DRINA ERGUETA (SemMéxico, La Paz, Bolivia). Hace unos años, un joven boliviano en Barcelona explicaba que en su maestría la gente que estudiaba con él se le habían reído cuando le llamó al profesor: “Licenciado” (así, con mayúscula). Él, avergonzado, entendió que las risas eran porque en realidad el profesor era “Doctor”, un grado académico muy superior. Pero seguía equivocado, era porque hacía evidente ese afán latinoamericano de resaltar el grado de estudio de una persona.
Ese afán tiene un trasfondo de complejo colonial clasista y también racista y, por supuesto, las risas también lo eran: clasistas y racistas. Seguramente, parte de ello está presente en los titulares que ha logrado el vicepresidente boliviano, David Choquehuanca, cuando ante una reunión de profesionales indígenas dijo, respecto a profesionales no indígenas: “¿Qué nos van a enseñar? ¡Nos van a enseñar a robar! Nosotros les podemos enseñar, ellos son bien flojos”.
Tomar esas palabras textuales y fuera de contexto, como muestra de que la tiranía quiere pueblos ignorantes es, si no hay intención política detrás, señal más bien de no entender el problema o conflicto que plantea el vicepresidente, pese a que lo indica con claridad diciendo: “Nuestros hijos e hijas van a la universidad a aprender, pero a ellos también les han hecho repetir (memorizar y no razonar) para que no piensen como los del Collasuyo. A ellos les ha puesto un casco”.
Choquehuanca no está rechazando la educación formal, está rechazando el tipo de educación alienante con alto contenido colonial que sigue presente en la academia, donde domina lo que se conoce como pensamiento (del mundo) occidental y, cada vez con mayor peso, el que es anglosajón y neoliberal.
El vicepresidente no quiere esa “domesticación del pensamiento salvaje” de la que habla y rechaza con gran erudición el antropólogo Jack Goody. En esta rama académica, que florece con el colonialismo para estudiar a “los otros”, los estudios han ido generando nuevas categorías sobre el pensamiento de la gente “salvaje” frente a la “civilizada”: irracional, pre-científico, mágico, mitopoético o cerrado; frente a lo racional, científico, lógico-empírico o abierto, entre otros.
En ese sentido, todo “el conocimiento” resulta ser occidental y estar por encima de cualquier otro generado en Asia, África o América precolombina, más si provienen de culturas ágrafas. Es este conocimiento el que observa e investiga a “esos otros” y es por eso que Linda Tuhiwai, académica maorí, afirma que la palabra ‘investigación’ “es probablemente una de las palabras más sucias del vocabulario del mundo indígena”, por todo lo que les representa.
En su libro Descolonizar las metodologías, en consonancia con Choquehuanca, Tihiwai habla de que los legados del conocimiento occidental continúan hoy influyendo en la academia e instituciones del conocimiento “para la exclusión de los pueblos indígenas y de sus aspiraciones”. Por ello, plantea una metodología contestataria, que retorne al conocimiento previo al occidental sobre los pueblos indígenas y lo vuelva a construir o elaborar desde la perspectiva situada del “yo indígena” y no del “otro”.
No se trata aquí de salir en defensa del vicepresidente, ya me parece ver esas interpretaciones ¡No! Se trata de intentar colocar en su sitio las cosas, en su contexto y mostrar su trasfondo, incluso teórico y académico. Además de tocar un tema que es interesante.
La “Primera cumbre de profesionales de la provincia Pacajes”, donde habló Choquehuanca, muestra en su mismo nombre la importancia que da a lo profesional; sin embargo, tiene otras aristas más profundas que la banalización de una frase sacada de su contexto, una de ellas es, por ejemplo, la prácticamente ausencia de mujeres en ese encuentro indígena.
La ausencia de mujeres es un problema serio. El lugar subordinado de las mujeres es también un legado colonial, mientras que la complementación chacha-warmi (masculino-femenino) andino tendría que ser horizontal e igualitaria en todos los aspectos de la vida.