SINGLADURA/ ¿Se terminará cuando termine?

ROBERTO CIENFUEGOS J. Ni en días de guardar como estos dos últimos, relacionados con las festividades asociadas al ancestral culto a los muertos, que se remonta a los tiempos prehispánicos, el presidente Andrés Manuel López Obrador baja la metralla verbal contra todos aquellos que hacen anotaciones, señalamientos, críticas o propuestas que el mandatario considera, de manera personalísima, una afrenta a su gobierno y por supuesto a su causa, la Cuarta Transformación.

Vaya modito del Jefe del Poder Ejecutivo, uno que seguramente le rinde frutos políticos abundantes y carnosos, pero que dinamita, si no la gobernanza del país, el buen trato entre personas, que es un imperativo de la convivencia ciudadana, más incluso en un país sujeto a una elevadísima criminalidad, una economía precaria para millones, una inflación que achica el gasto cotidiano entre amplios segmentos poblacionales, una zozobra permanente sobre el futuro nacional y otros tantos flagelos que laceran con fuerza a los mexicanos.

Es cierto, hay evidencias de que el estilo personal de gobernar del presidente López Obrador encanta a muchos mexicanos. No se explicarían de otra forma las encuestas que así lo indican. Según esos sondeos, López Obrador sigue disfrutando de una amplia simpatía y consenso entre muchos mexicanos, a los que él dice que retribuye con el mismo amor, y para los que gobierna de manera preferencial, así esto implique arrasar con otros segmentos poblacionales, aletargue el desarrollo y avive rencores y resentimientos crecientes, pero peligrosos, sobre todo. Y sin embargo, ese amor presidencial y aún fraternidad que tantas veces proclama y reivindica el mandatario en sus espacios predilectos de las primeras horas de cada mañana, truenan con excesiva frecuencia también en la propia voz presidencial. Salen de su pecho, ese que dice no es bodega, epítetos de calibres diversos que no se condicen de ese amor y fraternidad universal también proclamados por el Jefe del Ejecutivo nacional.

La víspera, por ejemplo, calificó de “jaurías” a “conservadores” que “no tienen llenadera”. Esto a propósito de las corruptelas que imperan en el ISSSTE. ¿Jaurías? Sí, así los llamó. Sólo anotaré el significado de esa palabra conforme la Real Academia Española: “Conjunto de perros mandados por el mismo perrero que levantan la caza en una montería” y/o “Conjunto de quienes persiguen con saña a una persona o a un grupo”. No añadiré nada al respecto, salvo para decir que se está haciendo eterna esa lucha que dice encarnar contra la corrupción en México, y cuando prácticamente ya suman cuatro los años de gestión de la 4T.

Antes, también la emprendió contra el escritor Juan Villoro, luego que éste criticara a la 4T por alentar la militarización, el narcotráfico y el apoyo a los ricos.

De intelectual acomodaticio a beneficiario del conservadurismo, no bajó López Obrador a Villoro, un antiguo simpatizante y aún votante del hoy inquilino de Palacio Nacional.

Añadió que Villoro “No se midió” y anticipó que le seguirán dando trabajo en los medios del conservadurismo, lo van a seguir invitando en las universidades de derecha. Pero, ¿Por qué esa deshonestidad intelectual? Lamentable, expresó.

Otro dardo presidencial alcanzó al periodista Sergio Sarmiento, cuya inteligencia -dijo el presidente- es menor a la de Villoro. ¿Cuáles son los parámetros presidenciales para asestar semejante comparación? Da pena y alarma que un jefe de Estado se permita estas comparaciones, todo porque ambos intelectuales se alejan de las huestes presidenciales y/o abordan temas que preocupan a muchos mexicanos hoy día.

De otros ataques cotidianos, que denotan una furia casi inconcebible en un Jefe de Estado, ya tenemos bastante muchos mexicanos que atestiguamos con demasiada frecuencia la ira de un presidente poderoso y casi omnipotente, que nos hace preguntar si es esto saludable para el país y su gente, y si aún terminará cuando termine el sexenio. ¿O acaso se hará escuela?

@RoCienfuegos1

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