ROBERTO CIENFUEGOS J. @RoCienfuegos1
En agosto del 2023, dije en este espacio que más allá de quién resultara candidata o candidato, ya por el oficialismo, o por la oposición, las elecciones de este junio inminente serían un auténtico plebiscito sobre la gestión y los resultados del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, y la capacidad de éste como el animal político que es para prolongar su escuela, poderío y causa por seis años más. De allí que un eventual triunfo el domingo de Claudia Sheinbaum será más bien la victoria de López Obrador, así éste no haya figurado en la boleta. Cosa de más para meditar y decidir el voto.
Sabemos que además de la titularidad del poder ejecutivo federal, están en juego 64 senadurías por el principio de mayoría relativa, 32 senadurías por el principio de representación proporcional, 32 senadurías de primera minoría, así como 300 diputaciones por el principio de mayoría relativa, y 200 diputaciones por representación proporcional.
A nivel local, las y los votantes sufragaron por la o el titular de los gobiernos de Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán; la jefatura de Gobierno en la CDMX, mil 98 diputaciones, 1,802 presidencias municipales, mil 975 sindicaturas, catorce mil 560 regidurías, 204 concejalías, 22 presidencias de juntas municipales, 88 regidurías de juntas municipales, 22 sindicaturas de juntas municipales, 299 presidencias de comunidad.
Los comicios en puerta serán sin duda para López Obrador el mayor reto de su extensa vida política, que es de dudar termine pronto. Después de todo, López Obrador es un hombre de poder, un animal político, y es un hecho que los animales políticos nunca se retiran, salvo que mueran o enfermen de manera grave e incapacitante.
Aunque sin la obcecación por el poder que define la vida de López Obrador, cito dos casos de políticos longevos: Joe Biden, el presidente de Estados Unidos que seguramente buscará un nuevo y último mandato en noviembre próximo, suma 80 años de vida, una decena más que López Obrador. De postularse y ganar un segundo mandato, Biden podría terminarlo a los 85 años. Ahora mismo es el presidente estadounidense de mayor edad en el país vecino. El segundo caso que recuerdo es el del venezolano Rafael Caldera Rodríguez, ya fallecido. A los 77 años de edad, Caldera Rodríguez se propuso alcanzar por segunda vez la presidencia de Venezuela. Nada y tampoco los años de vida que tenía para entonces, le impidieron el triunfo para un segundo mandato presidencial que inició en 1995 en un país en turbulencia, marcado todavía entonces por los efectos del fallido Golpe de Estado de febrero de 1992 a cargo del teniente coronel Hugo Chávez, y otros militares.
Con una biografía tatuada por la búsqueda incesante y el ejercicio total del poder, como lo ha hecho estos últimos años, es de dudar en alto grado que López Obrador tenga la intención real de desaparecer de las coordenadas políticas de México y menos que se refugiará en La Chingada, el nombre como sabemos de su finca en territorio chiapaneco. Una vez más queda claro que de triunfar Claudia, López Obrador tendrá su máximo trofeo político, mayor incluso que el logrado en el 2018.
Así que, en un México dividido como pocas veces en las últimas décadas, y fruto de una estrategia política deliberada y bien planeada hace seis años, los mexicanos cumpliremos este dos de junio próximo una cita con la historia cuando vayamos a votar. Ojalá cada quien lo haga en conciencia, con la mirada puesta en el futuro del país, su democracia y los saldos de la llamada Cuarta Transformación.
El padrón se acerca en número a los cien millones de votantes facultados para sufragar.
Es un hecho que en el ejercicio del poder que acumula la Cuarta Transformación arroja como principal logro el cisma nacional, una estrategia hasta ahora muy redituable a juzgar por la expansión guinda en el país, y que se nutre por el papel avasallante de López Obrador, un político que ha dado pruebas bastantes de su persistente y superlativo interés en la conquista y retención del poder.
Por ello y casi desde el primer día de gestión, López Obrador inició su trabajo de dividir a los mexicanos como no se había visto en décadas. Sus empeños, permanentes, tozudos, ya arrojan resultados contundentes, aunque no sé si definitivos, esto último se verá el domingo próximo cuando se decidirán o no otros seis años guindas en la Primera Magistratura nacional. Los votantes tienen la palabra.
Hoy día, los mexicanos estamos confrontados en prácticamente todos y cada uno de los temas que abordemos o pongamos sobre la mesa de la discusión y análisis nacional. Refiera usted afable lector (a) cualquier tópico de la agenda nacional y seguramente comprobará la pugnacidad y el choque de puntos de vista sobre el tema que usted quiera. Hacer una lista de éstos sería prolijo y aún inútil porque ninguno escapa a la confrontación en la que nos hundimos. En ese escenario, ignoro quiénes ganan más o si todos perdemos, en particular de cara a la inmensa mayoría de mexicanos que forman parte de lo que llamamos los sectores más vulnerables, en pobreza o desfavorecidos, según cada quien prefiera. Millones, tampoco sé con exactitud el número, se decantan en favor de la 4T y de manera muy particular, en respaldo del presidente López Obrador, quien medra políticamente hablando del cisma nacional que no deja de alimentar casi cada día por los frutos que cosecha a su favor y de su causa, ahora enarbolada sin comas pero si con todos sus puntos por la candidata Claudia Sheinbaum.
Esta política segregacionista cotidiana tiene entre sus frutos que un segmento demográfico, el más popular y amplio, habite casi en el terreno de la idolatría por el político de Macuspana. Constituyen el baluarte del poder político presidencial, sin medias tintas y con una lealtad ciega, a prueba de todo y de todos los demás. Están definidos. Los subyuga el privilegio de tener un mandatario como AMLO, el primer jefe del Ejecutivo que les entrega de manera directa a varios millones de mexicanos de la tercera edad cada dos meses unos seis mil pesos, algo nunca antes visto en México. Una prueba irrefutable para sus adeptos, además, desde esta óptica concienzudamente alimentada desde el poder, de que este presidente si ayuda y no se roba el dinero como ocurría antes, algo que sigue siendo discutible, y que muchos rebaten al señalar que estas ayudas ya existían con otras expresiones y sobre todo, que no salen de los bolsillos del presidente y si en cambio de quienes pagan impuestos en México. Pero es un hecho que por la canalización de estos fondos públicos, algo de lo que López Obrador se beneficia en forma directa, para estos mexicanos no hay ni ha habido mejor presidente que AMLO, aun contra cualquier evidencia, circunstancia, carencia o dolencia. Es el credo contra la razón, pero en especial la evidencia fehaciente y palmaria.
Del otro lado, hay otros tantos millones de mexicanos que rechazan por sistema a la 4T, tanto como a su progenitor. Confirman que la advertencia de que AMLO constituiría un peligro para México resultó corta a la luz de lo que se ve hoy mismo en el país. Hay un repudio genuino. Lo consideran el peor presidente del México contemporáneo, y uno incluso que amenaza la estabilidad y la democracia nacional, aun así ésta última esté en proceso de construcción, lo que la hace más vulnerable ante un torbellino político, y una oposición desacreditada en mucho, y resucitada así sea de manera parcial por una política como Xóchitl Gálvez, enfrentada ésta a una tarea titánica.
El hilo que sin embargo une a estos dos segmentos poblacionales es la ausencia de matices y no hablemos ya de algún equilibrio o justeza en sus criterios. Un sector, el que endiosa a AMLO, asume su veredicto como uno absoluto. El otro, igual. Son sectores en choque permanente. No hay medias tintas. Esto también se refleja en buena parte de los comentócratas y en los medios periodísticos, ni se diga. Las redes sociales, benditas o no, también expresan este estado de ánimo y opinión nacional. De allí que las próximas elecciones presidenciales, al margen de sus candidatos o de quienes compitan en ellas, reflejarán este cisma como quizá nunca antes. Será un auténtico plebiscito sobre la gestión de López Obrador, esté o no él en la boleta. Claro, siempre y cuando los mandamases de los partidos políticos y el presidente en primerísimo lugar, no dispongan otra cosa. Después de todo, no hay animal político que claudique, y menos si de por medio están su seguridad personal, familiar, patrimonial y política. Así que al igual que los marinos al momento de zarpar hacemos eco del deseo para que haya buen viento y buena mar en la travesía que recién comienza.
@RoCienfuegos1