EDUARDO MERAZ. Si nos basamos en experiencias previas, sobre todo en materia de salud para combatir la pandemia, donde decenas de veces se nos dijo que el coronavirus estaba domado, entonces la percepción del presidente sin nombre, sin gracia y sin lucidez, de estar domeñando el problema de la inseguridad y la violencia, no es garantía de absolutamente nada.
De acuerdo con cálculo de organismos nacionales e internacionales, el número de muertos asociados al Covid-19 es el doble de los estimados oficialmente, lo cual significa que México aportó el 10 por ciento de los decesos ocurridos a nivel mundial por este virus; es decir, tuvo un impacto indomable por lo errático y fallido de las medidas recomendadas por el vocero de la pandemia, Hugo López Gatell.
Algo similar sucede con la corrupción, donde el ondear del pañuelito blanco, bastante percudido, cuando el desfalco por alrededor de 10 mil millones de pesos a Segalmex, guarda el sueño de los justos y quien fue su titular, Ignacio Ovalle, goza de un puesto en la Secretaría de Gobernación.
Baste recordar cómo en diversas ocasiones el mandatario sin nombre decía que los grandes actos de corrupción se hacían con el conocimiento o consentimiento del titular del ejecutivo. Así, estaríamos ante la imposibilidad de ignorancia del inquilino temporal de Palacio Nacional de un fraude por el doble del presuntamente cometido con la llamada estafa maestra.
Más aún si el propio presidente sin gracia reconoció hace unos días que, lamentablemente, la corrupción sigue vivita y coleando en los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Si hace esa declaración es por tener conocimiento de tales ilícitos y, sin embargo, no los denuncia o insta a las autoridades a iniciar las indagatorias pertinentes.
Después de tres años de operación de la Guardia Nacional y de haber triplicado el número de elementos en tareas de seguridad pública, el 80 por ciento pertenecientes al ejército y la marina y asignándoles miles de millones de pesos de presupuesto y el establecimiento, hasta el momento, de 250 cuarteles.
Sin embargo, en una concepción poco ortodoxa de la seguridad pública, el presidente sin lucidez, ha asignado a la Guardia Nacional, labores de policía fronteriza para contener la migración, principalmente centroamericana, para -con o sin dobleces- complacer a su vecino del norte.
La reducción marginal en el número de homicidios dolosos no puede considerarse como tener domada la inseguridad y la violencia, sobre todo si consideramos que en números absolutos los asesinatos son los más altos de la historia. Las propias cifras oficiales indican que los muertos del cuatroteísmo, en cuatro años, ya superan los 135 mil, más del doble al cuatrienio de Felipe Calderón y más del 60 por ciento del de Peña Nieto.
El camino militarista en el campo de la seguridad pública, reeditado por el presidente sin gracia, en realidad quiere darle formalidad -aunque sea inconstitucional- a lo ya existente de facto, aun cuando está demostrado que si se aplican las mismas acciones difícilmente se obtendrán resultados distintos.
La pretensión presidencial por hacernos creer que con la militarización se logrará controlar la inseguridad y la violencia, es la envoltura del dulce envenenado que quiere nos traguemos, cuando en el fondo lo que quiere domar son libertades y democracia.
La historia del país demuestra que los mexicanos somos un pueblo indomable; eso lo debería saber el aspiracionista a domador.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Una vez incorporada a la Sedena, la Guardia Nacional se pasa de “metiche” y hace recomendaciones en materia de libertad de expresión en redes sociales. Y postula: “analiza si tus comentarios o publicaciones podrían afectar a alguien; convive y comunicate sin faltar el respeto a los demás; y recuerda que tus acciones en el mundo virtual pueden tener consecuencias en la vida real.
Así o más claro el objetivo de militarizar a la Guardia Nacional.
@Edumermo