SINGLADURA/ A ver, a ver

ROBERTO CIENFUEGOS J. 

Xóchitl Gálvez, se reconozca o no, es una bocanada de oxígeno puro en el polarizado, cismático escenario político de México, suficientemente harto del cotidiano sonsonete y la ausencia de soluciones.

De un lado, muchos, millones de mexicanos empadronados para votar, miran a Xóchitl como la posibilidad real, si los partidos que asienten hasta ahora con ella lo siguen haciendo, de quebrar el predominio, la hegemonía de Morena, construida sin prisa pero sin pausa por el presidente Andrés Manuel López Obrador.

En la acera de enfrente, están otros muchos, millones de votantes potenciales, dispuestos a rajarse el queso para mantener a Morena en el poder. Son los que comulgan con “el modito” del presidente López Obrador, lo mismo aunque en menor grado con el partido guinda a cargo de Mario Delgado y los que viven agradecidos de los dinerillos que mes con mes les llegan a sus cuentas del Banco del Bienestar, que vinculan de manera directa al presidente, así se trate de fondos públicos, del país pues, y no de los bolsillos presidenciales como se ha hecho creer al llamarlos, por supuesto que no de manera ingenua, “La pensión de López Obrador”. Nada más alejado de la realidad, porque de las faltriqueras del presidente no sale un solo peso para ayudar al pueblo noble y sabio, tan enaltecido eso sí en el discurso oficial que proclama “primero los pobres”.

¿Entonces por qué la gente suele referirse a esos fondos, fruto de los impuestos y pagos que realiza el segmento poblacional que trabaja y contribuye al fisco -así se le llame fifi, y conservador, entre otros adjetivos peyorativos- para dotar al gobierno de los fondos de operación, como la pensión de López Obrador?  Pues simple y sencillamente porque la maquinaria propagandística del poder y el propio Jefe del Ejecutivo federal se han encargado de que la gente que la recibe crea que está asociada a una magnanimidad del poder en turno, que obtiene de esa forma mucho más de lo que da.

Caso diferente, por ejemplo, fue el del ex presidente uruguayo, José Mujica, quien durante su presidencia entre marzo del 2010 y marzo del 2015, donó el 90 por ciento de su ingreso como jefe de Estado a proyectos de caridad y ayuda social. Sí, el 90 por ciento de su renta presidencial. Mujica solía decir que con el 10 por ciento de su sueldo como presidente del Uruguay debía y tenía que alcanzarle para sus gastos porque otros uruguayos vivían con mucho menos.

A diferencia, también sea dicho, de López Obrador, Mujica nunca se puso a vivir en la sede presidencial uruguaya en Montevideo conocida como La casona de Suárez y Reyes. Mujica con su esposa, la senadora Lucía Topolansky, siempre vivió en su humilde granja en la periferia de Montevideo. Ni hablar claro de la vestimenta de Mujica. En fin, esa es otra historia.

Sólo recuerdo estos hechos porque revelan que hay un mar de fondo entre la prédica y la praxis de ambos presidentes, y porque en el caso mexicano, resulta palmario que el discurso es el instrumento más socorrido para crear y alentar el cisma que hoy vivimos los mexicanos y que se mantiene y aún crece en estos días de confrontación electoral inminente.

Ese clima está atizando la división política mexicana, más aún cuando casi de manera súbita apareció en el escenario la senadora Gálvez, una política disruptiva que ha puesto a tambalear la certeza del triunfo morenista en 2024, donde no sólo se daba por hecho el triunfo presidencial, sino además se adelantó la conformación del Congreso, con agenda y toda la cosa porque ya se anunciaba la obtención de la mayoría calificada.

Antes de Gálvez, en la atmósfera del país muchos, incluso la oposición a la 4T, anunciaban o se encontraban resignados a la victoria electoral apabullante y rotunda que aseguraba la continuidad presidencial a partir del 2024. Si acaso, muchos en estas filas aconsejaban concentrarse en la lucha por las cámaras legislativas, pero Gálvez ya abrió boquetes a la certidumbre que reinaba hasta antes de ella. De allí que en los predios de Palacio Nacional y de Morena toda, incluidas las zonas que recorren las “corcholatas”, estén encendidas las alamas, no sé si con la intensidad suficiente para alumbrar el camino todavía alejado de la presidencia del país, pero sí con una luz suficiente para anticipar una ruta posible.

Y es que más allá de los manidos estereotipos de derecha o de izquierda, y por encima aún de los partidos políticos -hoy desgastados mayormente-, México enfrenta el reto puntual y preciso de resolver los problemas que más zozobra y daño causan a los mexicanos en general.

A estas alturas todo indica que quien mejor comprenda esto, con soluciones concretas, viables e inteligentes, habrá de abrirse para sí mismo y el país, un horizonte de soluciones, que no de descalificaciones, intimidaciones y supresiones, que después de cinco años de ya haberse convertido en un sonsonete cotidiano, terminan por agobiar y fatigar a México. Veremos.

@RoCienfuegos1

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