ROBERTO CIENFUEGOS J. @RoCienfuegos1
Cuando en junio del 2024 millones de electores mexicanos, casi cien millones de ciudadanos facultados para votar, acudamos a las urnas, tendremos que decidir y seguramente así lo haremos a partir de los resultados que nos dejarán los primeros seis años de la llamada Cuarta Transformación, pero también con base en la plataforma que el Frente Amplio por México nos ofrezca. Será una elección compleja y de alto riesgo político, por encima del número de posiciones a cargos de elección popular en juego, unos 20 mil encargos en números redondos.
¿Por qué digo que de alto riesgo político? La respuesta en buena parte está asociada al proyecto transexenal que anima el presidente Andrés Manuel López Obrador para heredar una dinastía en el poder. Esa es su ambición suprema de cara a los próximos comicios federales, que marcarán un parteaguas en México. El diseño de las reglas sucesorias entre sus “corcholatas” trasunta este objetivo, clave para él y aún mucho más importante para él una vez alcanzada la presidencia del país en 2018.
A estas alturas a López Obrador le importa mucho más la elección de dos de junio del 2024, que toda su carrera y trayectoria política, ahora ya parte de un pasado inamovible y sellado con su triunfo presidencial hace cinco años. Por ello la frustrada reforma electoral, su también fallido plan “B” y la apuesta a conquistar las mayorías calificadas en el 2024. Por esto es que López Obrador ha actuado más bajo el criterio de un estratega político que como un presidente y/o Jefe de Estado.
Su prioridad es la conservación y extensión en el tiempo del poder, según revelan sus actuaciones y acciones. Todo lo demás es secundario, incluyendo el desarrollo del país, la economía, el acatamiento constitucional, la institucionalidad nacional, y aún un auténtico combate al crimen organizado y el narcotráfico, aun cuando las cifras rojas que arrojan estas actividades, crecientes y muy lucrativas, podrían darle su peor disgusto y el peor revés a sus aspiraciones y propósitos.
Es un hecho que los pasos de López Obrador apuntan en una sola dirección: -insisto- el poder. Lo demás casi sale sobrando, o ya llegará si acaso, y si no llega, tampoco importa, no mucho al menos, y tampoco por ahora.
En consecuencia, poco o prácticamente nada podemos esperar a estas alturas sexenales en temas críticos para el país, salvo muy probablemente un empeoramiento de la violencia y el crimen, que pagan y con generosidad a sus protagonistas y asociados.
Del lado de la oposición, que sólo era un enunciado hasta la irrupción de Xóchitl Gálvez, se perfila una batalla decisiva, primero al interior del propio frente, y más tarde con la persona que la encabece. Será una batalla cuesta arriba, demasiado empinada, como para que la libre con éxito la persona en la tarima, así encarne en sí misma todo el carisma, la decisión e inteligencia que se esperan en esta lid que toca ya a las puertas del país.
En las semanas que vienen, podremos ver las prioridades del gobierno de López Obrador, una vez que se apruebe el presupuesto federal. Será este instrumento, el barómetro nacional y el indicador más claro de la dirección final de la 4T, y aún el marcador electoral estratégico. No en vano tiene prometido un aumento del 25 por ciento en las pensiones de los adultos mayores a partir de enero próximo. López Obrador ha encontrado que el uso del dinero nacional es el mejor instrumento electoral, una correlación absoluta entre éste y la urna. Veremos si todavía funciona ante las enormes carencias que se acumulan en otros frentes del país, y entre una muy amplia base poblacional.
@RoCienfuegos1