EDUARDO MERAZ
Conforme se acerca la fecha de toma de posesión como presidente de Estados Unidos, Donald Trump ha dejado sentir su estilo personal de gobernar hacia sus principales socios comerciales: guerra, ya sea fría, tibia o caliente.
Batalla que arrancó con la amenaza de imponer aranceles a México, Canadá y China, como una forma de equilibrar su balanza y disminuir el déficit comercial, el más elevado a nivel mundial, hasta sus sueños húmedos de convertir a México y Canadá en dos estrellas más de la bandera estadounidense.
Las propias dificultades y debilidades de la sociedad norteamericana: pérdida de competitividad en su aparato productivo y una sociedad consumida por el uso de opioides, constituyen los frágiles flancos que Donald Trump pretende ocultar.
La porosidad de la frontera estadounidense, al norte y al sur es, por el momento, el origen de todos los males del gobierno de Estados Unidos. Y desde la “cosmogonía trumpiana” está condición necesita modificarse sustancialmente, junto con sus consecuencias nocivas.
Por eso, Donald Trump se muestra enardecido e intolerante ante cualquier opción diferente a la suya, pues para él todos los males de Estados Unidos son foráneos y deben acabarse lo más pronto posible.
Limitar los intercambios de bienes y servicios, mediante el incremento de los impuestos de importación, en realidad indica que Trump quiere estrechar o ahogar el paso de los mismos, fue su primer movimiento.
En un segundo momento, amenazó con invadir el territorio mexicano -y de ser necesario, también el canadiense- para eliminar a los líderes de traficantes de drogas.
Y en la última “trumpiada de la cumbiancha” quiere convencer a mexicanos y canadiense de ser anexados a Estados Unidos, con lo cual recibirían los beneficios de convertirse en otras dos estrellas de la bandera estadounidense y ser recipiendarios del “american dream”.
La apuesta final del próximo mandatario de Estados Unidos parece ser directamente proporcional a sus baladronadas, no exentas de falsedades. Pero lo realmente preocupante son los afanes expansionistas y colonialistas, al más puro estilo de su próximo homólogo ruso, Vladimir Putin.
Mal haría el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum de desestimar las “trumpadas” del Tío Sam, como se le conocía hace medio siglo, pues es innegable el espíritu guerrero y poco apegado a la ley de Donald Trump.
De hecho, estaría dispuesto a llevar a cabo una especie de “guerra” contra Canadá y México, a quien ve como enemigos potenciales para su seguridad y le es necesario intimidar.
Todo indica que nadie saldrá indemne de este lance, de cara a la renegociación-revisión del T-MEC. La actitud asumida por Justin Trudeau y Claudia Sheinbaum en estos primeros escarceos no inspira confianza.
En cuanto llegue el 20 de enero, sabremos si las batallas futuras y del porvenir serán “frías, tibias o calientes”.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
La bacteria cuatroteísta en el Congreso ya provocó la muerte de los organismos constitucionalmente autónomos, dejará en calidad de zombie al poder judicial y al árbitro y juez electorales, y al sistema de salud en terapia intensiva.
Ya se verá si ese porrismo legislativo aflora en el duelo con Estados Unidos.
@Edumermo