ROBERTO CIENFUEGOS J. A ver, a ver, sí, que alguien me explique porque -confieso en éstas que no son mis memorias- ya no entiendo nada, si acaso alguna vez entendí algo. Y disculpe usted, afable lector (a), que recurra a usted en este momento extremo de mi honda ignorancia, confieso otra vez. No, no busque usted respuestas en este breve texto. No las encontrará. Conste, al decirle esto, al menos soy sincero, franco y honesto, una cualidad ésta última en la cima del puritito, por puro, claro, discurso oficial. Tal vez, si acaso, y en obligada compensación por el tiempo que quizá dedique a estas líneas cuesta arriba, pueda usted ganar en incredulidad, desazón y aún desesperanza. Así que usted sabrá si se da por satisfecho (a) con semejantes ganancias y/o beneficios, que sin dudarlo aquí sí, algo reditúan con el tiempo y abundante paciencia.
Vamos al punto que -recalco- no entiendo, y que le expongo con la mirada puesta en el horizonte del país, y aún hincada en un presente de naturaleza política casi casi inentendible para las mentes ordinarias de un observador o mortal cualquiera como quien esto redacta.
Nuestro presidente, bueno, corrijo, el presidente Andrés Manuel López Obrador acaba de advertir al gobierno de Washington, ahora encabezado por el demócrata Joe Biden, que si niega o rechaza invitar a todos los países a la Cumbre de las Américas, prevista del 8 al 10 de junio en Los Ángeles, pues que también se olvide de su presencia, si, la presencia de López Obrador. Ni más faltaba.
Así, dice López Obrador, con la representación oficial de México, enviaría al canciller Marcelo Ebrard, el número uno para todo tipo de resolución de entuertos, aún aquellos de última hora. Ebrard, claro, irá a Los Ángeles en el caso de que el presidente López Obrador, decline su presencia para externar su protesta, ante su rechazo a que prosiga la misma política en América porque quiere en los hechos hacer valer la independencia, la soberanía y manifestarse por la fraternidad universal. Eso dijo López Obrador.
De protesta, sí, pero aclaró que “no estamos para la confrontación, estamos para hermanarnos, para unirnos”. ¿Entonces? ¿Acaso ejercer casi un boicot a la Cumbre de Los Ángeles, es un acto de hermandad? ¿O qué tipo de acción es condicionar su propia presencia? Más todavía ¿Es posible y debido presionar a un anfitrión para que amplie o extienda invitaciones a quiénes lo adversan? ¿Es eso diplomacia? ¿Y en público?
López Obrador hizo ver sin embargo que se trata de países independientes y hay una relación de amistad y de respeto. Pero bajo protesta, cito al propio presidente, ¿no?
Interrogado sobre cuáles son los países no invitados o excluidos de la próxima Cumbre, López Obrador se mostró cauto, diplomático, ahora sí. “No tengo conocimiento preciso”, argumentó, pero insistió en que no debe excluirse a nadie.
Consultada en Washington sobre estas declaraciones, la portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, sólo dijo que las invitaciones a la cumbre «aún no han sido emitidas». Se colige entonces que Washington no invitará a Cuba, Nicaragua y Venezuela, los tres países que concitan al mayor rechazo por sus esquemas políticos prácticamente dictatoriales y ejercitantes activos de actos de represión a opositores, muchos encarcelados, otros exiliados y algunos más, muertos. Países que, sobra decirlo, han negado el derecho de elecciones libres por mucho tiempo y reprimido a la disidencia e irrespetado los derechos humanos.
El presidente estira la liga, no hay duda. ¿A cambio de qué? Lo desconozco y por ello confieso mi ignorancia.
Pero en la apuesta hay riesgos altos. Quizá no tantos, ha de evaluar el presidente. Cito sin embargo sólo tres: Estados Unidos es para México el origen de unos 50 mil millones de dólares en remesas que envían cada año los mexicanos en aquel país, un monto cada vez más alto en consonancia con el éxodo creciente de mexicanos al país del norte ante la precariedad económica mexicana, agudizada por la pandemia del coronavirus; Estados Unidos es el principal socio comercial y económico de México, al menos el 80 por ciento de las exportaciones mexicanas las absorbe el mercado estadunidense; y, de ribete, somos dependientes en alto grado del mercado energético estadunidense, y ni qué decir incluso de las importaciones de granos básicos, maíz, frijol, y trigo incluidos. Allí está el pequeñísimo detalle. Nadie pide una rendición ni mucho menos sumisión, pero hay intereses que defender, más aún con un país como Estados Unidos, el vecino que según John Foster Dulles, ex secretario de Estado del país vecino, no tenía amigos, sino intereses.
@RoCienfuegos1