SINGLADURA/ Terranate, orgullo y tradición tlaxcalteca

ROBERTO CIENFUEGOS J. En medio de tres grandes volcanes -El Pico de Orizaba, la Malinche y el Popocatépetl-, enclavado en el gran altiplano del central estado de Tlaxcala, custodios permanentes que otean un pueblo laborioso que contagia al visitante de un candor singular, y que con entusiasmo y una gran esperanza, apuesta al desarrollo, el municipio de Terrenate, un nombre híbrido formado del náhuatl y el español que significa tierra del color de la masa, destila una dulzura tal que resulta sólo comparable quizá con el aguamiel, que extraen de magueyes veteranos, gigantescos y absolutamente venerables. La miel que también produce este municipio agrega melosidad a esta zona.

En una visita a este municipio, que desde hace un año encabeza con diligencia Edgardo Olivares Cruz, se palpan las ganas y los esfuerzos cotidianos de los terranenses, unos 15 mil, para mejorar las condiciones de vida de mujeres, hombres y niños. Los tres mil metros sobre el nivel del mar en que se ubica Terranate, inspiran a la grandeza.

Ya a través de los magueyes y sus productos derivados, entre ellos las puntas que hacen de agujas y la fibra llamada ixtle en náhuatl -una especie de cáñamo útil en la tarea de zurcir, entre muchas otras actividades como la confección de prendas de vestir y calzado-, el agua miel, el pulque, los curados de sabores diversos, entre ellos el betabel, de un rojo tan intenso como una manzana fragante. Ya y también a través de la agricultura, una práctica pródiga en bienes como el maíz, la alfalfa, la papa, el durazno y las malvas, entre otros frutos de la tierra. También a través de la ganadería, una actividad que el estado de Tlaxcala, para sorpresa de muchos, encabeza a escala nacional, con 39 haciendas ganaderas y sus toros de lidia y faena.

Se suman los artesanos, tejedores de piezas singulares en lana, los pintores como Mari Romero, una artista especial que agrega himnos, entre ellos el propio en lengua náhuatl de Tlaxcala, y cantos a sus obras, unas artísticas y otras que narran la historia de este pueblo, pegado a la tradición histórica mexicana desde los tiempos de Hernán Cortés.

Un joven y talentoso cronista, Alfonso López, quien ilustra al visitante con las historias de sitios como la Hacienda de Tepeyahualco, propiedad de la familia Sánchez Bretón, pero también con leyendas típicas como la del charro del árbol del Tejocote, o la narración sobre el Cristo de la Preciosa Sangre en Toluca de Guadalupe, una obra única de carácter religioso hecha con pasta de caña, con una antigüedad de al menos 300 años, cuya dimensión física alcanza los tres metros, y sobrecoge al espectador por la inserción de cabello y uñas humanas, pero sobre todo por la expresión facial que refleja una entrega absoluta,  y los estigmas casi vivientes. Esto es parte de Terranate, un solaz y una tierra rica por su gente templada, esforzada y cálida, casi una isla podría decirse del altiplano mexicano, donde el maguey es al mismo tiempo raigambre, esfuerzo y fruto.

En el Rincón, una ranchería que encabeza la familia Montiel, el patriarca Joel, heredero reciente de don Valentín Montiel, explica la forma en que se raspa el maguey, y el proceso de fermentación antes de compartir el agua miel, una bebida caracterizada por su profundo sabor dulce que nace de la piña y se obtiene con la ayuda del acocote, un instrumento ya en desuso y casi reemplazado por recipientes plásticos para rascar al maguey a fin de hacerlo producir.

Una larga espera de los cultivadores del maguey, a veces hasta de 20 años, reditúa en la producción cotidiana por unos seis meses de unos tres litros del elixir de los dioses, cargado de propiedades, incluso curativas. Al menos esas bondades se las atribuyen aún para la cura de los problemas de próstata, por no citar las sobradamente conocidas y que se asocian con la fertilidad masculina y el amamantamiento de los recién nacidos. El Rincón, a más de la calidez de los Montiel, es la sabrosura del pulque fermentado que producen en barricas de roble y que los Montiel comparten a la usanza prehispánica en la denominada xoma, una protagonista del orgullo y la identidad nacional y que surge de la propia penca del maguey.

Luego, quien visita Terranate, encontrará la grandeza de la Hacienda de Tepeyahualco, hoy una heredad. La antigüedad de esta hacienda, que hoy, 300 años después de su fundación ofrece servicios de hospedaje y alimentos, asombra por su extensión, un estado físico que trasunta cuidados cotidianos, pero sobre todo por la expresión arquitectónica de una visión inspirada por la grandeza, algo venido a menos en la modernidad, donde todo o casi, es pequeño, circunscrito, limitado como si el flagelo de la escasez fuera perenne.

Comedores inmensos, habitaciones de techos elevados, cocinas imposibles de imaginar hoy en día, en donde transcurrían no pocas vidas de mujeres afanosas, cocineras repletas de sueños aderezados con ingredientes tan diversos como especies ricas y aromáticas que hacían del arte culinario un placer cotidiano, junto con las insustituibles tortillas de maíz azul y salsas picantes de colores encendidos y vibrantes para el paladar. Y las paredes, todas, tapiadas con cacerolas, utensilios, sartenes y un universo de recipientes, hoy sólo vivos en el recuerdo y tal vez en la nostalgia de un tiempo que no por antiguo, deja de expresar y formar parte de la cultura mexicana.

Alejandro González, un joven con la enjundia suficiente para lidiar en un ruedo con becerros encendidos, aporta su esfuerzo para desarrollar el ímpetu deportivo de niños y adolescentes terranenses, que dan rienda suelta al sueño de conquista en los campos del fútbol y apelan, hasta ahora sin frutos concretos, al apoyo de la Comisión Nacional del Deporte.

La danza de los cuchilleros, una expresión del rechazo a los patrones, los hacendados y aún los caciques de entonces, refleja la vitalidad de un pueblo que aún sojuzgado, se rebela a su realidad, amarga en muchos casos en aquellos tiempos de peonaje y tienda de ralla, y que nos recuerda la obligación, sí, la obligación, de oponerse en algún grado al menos, a los estados de cosas adversos y contrarios al sueño y/o anhelo de preservar la dignidad y la libertad inherente a la vida.

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