo se agota…
*Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán