ROBERTO CIENFUEGOS J. Vaya reacciones generadas en el oficialismo de Morena, con el presidente Andrés Manuel López Obrador a la cabeza, ante la marcha prevista el domingo próximo para exigir el respeto al Instituto Nacional Electoral (Ine), un organismo que en sus tres décadas de vida, primeramente como Instituto Federal Electoral, ha dado muestras sobradas y fehacientes de constituir un garante de la democracia mexicana.
Bien se conoce el papel del máximo organismo comicial en México. Anotemos como hechos sobresalientes de su funcionamiento institucional, la alternancia política hace más de dos décadas en México, después de una hegemonía política presidencial de más de siete décadas. No es poco y hay que recordarlo para ponderar de manera justa el papel de este organismo, fruto de muchas luchas sociales y políticas para dotar al país de un órgano comicial con la solvencia necesaria para garantizar los procesos electorales. Al papel del Ine hay que acreditarle además la doble alternancia entre los dos partidos políticos más antiguos de México, el PRI y el PAN. En ningún caso hubo cuestionamientos, al menos suficientes para desacreditarlo, y ese papel impecable fue el que desempeñó el INE.
Esto, así en el 2006, precisamente López Obrador se haya indignado y reclamado un presunto fraude que sin embargo no quiso llevar al conteo directo, pero que si incluyó la reivindicación de una presidencia “legítima”, sólo avalada por sus correligionarios y por él mismo y que incorporó aquella inimaginable banda presidencial terciada al pecho para autoproclamarse “presidente legítimo” de los mexicanos, un antecedente más que risible por inconcebible.
Más todavía, vino julio del 2018. El INE organizó, procesó y validó el triunfo, esta vez sí, legítimo e inobjetable, de López Obrador, con una votación histórica y que significó no sólo la presidencia sino el control del congreso federal, entre otros avances electorales, cuyas consecuencias resultaron tan devastadoras para sus adversarios políticos que todavía hoy, cuatro años más tarde, no alcanzan a procesar. El triunfo de López Obrador noqueó a la oposición política, y hoy es hora todavía que ésta no encuentra la forma de levantarse de la lona.
En estos cuatro años el poder presidencial de López Obrador, y de Morena, la organización que creó para hacer posible su triunfo en el 2018 al cabo de una prolongada brega, ha registrado un crecimiento notable, aun y cuando también experimentó un revés electoral en junio del 2021 con la pérdida de su mayoría en el Congreso federal, el Congreso de la Ciudad de México y nueve alcaldías de la capital del país.
Pero aun así, Morena consolidó su poder en 22 de las 32 gubernaturas del país. No es poco para un partido reconocido por el INE apenas en julio de 2014.
Y también así, contra todas las evidencias de un desempeño serio, profesional y absolutamente confiable, el INE es hoy blanco de una andanada del oficialismo morenista, que ya le aplicó una tarascada económica presupuestal por casi cinco mil millones de pesos en el presupuesto de 2023. A eso hay que añadir, que la reforma electoral impulsada por el presidente, absolutamente alejada y aún ajena a la soberanía popular que tanto se reivindica en estos años, parece más diseñada para estrechar los márgenes del quehacer institucional del INE, que una respuesta a una expectativa de ese pueblo bueno y noble que se dice defender cada día.
Frente a esta embestida del poder, y como sabemos, diversas organizaciones, asociaciones, ciudadanía y políticos opositores tienen anunciada una marcha el domingo próximo para defender al INE, como parte de un ejercicio cívico y político al mismo tiempo, garantizado además en la Constitución que aún nos rige. Ese derecho de cualquier persona, organización, partido, asociación o agrupación, no debería haber levantado tanta ámpula entre el Morenismo nacional, y menos en el caso del presidente de México, quien ha proclamado su popularidad, la segunda a escala mundial según dice, y quien se encuentra protegido por la absoluta mayoría de ciudadanos de este país, a quien ha definido como su escudo protector o su ángel de la guardia.
Entonces uno se pregunta ¿a qué le temen el presidente y Morena? ¿A unos cuántos fifis? ¿A una marcha escuálida?
Tres veces esta semana, López Obrador se ha lanzado contra quienes marcharán. Una lluvia de epítetos les ha recetado, fiel a “su modito”. “Racistas, clasistas, hipócritas, corruptazos, cretinos”, entre otros de hondo calado como muy corruptos y rateros De esa manera trata a sus adversarios, críticos o simplemente ciudadanos desafiliados del morenismo.
La víspera, Morena y sus gobernadores emitieron un posicionamiento también para condenar la marcha y respaldar la reforma electoral del presidente. Y uno se pregunta ¿a qué le temen el domingo? Tienen buena parte del poder, lo mismo que el aparato del Estado, los recursos, son populares, queridos por el pueblo bueno y sabio, están del lado correcto de la historia, la 4T se ufana de sus triunfos y avances y dan por hecho la permanencia presidencial más allá del 24. ¿Pues a que le temen, insisto? No parece razonable el tamaño de la reacción frente a los corruptos, escuálidos, derrotados moralmente, reaccionarios, fifis, y conservadores? ¿O hay algo que no sabemos la inmensa mayoría de los mexicanos? ¿Por qué tanto temor, pues?
@RoCienfuegos1