ROBERTO CIENFUEGOS J. Siempre ha sido así. El poder instituido en cualquier país del mundo actúa invariablemente en nombre del pueblo. Por el pueblo, para el pueblo y nada más que por el pueblo, se han levantado sin embargo todo tipo de regímenes opresores, dictatoriales, sangrientos y falsamente liberadores. Nunca ha sido diferente. Estos regímenes tampoco han revelado sus reales designios y/o apetitos porque los ocultan bien, los disimulan y aún disfrazan. Son hábiles y mucho para hacer esto. Estos regímenes se encubren bajo el nombre y en nombre de la democracia, el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado, según la máxima de Winston Churchill. Así que esos embusteros de la democracia actúan de manera permanente como amos y señores absolutos y totales del concepto. Sus intenciones, propósitos y metas, todas, se justifican siempre bajo el inapelable argumento de la democracia, según ellos, y en consecuencia sólo ellos saben qué y en qué consiste la democracia y por ello se proyectan como los únicos facultados para reivindicar su nombre y ejercicio. Nunca he escuchado a los actores y ejecutores de este tipo de regímenes una sola autocrítica, un solo error en su ejercicio y mucho menos una disculpa o compromiso de enmienda. Jamás se equivocan, y mucho menos alteran o tuercen el rumbo. Al final y al cabo su mayor insignia y faro es la democracia, así éste sea falaz. ¿Hay algún pecado, falta u omisión en ello?
Los otros, los adversarios, antagonistas, opositores, y críticos, siempre serán desdeñados, vilipendiados y se les exhibirá en la acera de enfrente, como en un paredón por si llega a ofrecerse. Los acomodan y más que acomodan al concepto ceñero de quienes ejercen el poder, absoluto y hasta omnímodo, desde un enfoque único y muy particular, de la democracia. Y como se habla y actúa en nombre del pueblo, allí no caben los críticos, los competidores, los que piensan y actúan distinto porque siempre estarán condenados a ser vistos y mostrados de manera deliberada como perversamente alejados del clamor popular, interpretado y ejecutado con sabiduría total sólo por unos cuantos, los iluminados en su propio nombre y si acaso, alguna vez, encumbrados y hasta santificados de alguna manera por el voto en las urnas, transformados éstos en una patente de corzo para perpetrar en nombre del poder legítimo y constituido, todo tipo de tropelías, abusos y yerros, que al final siempre son justificados en nombre de la sacratísima democracia.
A lo largo de la historia, se multiplican los ejemplos de prohombres o algo así, que dictan cátedra sobre la democracia, aquella que los cobija de manera tan generosa que les permite incluso conculcarla, suprimirla y hasta masacrarla. Así es y ha sido la historia, maestra infinita de la vida pública y aún privada.
Un caso, sólo uno, está a la vista de quien quiera verlo en la Nicaragua de estos días y de muchos años con Daniel Ortega y su mancuerna, Rosario Murillo. Se han envejecido en el poder, en nombre de la democracia. ¿O no? Recién al asumir su cuarto mandato al hilo, Ortega, ahora de 76 años, prometió seguir luchando para defender al pueblo. Así lo dijo. Así lo cito. Seguirá luchando para que el pueblo tenga salud, educación y vivienda aun cuando nunca alcance estos derechos, pero la lucha persiste, tenaz, tesonera, eterna incluso si fuera posible. También lo dijo así. Lo seguirá prometiendo seguramente hasta que fallezca en su prolongado, prolongadísimo intento. Ortega, el ex combatiente de los Somoza, aprendió muy bien las tretas de la dictadura caída en julio de 1979, hace más de 40 años. Tiene encarcelada y/o abatida a buena parte de la oposición y mantiene una feroz vocinglería en contra de Washington, el costal predilecto de casi todos los dictadores.
“Vamos para adelante, queridos hermanos nicaragüenses”, instó el ex combatiente del Frente Sandinista de Liberación Nacional, convertido hace años en el dueño, intérprete y amo de Nicaragua, en nombre de la democracia.
En su cuarto reestreno del poder, en nombre -insisto- de la democracia, acompañaron a Ortega sus homólogos de Cuba, Miguel Díaz-Canel; de Venezuela, Nicolás Maduro y el jefe de la cancillería de la embajada mexicana en Managua.
@RoCienfuegos1