PULSO/ Lecciones de las elecciones

EDUARDO MERAZ. Más allá de los triunfos y derrotas que trajo consigo la jornada electoral reciente, el principal obstáculo para la democracia en México es la apatía ciudadana, tanto por los malos gobiernos federal y locales como por el hastío hacia los políticos de siempre.

Los números no mienten: de un total de 11.7 millones de votantes registrados en las seis entidades, únicamente acudieron a las urnas menos de cinco millones, lo que habla de un abstencionismo de alrededor de 60 por ciento; ese es el nivel de desinterés -para no decir desprecio- para la clase política.

De 2018 a la fecha, la presencia de los votantes en las urnas ha ido disminuyendo, lo cual resta representatividad a quienes alcanza un cargo por elección.

Si en ese año, el actual presidente sin nombre y sin gracia obtuvo 30 millones de votos, también significó que otros 60 millones de mexicanos le negaron su respaldo, por abstención o por tener otra preferencia.

Tres años después, para renovar la Cámara de Diputados y varias gubernaturas, no obstante su excelente gobierno -según dice el cuatroteísmo- y con tres millones más de electores, el oficialismo apenas obtuvo poco más de 20 millones de votos, mientras la alianza opositora 23.5 millones.

Ciertamente obtuvo 11 de los gobiernos estatales en disputa, pero perdió la mayoría calificada en el Congreso y la mitad de la Ciudad de México.

Un año después, Morena y aliados alcanzan cuatro de las seis gubernaturas en juego, que serían dos terceras partes de su proyección seis de seis, pero con una votación similar -proporcionalmente hablando- a la obtenida en 2021.

Del total de votantes en las seis entidades, únicamente 2.7 millones sufragaron por el oficialismo. Eso significa que 9 millones de electores le dieron la espalda; poco más de tres veces de los votos recibidos.

Si en 2018, fueron dos terceras partes las que optaron por un proyecto diferente, en 2022 casi fueron tres cuartas partes de votantes los que lo hicieron, a pesar de que según el mandatario sin nombre todo va muy bien.

Además, en esta jornada electoral, votaron por gobiernos anteriores -como ocurrió en 2018 y 2021-; es decir, contaban con el descontento ciudadano; condición que, en el caso de la oposición, era lógico el rechazó que tendrían de parte de los votantes.

Restan Coahuila y el estado de México, para que termine la primera ronda de gobiernos previos. Y a partir de 2024, los ciudadanos podrán calificar, en las urnas, la gestión del cuatroteísmo, ya sin el presidente sin gracia en las boletas y con corcholatas ya muy talladas y sin las cualidades del ocupante del “franciscano” Palacio Nacional.

La alianza opositora, tampoco tiene mucho por presumir; la pobreza de sus números alcanzados el pasado domingo, menos de dos millones de votos, casi una sexta parte de los potenciales votantes, es manifestación clara del rechazo ciudadano.

Los yerros de los gobernantes, sumados al desprestigio de varios de sus dirigentes y candidatos, no son un buen punto de arranque para los procesos electorales de 2023 y 2024.

Los tres alegres compadres -los dirigentes nacionales del PAN, PRI y PRD-, deberían hacer una reflexión sería de la profunda caída entre 2021 y 2022 en las preferencias ciudadanas, para saber cuánto es atribuible a ellos, cuánto a sus candidatos y cuánto más a sus posturas políticas.

Las lecciones del pasado 5 de junio y cómo las asuman, demostrará el grado de arterioesclerosis y de envejecimiento cerebral -Porfirio Muñoz Ledo, dixit- que tienen todos los partidos políticos.

He dicho.

EFECTO DOMINÓ

Aun cuando el gobierno de Estados Unidos “entiende” la decisión de no asistir a la Cumbre de las Américas, de parte del presidente sin nombre y sin gracia, seguramente tendrá efectos indeseados en la relación entre ambos países; migración y narcotráfico irán cobran relevancia en la agenda, lo mismo los asuntos laborales y medioambientales.

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@Edumermo

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