DRINA ERGUETA
SemMéxico, La Paz, Bolivia. Las conversaciones en los despachos y pasillos, las llamadas y las murmuraciones, los grupos enfrentados, las negociaciones, acuerdos y confabulaciones, las cábalas y apuestas, todo ello está en ebullición en el Vaticano, en estos momentos; mientras, desde hace unos días, se han venido sucediendo las despedidas y honores al Papa Francisco, fallecido la reciente Pascua de Resurrección ¿Quién le sucederá?
La decisión la tomarán personas engalanadas con vestidos rojos y que, aunque llevan largas faldas, todos son varones. Los 135 cardenales representantes de las distintas familias de la Iglesia Católica, que ya con bastantes años encima no superan los 80 años, podrán elegir o ser elegidos, dentro de una semana o más, y eso se anunciará con una fumata blanca que todos los medios de comunicación globales estarán atentos a verla.
Ninguna mujer estará allí, salvo para hacer labores de servicio y cuidado de estos representantes de ese dios que hace unos 2.000 años fue ganando adeptos en la tierra, hasta llegar a dar a su Iglesia y máximo dirigente, el Papa, tanto poder que en la Edad Media coronaban reyes y dirigían imperios. Una fe impuesta a sangre en las colonias y que modificó globalmente la manera de entender el mundo y practicar la espiritualidad, dando, además, un lugar muy subalterno y de sometimiento a las mujeres.
A lo largo de los siglos, la Iglesia Católica fue modificando su doctrina a la conveniencia de los tiempos. Por ejemplo, Silvia Federichi en su “Calibán y la bruja” recuerda que los Sínodos Luteranos del Siglo XII prohibieron los casamientos en el clero y declararon nulos los existentes, “imponiendo una situación de terror y pobreza a las familias de los curas, especialmente a sus esposas e hijos (Brundage, 1987: 214, 216-17)”, siendo el motivo principal el temor a que las esposas reclamaran propiedades e “interfirieran excesivamente en las cuestiones del clero (McNamara y Wemple, 1988: 93-5)”. La sexualidad se convirtió en una cuestión de estado, por lo que impuso un (falso) celibato al clero y fuertes restricciones sexuales a sus creyentes, con días y fechas de abstinencia, así como la prohibición de la sodomía, y se estableció la confesión obligada y las penitencias. Un confesor lo sabía todo de toda la población y eso también le daba a él y a la Iglesia gran poder.
Miles de mujeres fueron quemadas en la hoguera acusadas de brujería, por conocer pócimas para el aborto, por pertenecer a movimientos herejes donde tenían libertad y poder de decisión. Fueron siglos de resistencia donde la discriminación de género fue central.
Pese a que hoy hay el reclamo de permitir que el clero pueda tener familia, o sea mujer e hijos, como medida para evitar innumerables actos deleznables de abusos sexuales, el Papa Francisco, considerado el más progresista, no hizo modificaciones en este campo y se limitó a frenar en alguna medida los actos de pedofilia de curas, denunciados como hongos. Tampoco apoyó a las mujeres en el tema del aborto ni permitió que las mujeres ejercieran el sacerdocio. Esas monjas (para ellas no se reclama marido) que históricamente ingresaron obligadas a la Iglesia a servir, pero también para liberarse de matrimonios indeseados y crear una comunidad de mujeres con complicidades.
Desde sus inicios y especialmente en su florecimiento, durante la oscura Edad Media, la Iglesia Católica dejó de lado a las mujeres y hoy así perdura. Sólo las quiere de sirvientas y asistiendo a misa, devotas.
Pero los tiempos cambian y en el último siglo las conquistas de las mujeres son muy fuertes: acceden a la educación y ocupan puestos de trabajo que sólo se destinaban a varones; pueden divorciarse si lo desean, tener control de su cuerpo y decidir si quieren o no ser madres, así como tener una sexualidad libre; tener ciudadanía, que es poder votar, representar y ser electa, tener voz. Son espacios hoy abiertos gracias al feminismo, aunque aún resta ocuparlos plenamente y en una medida equitativa con los varones.
La Iglesia Católica, ese espacio de poder, muy conservador, profundamente misógino y masculino, es uno de los últimos reductos en que las mujeres no tienen cabida ni peso con poder; sin embargo, si como institución quiere mantenerse en un mundo cada vez más femenino, deberá abrirse a la fuerza de las mujeres y un día anunciar: ¡Habemus Mama!