Renovación y alianzas partidistas

La claudicación de los principios que se profesan con la boca y se atacan con los actos. Agustín Yáñez.

FLORENCIO SALAZAR ADAME (SemMéxico. El Sur de Acapulco). Genaro Borrego, presidente del PRI, me designó delegado general en el estado de Jalisco. Su instrucción fue precisa: reorganizar el Comité Directivo Estatal, que en los hechos significaba reconstruir al PRI, el cual quedó muy afectado por las explosiones ocurridas en Guadalajara. El 22 de abril de 1992 se destruyeron varios kilómetros de un barrio popular debido a la acumulación de gases en las tuberías del desagüe; perecieron 200 personas. Parecía que esa parte de la ciudad había sido bombardeada. Los costos materiales y humanos terminaron por arrastrar al propio gobernador Guillermo Cossío Vidaurri, quien tuvo que separarse del cargo.

El presidente de la República Carlos Salinas de Gortari, dio atención inmediata y personal a la catástrofe. En uno de sus recorridos por las calles devastadas se le acercó un señor que, en su chaqueta, tenía un escudo del PRI; le dijo que el partido estaba ayudando a los damnificados. Salinas de Gortari reaccionó irritado: le arrancó el escudo y lo tiró al suelo para pisotearlo después: “Que PRI ni que PRI”. La escena fue trasmitida en cadena nacional. Al natural malestar social se sumó el golpazo presidencial al partido.

Borrego Estrada, ex gobernador de Zacatecas, ha sido un político talentoso y conciliador. Me dijo que él había alcanzado el liderazgo del partido como resultado de una elección interna. Por lo tanto – agregó–, en Jalisco impulsé –siempre que pude– procesos democráticos. En Guadalajara emití una convocatoria que abría la posibilidad de registro hasta de dos aspirantes. Las circunstancias políticas no eran propicias para ampliar la participación. Podía incurrir en el riesgo de la polarización y la dispersión de sus gremios y militantes. Debilitar al partido en lugar de fortalecerlo.

Se registraron Raúl Juárez Valencia, candidato de las estructuras, y Rubén Vázquez, joven profesionista con amplio apoyo universitario. Organicé un programa para celebrar reuniones –con ambos contendientes– en cada una de las 20 cabeceras de distrito federal electoral con las dirigencias municipales, en la sede de los sectores y debates en los medios. Posteriormente, se eligieron delegados a la Asamblea Estatal, la cual se celebró en el gimnasio del Injuve en la capital tapatía. Cinco mil fueron los delegados registrados. Frente a las 20 urnas se colocaron en fila para emitir su voto secreto.

La asamblea la presidió Genaro Borrego, acompañado del gobernador substituto Carlos Rivera Aceves. El diario Siglo XXI publicó, en toda su última página, la fotografía de ese acto.

La presidencia la obtuvo Raúl Juárez Valencia con aproximadamente el 80 por ciento de los votos. La elección interna arrojó una importante utilidad al partido: reactivó el interés de la militancia, los medios volvieron a dar cobertura al PRI, llamó la atención ciudadana, hubo autocrítica al ser cuestionada “la consigna” y las estructuras verticales. Se escuchó un lenguaje fresco, de renovación.

No obstante, a pesar de su reactivación, el PRI perdió las elecciones de gobernador en 1995. La voluntad política lo dejó solo. Nada pude hacer ante lo que venía. Un año antes de iniciar el proceso electoral, solicité al sucesor de Genaro en el Comité Ejecutivo Nacional, Fernando Ortiz Arana, mi salida y así ocurrió. (Ortiz Arana es uno de los políticos más completos que he conocido).

Como delegado de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP), ya había hecho este ejercicio en Ciudad Juárez, Chihuahua, en la elección de la Secretaría General de la Liga de Organizaciones Populares (1982). Ahí perdió el candidato de las estructuras ante el propuesto por el SNTE, Felipe Mejía Pañeda. También usé ese método en la elección del coordinador de la asociación de diputados locales priistas del país, que habría de sucederme en el cargo (1998-99). En éste último caso, rompió el proceso José Antonio Gonzáles Fernández, entonces presidente del CEN, al imponer a un diputado de Hidalgo.

Los dirigentes priistas –y de todos los partidos– no deben temer la democratización interna; en ella está su mayor fortaleza. Hoy el PRI debe actuar simultáneamente en dos vías: celebrar un amplio proceso de consulta para modernizarse y remontar el rechazo social; y mantener la alianza opositora con la aprobación de sus bases, incluyendo la estrategia de incorporar a Movimiento Ciudadano. El régimen morenista concentra el poder a contrapelo de las diversas reformas políticas que han reconocido la pluralidad política y forjado la institucionalidad democrática. Movimiento Ciudadano debe tener claridad. Se equivocaría rotundamente si confía en el desierto para su crecimiento.

Ciudadanos y militantes de los diversos partidos debemos estar conscientes de que en el 2024 está en juego la democracia del país. Se mantiene la vigencia de las instituciones o nos alcanza el pasado del México de un solo hombre. El bien superior de la nación exige la suma de todas las fuerzas democráticas. La próxima no es una elección más: es la elección.

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