EDUARDO MERAZ. La mediocridad gubernamental ha sido inoculada a toda la clase política, a todos los partidos y a algunas áreas empresariales, donde las ambiciones de poder se han impuesto a lo largo y ancho del país.
La degradación de la investidura presidencial se ha trasladado a todos los ámbitos y de manera señalada a los partidos políticos, cuya función de representación entre el poder y los ciudadanos ha sido secuestrada por cotos y tribus que se llena la boca al hablar de democracia que, en los hechos, no practican.
Los intereses ciudadanos han perdido relevancia. Gobierno y partidos políticos, en tiempos del cuatroteísmo, son escenario de luchas intestinas para ver quién obtiene la mayor tajada de los recursos públicos, para lo cual no paran en mientes en asociarse con la ilegalidad.
Han hecho del derecho de piso, vía la persuasión o la imposición el modito o método privilegiado para hacerse de posiciones y recursos. Y en esa cruenta lucha, las normas y la sociedad en no pocas ocasiones se convierten en estorbosas nimiedades que no vale la pena tomar en cuenta.
Conforme se aproxima el final del mandato del presidente sin nombre y sin gracia, principal causante del incremento de la pobreza económica y política que vive México, el retroceso ético aumenta y cada vez adquiere formas más primitivas de convivencia.
La sucesión adelantada en el morenismo, ya contaminó a los demás partidos políticos, que se encuentran inmersos en una batalla por controlar a los grupos que inciden con mayor fuerza en la designación de candidatos.
El síntoma más evidente de esta corrupción se manifiesta en todos los partidos políticos. En nuestros días, prácticamente perdieron identidad ideológica y las diferencias entre ellos son prácticamente inexistentes.
Sus planteamientos para convencer a los votantes son tan similares, que de hecho hay una simbiosis. El valor común que, en apariencia, orienta sus actividades es “el cambio”; todos lo postulan, pero ninguno es capaz de explicarlo con precisión. Lo mismo puede significar retroceso -como sucede en este sexenio-, que salto al vacío.
Todos se autonombran los elegidos para llevar al país al paraíso y, por ende, los otros son casi casi la encarnación demoníaca de las etapas más oscuras de la historia nacional. Y los otros son tanto correligionarios como competidores.
No se trata de disputas por ensanchar la vida democrática; por el contrario, su propósito es limitarla al máximo. En el caso de Morena, se busca disfrazar el “dedazo” del guía espiritual, a través de la reedición de sus consultas gansito, ahora llamadas encuestas.
En el PRI, su líder, luego de la “decena trágica” de las gubernaturas perdidas, cree tener la varita mágica para apropiarse de la candidatura presidencial, en vez de trabajar en la cura de un partido en agonía, cada vez más parecido al PRD, que ya se encuentra en estado comatoso.
El PAN y Movimiento Ciudadano parecen ser los únicos partidos con posibilidades de mantenerse en la arena política sin muchas dificultades, pero con poca disposición a trascender las limitaciones de caminar por separado.ç
Sin una profunda “reingeniería partidaria”, los venideros procesos electorales, mostrarán la versión miserable de las dirigencias partidistas, de los propios partidos y del sistema político mexicano. Lo peor sería que los ciudadanos nos acostumbremos a la mediocridad prevaleciente en nuestros días.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Los asesinatos de políticos en el sureste mexicano en los días recientes, dan cuenta de cómo la excesiva presencia del mandatario sin gracia y de los grupos delincuenciales han corroído el tejido social en la región.
@Edumermo