Para la Maestra en Derecho Elizabeth Rembis Rubio,
presidenta de la Academia Nacional de Historia y Geografía,
quien me honró hace cinco años al invitarme a ingresar
(5-X-2017) a esa institución patrocinada por la UNAM
JOSÉ ANTONIO ASPIROS VILLAGÓMEZ. Miembro destacado del Servicio Exterior Mexicano y director de la comisión de asuntos internacionales de la Academia Nacional de Historia y Geografía, el doctor Luis García y Erdmann presentó en fecha reciente su libro Nasser. El hombre de su tiempo, sobre la vida de uno de los personajes más importantes del mundo en su momento y para la Historia, el presidente de Egipto entre 1954 y 1970, Gamal Abdel Nasser.
En un artículo para la revista ADE (#83, julio-septiembre 2022), de la Asociación de Diplomáticos Escritores, el autor expresa la admiración que desde su adolescencia sentía por Nasser, quien transformó a Egipto a partir del triunfo de la revolución encabezada por él y el general Mohamed Naguib para derrocar al rey Faruk en 1952. “Luchó contra la corrupta monarquía, contra los ingleses y en pos de sacar a su país del feudalismo en que se debatía”.
Nasser (1918-1970) gobernó desde 1954 hasta su muerte debida a un infarto, y de la cual se cumplen 52 años este 28 de septiembre. En su texto para ADE (encabeza la revista y la asociación el amigo embajador Antonio Pérez Manzano), el doctor García y Erdmann destaca la importancia del estadista egipcio en su momento histórico.
Creó la República Árabe Unida formada por Egipto y Siria, encabezó la Organización de la Unidad Africana, fue “uno de los padres” del Movimiento de los Países No Alineados y apoyó la creación de la Organización para la Liberación de Palestina, de la que fue líder el Premio Nobel de la Paz en 1994, Yasser Arafat.
“Con la debida distancia”, el autor equipara a Nasser con el presidente mexicano Lázaro Cárdenas, pues mientras éste nacionalizó el petróleo porque “estaba en manos y provecho de los extranjeros”, el dirigente egipcio nacionalizó el Canal de Suez y resistió la “agresiva reacción” tripartita anglo-franco-israelí generada por esa media que, por otra parte, “permitió la construcción de la faraónica presa de Asuán, para regar los campos yermos de la maravillosa tierra del Nilo”. Una presa anterior, ya no era eficaz.
Y aquí queremos detenernos. Para hacer esa presa en el corazón de la tierra nubia, donde ahora se encuentra en lago Nasser en un tramo del río Nilo, fue necesario rescatar dos inmensos templos esculpidos en la roca en tiempos del faraón Ramsés II, es decir, hace más de 3,200 años.
Se trata, dicen los conocedores, de los templos más bellos de Egipto. Están en un lugar llamado Abu Simbel y uno de ellos es el único dedicado a una mujer, la reina Nefertari, esposa de Ramsés II.
Por cierto, este faraón fue hermano putativo y después antagonista de Moisés, el judío que -como dice Éxodo, uno de los libros del Antiguo Testamento– provocó las siete plagas, abrió las aguas del Mar Rojo para llevar a su pueblo a “la tierra prometida” y rompió las Tablas de la Ley. La película Éxodo: dioses y reyes (dir. Ridley Scott, 2014), que trata de las hazañas de Moisés, está prohibida en Egipto, Marruecos y los Emiratos Árabes Unidos.
El Gran Templo está dedicado a los dioses Amón, Ra y Ptah, cuyas estatuas colosales de diez metros de altura, alternan en la fachada con la de Ramsés II deificado, mientras que en el Pequeño Templo las estatuas representan a Ramsés, Nefertari, algunos de sus hijos y la diosa Hathor.
Ramsés II es considerado el más poderoso de los faraones, vencedor de los hititas (actual Turquía) y cuyo reinado abarcó desde Siria en el este, hasta Nubia, la actual Sudán, en el sur. Su momia fue una de las 22 que el año pasado desfilaron desde la plaza Tahrir -donde hubo cruentos disturbios en 2011-, hasta el nuevo Museo Nacional de la Civilización Egipcia, donde debe estar también una estatua gigante del mismo emperador, que había sido emplazada en El Cairo en tiempos de Nasser.
Los templos salvados en Abu Simbel entre 1963 y 1968, habían estado abandonados y sepultados por la arena hasta que en 1813 casualmente los descubrió el explorador suizo Johan Ludwing Burckhardt y en 1817 Giovanni Belzoni comenzó su rescate con la primera de varias excavaciones en las décadas siguientes.
Al iniciarse los trabajos de la presa en 1960, se presentó la necesidad de proteger esas maravillas de la antigüedad. El plan para trasladar los 150 mil metros cúbicos de roca de que constan los templos, tuvo el auspicio de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y el patrocinio de varias naciones, que a cambio recibieron algunos de los templos menores rescatados.
La Unión Soviética financió un tercio del costo, ya que Estados Unidos e Inglaterra boicotearon un préstamo del Banco Mundial, y fue cuando Nasser, un tercermundista que no estaba dispuesto a caer en la órbita del capitalismo, nacionalizó el Canal de Suez.
Pese a ello, el Museo Metropolitano de Arte, de Nueva York, ostenta entre sus principales atractivos el Templo de Dendur, concedido por el gobierno egipcio en 1965, cuando Nasser aún era gobernante.
Los magnos templos de Abu Simbel, cortados en bloques y transportados por grúas a 210 metros de distancia y 65 metros de altura, fueron inaugurados por segunda vez, ahora sobre colinas artificiales más de tres milenios después, el domingo 22 de septiembre de 1968, día que en México el movimiento estudiantil celebrara un mitin en la Plaza de las Tres Culturas (Tlatelolco), previo al muy cruento del 2 de octubre siguiente.
(Nuestro único y distinto trabajo anterior sobre la Presa de Asuán, se publicó en el número 178-179 de la revista En Todamérica, de septiembre-octubre de 1983).