ROBERTO CIENFUEGOS J. @RoCienfuegos1
Es tiempo, supongo, de poner calma y cesar la guerra de descalificaciones, intercambios acres, dardos envenenados, la diatriba pública, la batahola dicho en una palabra. El momento trágico que viven los guerrerenses en general, entre ellos los acapulqueños, exige la contención de todos los mexicanos, los gobernantes en primer lugar. Basta de zaherirse so pretexto de la razón, la intención o el propósito. No citaré en este espacio lo que hemos visto entre las partes a partir de los funestos hechos en Guerrero como consecuencia del impacto del huracán “Otis”.
Sabemos ya lo que ocurrió entre las últimas horas del martes 24 y el miércoles 25 de octubre en Guerrero. Un huracán con fuerza cinco, la máxima categoría en la escala Saffir Simpson, golpeó con rachas de viento hasta de 370 kilómetros por hora ese litoral mexicano. Las consecuencias, seis días después, siguen en evaluación. Es altamente probable que lleve todavía más tiempo tener una radiografía de los efectos de “Otis”, pero ya sabemos que éstas se inscriben al rango catastrófico. Muy a pesar de cualquier persona mínimamente sensata, el número de muertos suma 43 y hay al menos 36 desaparecidos. Aun cuando este saldo fatal es ya una tragedia, desearíamos que esta cifra no escale.
Los daños materiales son inmensos. Estimaciones preliminares refieren unos 15 mil millones de dólares en pérdidas. Sin embargo, ningún número por trágico que resulte en el campo material, podrá dimensionar el impacto humano asociado con “Otis”. Es previsible que a la catástrofe del cierre de octubre, sigan días y meses -no sabemos cuántos- de dolor, congoja e incertidumbre, ésta última un auténtico flagelo para las personas, que deberían bastar y sobrar para que todos, gobernantes y gobernados, hagamos un esfuerzo personal y colectivo a favor de una tregua. Lo ocurrido en Guerrero exige esto, al menos, como parte de los pertrechos materiales que están urgiendo en un estado considerado el segundo más pobre del país, luego de Chiapas.
Un informe del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), reveló en febrero de este mismo año que el 66.4 de la población guerrerense, se encuentra en situación de pobreza con base en datos de 2018-2020. Los mismos datos revelan que mientras en 2018, la pobreza afectaba al 67.9 por ciento de los guerrerenses, dos años más tarde, este porcentaje se redujo 1.5 por ciento para ubicarse en el 66.4 por ciento. Es sin duda una cifra demasiado alta. En particular porque detrás de esos números o porcentajes hay miles de personas sufriendo cada hora y día de sus vidas. Habría que considerarlo por un mínimo grado de humanidad y conmiseración.
Por sí solo y peor ahora tras la cauda desgraciada de Otis, estos números deberían bastar y sobrar para evitar que se conviertan en datos para nutrir un intercambio inútil al menos en este momento para atribuir culpas cuando lo que es urgente y de lo que se trata, es de resolver una historia de pobreza de data antigua, que infelizmente se extiende y profundiza ahora por la furia de un fenómeno natural.
A lo acontecido y sus consecuencias espeluznantes, no deberíamos añadir el intercambio venenoso. México, y menos aún los guerrerenses, merecen esto, tampoco lo necesitan y mucho menos ayuda en nada. ¿Sería esto mucho pedir a gobernantes y gobernados en esta hora aciaga?
Se trata, en cambio, de arriar las banderas de la ira, del enfrentamiento verbal ponzoñoso e incluso del perverso juego político como si se tratara del peor duelo de meretrices por conquistar clientela. ¿No cree usted? Después de todo y como siempre, hay tiempo para tirar cohetes y tiempo para recoger varas.
@RoCienfuegos1