CARLOS RAMOS PADILLA
En estos días se festejan, se celebran o se manifiestan una serie de eventos referentes a aceptar, no las diferencias sexuales, sino la corriente gay. Y señaló que no se trata de diferencias sexuales sino de preferencias sexuales. Del clandestinaje a la aceptación social de este fenómeno se ha pasado a la imposición, intolerancia y al libertinaje. No solamente se pretende convencer a la comunidad sino sujetarla a nuevas condiciones de normas éticas, políticas, religiosas y morales. No se abran caminos siquiera al debate, se da por hecho que la convivencia debe y tiene que ser obligada. Cualquier tipo de espectáculo se convierte en motivo para exaltar al homosexualismo, se toman las calles, avenidas y plazas públicas para ejercer lo que llaman sus derechos sobre los demás, penetran en los medios de comunicación, ganan tribunas legislativas en fin ni para terminar con el lascerante racismo se registraron actos de esta envergadura. Quizá el ejemplo sea insuficiente y mal logrado dado que el mal trato a los de raza negra se debía simplemente a la pigmentación de la piel y su control poblacional como esclavos. El movimiento homosexual y sus derivaciones propone incluso cambios en el sentido educativo desde la niñez, no para comprender lo que ocurre sino para inducirlos a participar. Las confrontaciones políticas han sido fuertes, nutridas e incluso violentas en todos los países. Desde tribuna se acusa a los propios defensores de los transexuales de disminuir la calidad de lo que dicen defender: el feminismo. En el renglón científico se buscan más formas de interpretar a la naturaleza.
En las religiones el tema es censurado. Pero se tocan ya peligrosos extremos. El fanatismo y el exhibicionismo, y de ahí a a la intolerancia y a los delitos. Por ejemplo: la policía confirma que la desnudez total en San Francisco está permitida y es legal frente a niños en eventos del orgullo gay porque no es «para gratificación sexual». ¿Alguien podría explicar esto dentro del rango de la sensatez? Cada quien debe ser libre de decidir sobre su propio cuerpo: aborto, perforaciones, tatuajes, mutilaciones, drogadicción, homosexualismo… de acuerdo a los códigos legales de cada nación. Pero es diferente obligar a la sociedad a aceptar sus confesiones a razón de atacar a los opositores llamándolos intolerantes, inseguros, carentes de autoestima, solamente por no ser simpatizantes de su corriente. Los ajustes pues son dolorosos, pero se debe entender que lo que ocurre dentro de una recámara es responsabilidad de quienes así lo decidieron, nunca prevalecer como un ejercicio de presión para ser escuchados y en su caso aceptados. Respetarnos entre todos sin vulnerar los espacios, creencias o valores de los demás se traduce en un quehacer de madurez, lo demás es mostrar trastornos de retroceso. Ahí está la parafilia o la pornografía infantil o los enfermizos rituales de aparcamientos entre seres humanos y animales o el síndrome de Amok o tantas otras desviaciones que provocan deformaciones sustantivas e irreversibles. Pensemos un poco en los demás para no generar choques violentos de fuerzas opuestas o imposiciones que en nada nutren.