PULSO/ Ni amor ni paz

EDUARDO MERAZ. A los clérigos les ofrece amor y paz, a los periodistas les pide no desgarrarse las vestiduras, a pesar de que ambos sectores son objeto del oscuro deseo del crimen organizado porque ambos han mostrado evidencias de la “sinergia” existente entre autoridades y bandas delincuenciales.

Con sacerdotes y pastores busca la redención, con los medios de comunicación la rendición, para que los primeros le perdonen sus pecados y los segundos no hagan públicas fallas, omisiones y trapacerías de una administración incapaz de ofrecer garantías de seguridad a bienes y personas, tranquilidad, trabajo, salud y posibilidades de desarrollo.

El promedio de 80 asesinatos diarios durante lo que va de la gestión del presidente sin nombre, sin gracia y sin lucidez, al inquilino temporal del franciscano Palacio Nacional no le conmueven, como cuando no estaba en el poder y reclamaba a voz en cuello por la sangre derramada.

Hoy, al frente de los destinos del país, los reclamos sociales que antes enarbolaba ahora le parecen exigencias producto de la mano negra del conservadurismo. Las demandas de medicamentos de los padres de niños con cáncer son afanes golpistas, aunque alrededor de tres mil infantes hayan perdido la vida, pero en cambio se ofende por el escarnio que hacen de la constitución física del zocoyote.

En su teatro en atril mañanero el mandatario sin nombre es capaz de derramar una lágrima por el hijo primogénito denunciado por conflictos de interés, pero no se conduele por la desaparición o muerte de miles de niños, niñas y adolescentes a manos de los grupos criminales.

Tampoco le duelen los más de medio millón de fallecidos a causa de la pandemia, por falta de un sistema de salud con amplia y eficiente cobertura; prefirió destinar el dinero de los contribuyentes a sus obras insignia que, hasta el momento, en lugar de haber representado un beneficio, han representado sobrecostos, endeudamiento y ninguna funcionalidad.

A lo más que su humanismo lo ha llevado, es a sembrar un árbol en las zonas verdes de Palacio Nacional. Esa es la máxima expresión del profundo amor cristiano  que guía los actos de gobierno del mandatario sin nombre.

Evitar la violencia no es suficiente para el perdón del pecado de omisión en el cual se encuentra el ejecutivo sin gracia, por lo cual su búsqueda de redención parece algo improbable, ante los hechos de no haber actuado correctamente ante las injusticias y crímenes cometidos por funcionarios y delincuentes.

Tampoco podrá el presidente sin lucidez eludir el delito por abstenerse o negarse a combatir la inseguridad y la violencia con los instrumentos que la propia Constitución le confieren: el uso exclusivo de la fuerza, sobre todo cuando predica que no le vengan con el cuento de que la ley es la ley.

Y peor aún cuando pretenden utilizar la conjunción del pecado y el delito de omisión, como si fueran armas de sus adversarios, a los cuales acusa de estar apergollados a la mafia de los conservadores que, sin embargo, en tiempos cuatroteístas, se transfiguran -fueron purificados- en ejemplo de austeridad e institucionalidad.

Este desgarramiento de vestiduras e ideológico, seguramente no acercará a los mexicanos a la república amorosa que pretendía erigir, ni tampoco a una paz duradera, mientras no exista reconciliación con aquellos grupos sociales a los que ha ofendido de palabra y obra, por comisión o por omisión.

He dicho.

EFECTO DOMINÓ

La inseguridad en el país cada vez pesa más sobre las decisiones de inversión, revela una encuesta de la Coparmex, Además, señala que los delitos de extorsión y cobro de derecho de piso ya se ubican entre los que más afectan a los negocios , por lo que el sector privado hace un llamado urgente para cambiar la estrategia de seguridad nacional.

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