EDUARDO MERAZ. Fiel creyente del embrujo de su palabra, oblada de mentiras y medias verdades, en la cual esconde sus apetitos absolutistas, nos viene con el cuento de la seguridad nacional como hechizo remediador de todos los males causados por sus caprichos.
Es tal la dislexia ideológica del gobierno cuatroteísta que no haya cómo remediar o, al menos, remendar y justificar ilegalidades, tropelías, agandalles y políticas fallidas que sólo han servido para malgastar el dinero de los contribuyentes, queriendo vendernos la idea de que todo es por el bien del pueblo.
Sin embargo, hoy los mexicanos debemos más, alrededor de 15 mil pesos por persona -un Fobaproa cuatroteísta-, y las supuestas soberanías alimentaria y energética están cada vez más lejos de alcanzarse.
En los casi cuatro años de desgobierno, la deuda pública ha crecido en poco más de dos billones de pesos, a pesar de la austeridad republicana. Por lo visto en los años previos, la pobreza franciscana, como fase superior de una gestión fallida, puede convertirse en un endeudamiento mayor, tanto por factores internos como del exterior.
La imposibilidad de corregir el desastre causado en casi todos los rubros durante el tiempo que le queda, va forzando al presidente sin nombre, sin gracia y sin lucidez a adoptar medidas contrarias al buen gobierno, como son la transparencia y la rendición de cuentas, campos en los cuales simplemente está reprobado.
Entre las medidas de autoprotección instrumentadas, el pasado noviembre de 2021, el mandatario sin nombre creyó encontrar la varita mágica para dar larga vida a la opacidad en la cual se mueve a sus anchas y así dio a conocer un acuerdo por medio del cual todas las obras que el gobierno considere estratégicas podrán quedar a resguardo del escrutinio público, bajo el término de seguridad nacional.
Este afán de ocultamiento sobre cómo gasta nuestros impuestos, manifestado con antelación durante la pandemia, en realidad es muestra irrefutable de su debilidad por evadir la entrega de cuentas, método que ya había aplicado cuando fue jefe de gobierno del entonces Distrito Federal.
Una vez más, hace ostentación de su proclividad hacia el dulce encanto de la seguridad nacional, a manera de conjuro salvador, aunque en el fondo su verdadero interés radica en asegurar total impunidad para él, su familia y cercanos colaboradores.
Si en principio, este manto protector estaba dirigido a obras estratégicas, los sobrecostos registrados en sus caprichos y la corrupción que aflora en casi todos sus programas de supuesto beneficio social, seguramente lo conducirán a estirar al máximo la negra capa sagrada de la seguridad nacional.
Asegurar que nadie se entrometa en las cuentas públicas ni descalifique sus sueños guajiros, son el trasfondo de sus discursos de las últimas semanas, que no obstante ser encendidos, ya no conmueven, son ya muy pocos los que le compran su letanía mañanera de los conservadores.
Por eso, siguiendo el manual del populismo, aventura batallas imaginarias con extranjeros y apela al encantamiento de las versiones decimonónicas de la soberanía nacional, el nacionalismo, la independencia, cuando en sus tratos con su principal socio y objeto de sus diatribas ha hecho concesiones como nunca antes.
El dulce engaño, que no encanto, de la seguridad nacional es el penúltimo recurso del presidente sin lucidez, para tratar de medio limpiar el tiradero del gasto público.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Los sueños, sueños son y el presidente sin gracia aseguró que su “sueño es que cuando termine mi mandato haya más igualdad y no haya pobreza”; también aseguró que no le va a fallar al pueblo de México y que jamás permitirá en el país una dictadura.
@Edumermo