ROBERTO CIENFUEGOS J.
Como en la vida de todas las personas, la de los políticos, más aún de quienes llegan a la presidencia de un país, el tiempo se agota y termina por acabarse. Al igual que ocurre entre las personas, una vez pasado un tiempo, también sucede con los políticos que en el ejercicio de un cargo, la presidencia de un país, por ejemplo, se encuentran de pronto en la circunstancia, aborrecible para muchos, de llegar a un punto en que suman más pasado que futuro. Es lógico, consustancial a la vida y el tiempo de cualquier político. Nadie puede en estricto sentido orgánico y vital, escapar de esta realidad.
Es lo que justo ahora ocurre al gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Se le está acabando su tiempo constitucional. De hecho, es obvio y aun natural que en este justo momento pese más el pasado de su gestión, iniciada hace cinco años, que lo que le resta de futuro, quince meses en el mejor de los casos.
En consecuencia, puede resumirse que el gobierno de Amlo tiene ya en este momento más pasado que futuro. Y en este sentido, también al igual que en la vida de las personas, cabe el argumento que lo que no hizo -al margen de las razones, motivos o situaciones- en los cinco primeros años de su sexenio, será cuesta arriba por lo menos, si no que ya imposible, que pueda hacerlo en los quince meses que le restan. Contribuirá a su ocaso en el poder, y la pérdida de éste, la elección de los o las candidatas a sucederlo tan pronto como este mismo año.
Así que, salvo el advenimiento de algún o algunos hechos intempestivos, inesperados y, hasta este momento, inimaginables, pronto el gobierno de Amlo pasará a la historia como siempre ocurre en la vida de las personas y las naciones.
Una vez que esto suceda de manera inevitable y previsible constitucionalmente, vendrán los saldos de una gestión, las herencias, también los nuevos retos y correcciones, ajustes, golpes de timón y/o virajes que tendrán que hacerse sobre la marcha, y en particular ante las necesidades heredadas o emergentes para garantizar la viabilidad del gobierno que resulte electo en junio del año próximo, pero también para enfrentar las insuficiencias que deriven de la gestión de Amlo -que muchas habrá, seguramente- y al mismo tiempo para imprimir la nueva marca del gobierno que lo suceda. Es un fenómeno también inevitable.
Habrá en el 2024 una renovación que no será opcional, sino clave, consustancial a todo nuevo ciclo. Por siempre así ha ocurrido y pasa en la vida de las personas y más aún de los gobiernos. En el primer caso, los hijos siempre definen y redefinen sus nuevos pasos y etapas con la ayuda de un espejo retrovisor, el que les proporcionan o suministran sus padres, cuanto y más en el mundo de la política.
El fenómeno Amlo pronto será reemplazado y aun cuando en este momento se le esté reeditando por una estricta necesidad política dentro de la 4T, terminará, también por razones políticas, superado. Amlo, como su gobierno y todas las personas, discurrimos con una fecha de caducidad. Lo veremos.
¿Cómo procesará Amlo esta fecha de caducidad que se aproxima con una enorme rapidez? También lo veremos. Pero el término de su gestión es algo que lo angustia, según dejó ver el sábado uno de julio. Amlo es un hombre de poder, perderlo será su peor calvario, más aún sí pretende preservarlo.
Después de todo y muy afortunadamente, en esta vida nada es para siempre. La vida siempre se recicla, así haya empecinados en suponer, tonta y dolorosamente, que lo que es hoy podría seguir siendo mañana. Para Amlo como para la mayoría de los políticos -si no todos-, al igual que para las personas -aún las más indomeñables- será el peor momento de su historia. Está escrito.
@RoCienfuegos1