ROBERTO CIENFUEGOS J.
Parece que la política mexicana se debate en estos tiempos entre los malos y los peores. El apunte viene a cuento de lo que observamos todos los días en los órganos periodísticos impresos, electrónicos y por supuesto en las redes sociales, ese reducto efímero, muchas veces intrascendente por la calidad y grado que tienen sus contenidos, pero que también resultan en ocasiones feroces dardos envenenados entre adversarios, la peor brecha que se ahonda en México.
En ese auténtico vendaval de opiniones, de dimes y diretes, participan desde actores principalísimos de la vida pública de México hasta personas que proyectan contenidos muchas veces irreflexivos, anodinos o francamente repulsivos, pero que se integran con una intensidad digna de mejor causa, interés o propuesta.
La polarización social que registra México y que se ha agudizado en los últimos años, animada en buena parte desde posiciones políticas prominentes, y que genera grandes dividendos para el segmento más empoderado del país, arroja al mismo tiempo un pobre escenario que consume una inmensa masa de tiempo para sus practicantes, reales y/o ficticios, sin que nadie o casi ninguna persona se detenga a reflexionar si quiera un poco si valen la pena y el tiempo consumido para obtener un “triunfo” que en poco se refleja en una mejoría de la calidad de vida de estos actores.
Así como hacen muchísimos menores de edad, que viven en sus teléfonos y equipos computacionales, muchos adultos -en un número inimaginable- pasan la vida con un celular como apéndice, en lo que podría vaticinar en algún futuro, cada vez más incierto, el crecimiento de una sexta falange, así esto suene descabellado o el eventual fruto de una evolución -de alguna forma hay que llamarla- cierta o imaginada de los libros de Ray Bradbury o Aldous Huxley.
En momentos en que la discusión sobre la cosa pública incentiva los peores ánimos contra el presunto adversario, enemigo o simplemente el otro, se insertó una nueva polémica sobre el presunto plagio de la tesis con la que Xóchitl Gálvez habría obtenido su título de licenciatura en Ingeniería por la Facultad de igual nombre en la Unam.
Vaya “bocado de cardenal” que saltó a la palestra pública del país para hacer ver que la señora de las gelatinas, que aspira a la presidencia del país, también es una vulgar plagiaria, tanto, igual o peor que la señora que aún se mantiene bajo la toga y el birrete en el máximo tribunal constitucional del país, sí, claro, la así llamada ministra Yasmín Esquivel. Así que entre los seguidores y defensores de Xóchitl y Yasmín habrá que evaluar cuál de ambas es peor.
En la disputa, Xóchitl sale perdiendo de entrada, claro. Carece de defensores de la talla de un Jefe de Estado y de allí hacia abajo. Apenas conocida la denuncia del plagio de Esquivel, el presidente Andrés Manuel López Obrador admitió su carencia de objetividad al considerar “que cualquier error, anomalía, cometida por la ministra Yasmín cuando fue estudiante, cuando presentó su tesis de licenciatura, es infinitamente menor al daño que han ocasionado a México (Enrique) Krauze y el señor que hace la denuncia, Sheridan, esos le han hecho mucho daño a México», eso dijo el jefe del Ejecutivo Federal, quien quizá hizo uso de la fórmula de aquel alcalde nayarita, conocido como Layin, -Hilario Ramírez Villanueva- quien confesó que robó, pero poquito.
Además, y como mujer de leyes -dicen- Yasmín ejerció muchos más recursos para defenderse de los señalamientos de plagio en su contra. Ya los ha usado, claro.
Peor para Xóchitl es que en su caso se suma el escándalo previo de su casa en la exclusiva zona de las Lomas, la denominada casa roja. Para empeorar su condición y aún su competición, Xóchitl estaría habitando esa casa de manera ilegal debido a que carece de la licencia de Uso y Ocupación. Añada a esto que Xóchitl admitió que la “pendejeó” en su tesis al omitir la autoría de citas que debió haber hecho, la mera verdad, aceptó.
Ambas situaciones, dieron combustible altamente inflamable a los Morenos que ni tardos ni perezosos, atizaron una hoguera para fundir de ser posible y aún si no lo fuera, a doña Xóchitl, que seguramente no debe ya de ver lo duro sino lo tupido. Ese es el precio que ha comenzado a pagar por su osadía de desafiar al poder. De otra forma, es casi seguro que nadie habría hurgado para sacarle sus trapazos al sol. Fue lo mismo que ocurrió a la “ministra” Esquivel. De no haber sido por su anunciado ascenso a la presidencia del poder judicial del país, habría sido casi seguro que no se habría conocido la información que publicó el escritor Guillermo Sheridan justo en la víspera de la decisión para encumbrar a Esquivel. Sheridan ha negado claro que le hayan dado el “pitazo” y que no es subordinado de nadie. Una cosa es cierta, Sheridan ha denunciado otros plagios.
Y en esas andamos.
La virtual candidata presidencial de Morena, Claudia Sheinbaum, Doctora por la UNAM, también salió a escena para aguijonear a su adversaria. “Nosotros no plagiamos”, soltó.
Lo peor de todo, creo, es que los electores mexicanos estamos en la disyuntiva de elegir entre lo malo y lo peor que encarnan nuestras figuras públicas, muchas de las cuales se autoelevan sin pudor alguno hasta el altar de los próceres. Vaya panorama. Al final, una cosa parece cierta: nuestra clase política debe todavía evolucionar muchísimo por el bien del país total. Vivimos en una alharaca inmensa.
@RoCienfuegos1