
EDUARDO MERAZ
Resignación podría ser el nombre del juego, si tomamos en cuenta los resultados ofrecidos por la actual administración federal, pues la resignación ha dejado de ser un estado del alma para convertirse en paisaje nacional.
Resignación extendiéndose como niebla espesa sobre las montañas de la Huasteca, donde la lluvia no sólo arrastró tierra y casas, sino también la esperanza.
Estado de ánimo plasmado en alguna de las imágenes captadas después de las lluvias torrenciales en la Huasteca; condición de vida arrasada tanto por la naturaleza como por la irremediable ineptitud de sus gobernantes.
Indolencia oficial perfectamente dibujada en esa imagen sacada de una pintura de soledad, donde la presidenta Claudia Sheinbaum aparece sola, rodeada de agua y silencio, y los pies en medio del fango, como si el país entero se hubiera convertido en un lienzo de abandono.
Y mientras la gente se ve, se siente abandonada a su suerte, los gobernantes de los tres niveles luchan denodadamente por encontrar el mejor pretexto para justificar su indolencia antes, durante y después del meteoro climático.
Los reclamos por ayuda se ahogan en el lodo o son silenciados por la propia titular del ejecutivo, sirviendo de ejemplo para que los gobernantes de los tres niveles se enreden en el arte de la evasiva, buscando el pretexto más elegante para justificar su ausencia, su parálisis, su ausencia, antes, durante y después del meteoro: siempre tarde, siempre lejos.
Pero la tragedia no se limita a los aguaceros extraordinarios; no es sólo en las desgracias donde se ha evidenciado la estatura de los gobiernos cuatroteístas; también ha quedado exhibida su ineptitud enciclopédica, al provocar el paro de campesinos y agricultores de 20 entidades federativas por la cerrazón oficial para pagar precios justos por los alimentos.
La indiferencia y falta de entendimiento de las cuestiones agrícolas y de la gente que cultiva la tierra, que alimenta al país, que pide lo justo: precios dignos por sus productos. Y lo que recibe es cerrazón, desprecio, burocracia; el campo se convierte en otro escenario de la resignación, donde la tierra fértil se seca bajo el sol de la indiferencia oficial.
Frente al desamparo en el que han quedado decenas de miles de viajeros, transportistas, comerciantes, productores y paseantes atrapados en las carreteras por -hasta el momento- más de dos días, sin contar con las condiciones para sobrellevar la adversidad: sin alimentos, agua, sanitarios, expuestos a los cambios de clima, etcétera, son personajes de una novela de realismo cruel.
La adversidad se convierte en rutina, y la rutina en costumbre en estos tiempos del cuatroteísmo, donde México, se ha vuelto el país de la espera eterna.
La resignación, entonces, no es sólo una emoción, más bien parce una condena vuelta política pública; telón de fondo de cada mañanera, cada discurso, de cada boletín, de cada imagen oficial, donde el hueco de la realidad se lleva de engaños y mentiras.
Es el gesto congelado de quienes gobiernan sin mirar, sin escuchar, sin sentir. Es el eco de una falsa promesa que nunca llegó, de una transformación que se quedó en eslogan.
Y sin embargo, el pueblo sigue, la gente no se rinde, aunque la resignación le ronde como sombra, porque en el fondo, hay algo que no se puede arrastrar con la lluvia ni sepultar con el lodo: la dignidad.
Tal vez lo irremediable no sea la tragedia, sino la mala costumbre de aceptarla. El verdadero desastre no está en los meteoros, sino en la mirada que se aparta, en la voz que calla, en el poder que se esconde, y se vuelve resignación fatal.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
A paso seguro y constante, el gobierno de la 4T va perdiendo la confianza de la gente; los desastres de octubre aumentarán el declive, impulsado por los propios yerros oficiales.
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