EDUARDO MERAZ. Será el sereno, la altura de la Ciudad de Mexico o saberse una de las corcholatas a destapar, pero en días recientes el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, ha vuelto a recuperar el carácter irascible y demasiado sensible de sus tiempos de gobernador, con tal de imponer su criterio.
Desde su inclusión como uno de los potenciales candidatos a la primera magistratura por Morena, quiere mostrar superioridad sobre todo y sobre todos. En el rincón de los trebejos quedó abandonada la sencillez con la cual llegó al gabinete.
Tampoco hace caso a la sabiduría popular tan reconocida y ponderada por el inquilino del franciscano Palacio Nacional, al pelearse con los representen de los partidos políticos, al abandonar el diálogo inicial; con las autoridades electorales, a las que quiere desparecer; con la iglesia católica, por el asesinato de sacerdotes, y hasta con la ciudadanía, en la que no confía.
El desechamiento de la reforma eléctrica, camino que seguramente recorrerán las relativas a la Guardia Nacional y la electoral, son clara señal de la limitada voluntad política de mediación, tarea por antonomasia asignada a la Secretaría de Gobernación. Los resultados arrojados en los últimos 12 meses, así lo demuestran.
El acercamiento inicial del tabasqueño, ha cedido su sitio a las puertas cerradas con tres candados del Palacio de Covián, donde los principales intereses están dirigidos a ganar las encuestas del partido guinda y a minar hasta casi el exterminio a la oposición.
La preminencia de esta «política autista» del responsable de la política interior, siguiendo el ejemplo del presidente sin nombre, sin gracia y sin lucidez tiene como finalidad mostrar a Adán Augusto como el más avezado de los discípulos de su paisano y el que, según sus panegiristas, garantizaría la firme continuación del modelo cuatroteísta.
En comparación con los otros contendientes morenistas, Claudia Sheinbaum -la chiva de rojo-, que simplemente es eco y de Marcelo Ebrard, que oscila entre la obediencia y cierto grado de rebeldía, Adán Augusto, sin ecesidad de la verborrea presidencial, tiene un comportamiento demasiado parecido al del presidente sin lucidez: agrede a todos los que no coinciden con él.
Por eso ha hecho de la desconfianza su principal arma y argumento frente a los problemas de gobernabilidad del país, por más acuerdos que firma con los gobernadores de los estados para entregarles recursos adicionales.
Así lo acaba de demostrar López Hernández en su encuentro con familiares de desaparecidos, a los que claramente les expresó, en reciprocidad a sus dichos, que tampoco confiaba en ellos. Poco faltó para endilgarles la frase favorita del mandatario sin gracia: provocadores enviados por sus adversarios, a fin de evadir cuestionamientos a su labor.
Sentirse una de las principales corcholatas lo ha llevado a un proceso simbiótico de personalidad con el titular del ejecutivo, como método de trabajo para alcanzar el edén de Palacio Nacional, sabedor de que el paisanaje no es garantía suficiente.
La desconfianza como instrumento político, si bien puede ser aconsajable, usarla de manera generalizada, sobre todo con los ciudadanos es desconocer la sabiduria popular, pues impide crear alianzas y aísla.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Destinar en dos meses 575 mil millones de pesos para supuestamente contener la inflación y decir que se va a reforzar la estrategia seguida, no es como para alegrarse. Si continuará el mismo ritmo, a fines del presente año, casi se habría utilizado sólo para este fin, casi la mitad del presupuesto autorizado para 2022.
@Edumermo