EDUARDO MERAZ
Son evidentes las inquietudes en Palacio Nacional, de cara a las próximas elecciones. Las constantes visitas de gobernadores de Morena al presidente sin nombre y sin palabra son indicios claros de un panorama poco alentador para el oficialismo, a pesar de las cuentas alegres y la supuesta felicidad de la población.
Los pretextos pueden ser muchos, pero en realidad se confirma la especie de la existencia del “cuarto de guerra” en el palacete virreinal, teniendo como el orquestador de la o las campañas al titular del ejecutivo. Por más intentos de minimizar a la oposición, lo único cierto son los temores cuatroteísta a la derrota.
A pesar del discurso encendido e incendiario del mandatario palaciego, el impacto del teatro en atril mañanero cada vez es menor, tanto por la reiteración de frases como por las evidencias de ser un mensaje mentiroso y sin sustento real.
Si bien no se puede hablar de los desvelos presidenciales, pero sí de las desmañanadas, la narrativa empieza a mostrar signos de amargura, sabedor del paulatino abandono de sus correligionarios al haber entregado el “mítico” bastón de mando y empieza a ganar terreno el sentimiento de incomprensión por parte de sectores hasta hoy aliados.
Sin embargo, este pesar del presidente totalmente Palacio Nacional de ninguna manera puede creerse es nuevo. Prácticamente toda su vida ha vivido con este calvario, pues como todas las personas amargadas, nada los satisface, critican, se quejan de todo, siempre están enojados, son ofensivos.
De acuerdo con estudiosos, la amargura puede transformar el carácter de una persona, y su comportamiento reflejará negativismo, dureza, severidad, rencor y odio; “cualidades” innatas en el ex bastonero principal morenista, las cuales exhibe todos los días.
Profundo conocedor de las limitaciones de Claudia Sheinbaum convoca a los “gobers preciosos” del cuatroteísmo para forzarlos a otorgar su respaldo incondicional a la chica de la cola de caballo, al amparo de la versión guinda del “haiga sido como haiga sido” de Felipe Calderón.
De acuerdo con conversaciones filtradas, en estas reuniones con los mandatarios estatales de Morena y aliados, la instrucción ha sido precisa “cueste lo que cueste”, pues una derrota electoral o un triunfo estrecho podría implicar un paso poco brillante a la posteridad, en el mejor de los casos.
La supuesta felicidad del pueblo bueno y sabio no debe ser tanta si el gobierno morenista, en sus tres niveles, tratará por todos los medios -lícitos, ilícitos y lisitos- de recompensar cinco años de servicios públicos mediocres o inexistentes, especialmente en educación y salud.
La inseguridad, violencia e impunidad vividas a diario por millones de mexicanos difícilmente pueden resarcirse con dádivas o nuevas promesas de más abrazos, cuando ni siquiera la propia clase política se encuentra exenta de pasar a formar parte de las estadísticas, de ser uno de los tres asesinados cada hora, que se cometen en un país sin guerra.
Y el engaño de la gratuidad de ayudas y servicios, cuando esta administración aumentará en 6 billones de pesos la deuda pública, seis veces o más de lo que significó el Fobaproa.
Para nadie son secretos los trastornos originados por el presidencialismo mexicano en quienes ocupan la titularidad del ejecutivo. En el presente sexenio, se ha acentuado la amargura del mandatario, lo cual se ha traducido en forma negativa al volverlo resentido y atormentado.
Si se acrecientan temores y amarguras en Palacio, tendremos un proceso electoral con muchos sobresaltos.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
La invitación y desinvitación de senadores de Morena a la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, refleja la falta de control en las filas guindas, por lo cual la ministra Norma Piña rechazó acudir al Senado, porque “estoy imposibilitada para acudir en representación del Poder Judicial de la Federación, ante la falta de condiciones para llevar a cabo un diálogo institucional entre Poderes”.
@Edumermo