DRINA ERGUETA
SemMéxico, La Paz, Bolivia. Parecería que estamos viviendo una época de descaro, no en sentido positivo transgresor, aunque en algunos casos lo pretenda ser, sino en uno nefasto y peligroso en que no importa traspasar límites. Se ignoran las consecuencias, que pueden ser dañinas para la sociedad, sus instituciones y las reglas con las que es posible una convivencia razonable, aunque no siempre justa. Así, las próximas elecciones en Bolivia muestran lo peor de cada casa.
El 17 de agosto se elegirá a quienes gobernarán y compondrán el poder legislativo. El escenario político, en líneas generales, se divide en las candidaturas de derecha y las de izquierda, aunque lo relevante es que el proceso electoral ha sido escenario de un sinfín de acciones vergonzosas en todos los ángulos del escenario político.
En ambos bandos se ha planteado la necesidad de participar en “unidad” como única forma de lograr la victoria frente al otro; pero se hizo oídos sordos, ya que hay seis postulaciones de la derecha y cuatro de la acera izquierda. En ésta, se han producido escisiones del gran partido de Evo Morales, que en su momento llegó a ganar con el 60 por ciento de los votos, y a él finalmente no se le ha permitido participar.
En la conformación de frentes hubo un verdadero mercadeo de siglas partidarias vacías de militancia, conformando un escenario vomitivo en el que hasta último minuto se las “quitoneaban” agitando supuestos documentos acreditativos en mano.
Muy en el estilo de los presidentes Donald Trump de Estados Unidos y Javier Milei de Argentina y del empresario Elon Musk, que tienden a ser referentes en la derecha boliviana, las postulaciones de este bando se muestran sin vergüenza alguna y ya no disimulan en lo que toca a su visión sobre el género y las poblaciones indígenas. En estas candidaturas sólo hay hombres, entre candidatos a presidente y vicepresidente, y todos son blancos y de ciudad, en un país mayoritariamente indígena.
Es una vuelta descarada a un pasado que reivindican, donde el espacio de poder nacional tenía esas características: hombres blancos de ciudad. Sus propuestas de gobierno también son una vuelta a la privatización y reducción del Estado, los temas sociales no son relevantes sino los económico empresariales.
Sin rubor, la derecha ha dejado de lado a las mujeres, menospreciando a postulantes como Amparo Ballivián, y ha obviado a las mayorías indígenas y cholas a quienes, por defecto, consideran que votan al otro bando, pese a que hay una gran cantidad de indígenas que, siendo comerciantes, tienen una mentalidad liberal capitalista. Ni así.
En la izquierda (aunque más bien es centro), además de contar con representación indígena, hay una única candidata a la presidencia, la alcaldesa Eva Copa. También hay una candidata a la vicepresidencia, Mariana Prado, quien es furiosamente cuestionada por sectores feministas ya que ella hizo una penosa defensa de su exnovio en un juicio por feminicidio por el que él finalmente fue sentenciado.
No es casual la nominación de Prado ya que en el espacio de la izquierda o popular hay gran participación indígena y también presencia femenina; sin embargo, las reivindicaciones de las mujeres siempre quedan a un lado, no se mencionan e incluso las conquistas se amenazan (como cuando uno de los candidatos, Andrónico Rodríguez, dijo que habría que modificar la ley contra las violencias hacia las mujeres por ser “una ley antihombres”).
En la izquierda, la pugna por ser la única representación popular ha sido un proceso descarnado y decepcionante.
Otra característica lamentable de este proceso electoral es su judicialización por motivaciones políticas, lo que ha derivado en que el numéricamente importante bloque de Evo Morales no pueda presentarse y que se haya intentado también evitar, a última hora, la presencia de otras candidaturas. Así, se buscó que una gran parte de la población no tenga a sus candidatos, en beneficio de otras opciones políticas, y eso es un ataque directo a la democracia.
En suma, en esta última semana se ha puesto en riesgo la ya difícil estabilidad social del país (agobiada por incremento de precios, falta de dólares y de combustible) y, de forma peligrosísima y también patética, se han cruzado límites entre los poderes del Estado y también límites morales, poniendo en riesgo las elecciones. Se mostró lo peor de cada casa y, ya que este proceso no ha acabado, seguramente habrá consecuencias.