
EDUARDO MERAZ
En el calendario mexicano, el 2 de octubre no se olvida, no porque lo diga la consigna, sino porque en la médula de la historia nacional quedó tatuado el eco de los disparos, el silencio de los cuerpos y la mirada rota de una generación que soñó con libertad.
Hoy, más de medio siglo después, los fantasmas de aquella noche parecen haber cambiado de ropaje, pero no de intención.
Una nota informativa aparecida este 2 de octubre habla de la ascensión al poder de líderes estudiantiles, algunos de ellos desde 1968. Y queda claro el “trauma represor” en sus mentes y como en sus enfebrecidas ideas, el espíritu de Gustavo Díaz Ordaz domina sus pensamientos.
Hoy, como gobernantes -en su papel de cantineros- quieren restaurar el modelo autoritario de los años 60 del siglo pasado, cuando el gobierno era dueño de vidas y bienes de la gran mayoría de los mexicanos y castigaba o reprimía cualquier expresión de disidencia, inconformidad o anhelo libertario.
En los días presentes, estamos viendo una reedición de la espectral dupla Gustavo Díaz Ordaz-Luis Echeverría Álvarez, aunque hoy el oficialismo guinda ocupa a la “milicia legislativa” para coartar derechos y libertades.
Así, esos líderes estudiantiles capaces de originar movimientos libertarios, hoy, dominados por el “síndrome de Tlatelolco” -en sustitución del de Estocolmo- anhela volver a instaurar un régimen dictatorial, absolutista, cuasi feudal, como el existente en l década de los 60.
No por nostalgia, sino por añoranza; lo cual los ha llevado a desarrollar una patología política que transforma el trauma en doctrina, la represión en método, y la memoria en instrumento de control.
Ya no se necesitan tanques ni bayonetas; el autoritarismo cuatroteísta ha aprendido a vestir de civil, a hablar en conferencias matutinas y a legislar desde curules guindas. El “supremacismo legislativo” no porta fusiles, pero sí iniciativas que cercenan derechos, que reescriben la Constitución como si fuera un menú de cantina, donde el poder se sirve al gusto del gobernante.
Los afanes revanchistas de esos dirigentes juveniles, hoy ya en la madurez o, de plano, otoñales, los han llevado, desde fines del sexenio anterior, a cambiarle hasta el modo de caminar al marco normativo del país, para acomodarlo a sus sueños de inmortalidad.
Las más de tres decenas de iniciativas de reformas a las leyes y a la Carta Magna enviadas por López Obrador y Claudia Sheinbaum se orientan a otorgar al gobierno todo el poder y, sin atender ni entender las leyes básicas de la economía, quien instaurar la versión 2.0 del Estado benefactor o de “papá gobierno”, con una sociedad silenciosa y de rodillas y una autoridad que decide, protege, castiga y premia.
El síndrome de Tlatelolco no es solo una metáfora; es una advertencia: la reencarnación del tándem Díaz Ordaz–Echeverría. Ahora sin tanquetas pero con decretos, se esconde el deseo de restaurar un régimen absolutista, cuasi feudal, donde el Estado no acompaña, sino que domina.
Los viejos líderes, ahora en la madurez otoñal, parecen haber confundido la inmortalidad con la permanencia. Desde el sexenio anterior, han emprendido una cruzada normativa que busca moldear el país a su imagen y semejanza.
En este contexto, la reciente modificación a la Ley de Amparo —con el polémico artículo transitorio que la vuelve retroactiva— es más que una anécdota legislativa; Es una muestra del desprecio por los principios jurídicos básicos, una señal de que el poder ya no se limita a gobernar el presente, sino que quiere reescribir el pasado
Este ordenamiento va en línea con las llamadas “Ley Censura”, la ley sobre desaparecidos y de población, con la CURP biométrica, el nuevo Código Fiscal para controlar redes sociales y plataformas y todas aquellas por las cuales el gobierno se vuelve “metiche” en diversas áreas productivas.
El Estado no es un padre, sino un servidor. De otra forma, el 2 de octubre será solo una fecha más, un recuerdo sin eco, una herida sin cicatriz.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Además de “tiempo de mujeres”, en este otoño de 2025, también estamos viviendo “tiempos de And(y)anzas”, donde los recorridos y tours políticos pueden concluir en vacaciones permanentes para muchos integrantes de la clase política -de todos los partidos- después de las “extenuantes” jornadas de trabajo y encuentros con amistades mal vistas por la familia sanguínea o putativa.
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