EDUARDO MERAZ. Una vez más la realidad se impone a los buenos deseos del presidente sin nombre y sin lucidez, de que los dos años finales de su gobierno a los mexicanos nos iba a ir muy bien, pues expertos internacionales prevén una débil evolución de la economía mundial, lo cual no es bueno para México.
Desde antes de la llegada de la pandemia, las medidas adoptadas por el mandatario sin gracia nos dejaron desarmados para lograr un desarrollo menos desigual, al provocar la profundización de las crisis económica y sanitaria, más allá del promedio y, en consecuencia, retardaron una mejor recuperación de las actividades productivas.
El estancamiento o poco dinamismo en los principales socios comerciales de México ya empiezan a tener efectos negativos en la generación de empleo, en la carestía de los productos básicos, en el precio de los energéticos y en casi todos los productos, como consecuencia de la guerra entre Rusia y Ucrania, que amenaza prolongarse por más tiempo.
Agotados los recursos del fondo de estabilización y de los fideicomisos, las posibilidades de cubrir los servicios básicos a los cuales está obligado el gobierno, radican en la recaudación de impuestos, campo en el cual, hasta el momento, la administración cuatroteísta ha mostrado ser eficiente en su cobro.
De manera adicional, buena parte de la población ha estado subsidiando al gobierno al tener que comprar medicamentos e insumos sanitarios para hacer frente a la pandemia, toda vez que la administración “cuentachiles” decidió no invertir lo suficiente en este rubro.
Este fue uno de los factores que se tradujo en el empobrecimiento de grandes núcleos de población y el aumento de la pobreza extrema, así como un importante deterioro en los salarios de los trabajadores, a pesar del aumento al salario mínimo, pues un gran número de empresas otorgan menos ingresos a sus trabajadores.
Si a lo anterior se agregan las elevadas tasas de inflación y de interés, el panorama resulta poco alentador para países como México, obligados a destinar mayores recursos al pago de sus deudas, en vez de destinarlos a atender las necesidades básicas de sus habitantes.
Por ejemplo, después de varios meses de subsidiar las gasolinas y no contribuir a una mayor carestía, el gobierno ha decidido empezar a retirarlos de manera paulatina, pues eso afecta la salud de las finanzas públicas, con su consecuente impacto en la inflación.
El retraimiento o poco dinamismo de la economía en casi todo el mundo, trae como consecuencia menor captación de impuestos, lo cual obliga, en nuestro caso, a pasar de la austeridad republicana a la pobreza franciscana, lo cual implica una disminución per cápita de los recursos públicos en beneficio de la población.
En el caso de México esta condición es más grave si tenemos en consideración la poca transparencia y la discrecionalidad con la que el oficialismo ejerce el gasto público, sin objetivos claros y metas precisas, como ocurre con sus obras emblemáticas, que nos han salido mucho más caras y sin arrojar beneficios aún.
Así como la pandemia nunca estuvo domada ni tendremos un sistema de salud como el danés, ni la inseguridad y violencia han disminuido, ni la corrupción ya fue desterrada, tampoco se ve factible que nos vaya a ir muy bien de aquí a que termine este sexenio perdido.
Prácticamente desde el 1 de diciembre de 2018, los mexicanos hemos vivido desarmados y en el desamparo, a causa de un gobierno indolente, ineficiente, mal hecho y corrupto que, eso sí, podrá presumir el millón de muertes registradas en un sexenio, como nunca antes.
El nuevo entorno internacional caerá al presidente sin lucidez como otro anillo al dedo, pues tendrá un pretexto adicional para justificar su fallida gestión.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Desarmado política e ideológicamente, el dirigente nacional del Revolucionario Institucional, Alejandro Moreno, quiere armar a las familias mexicanas ante la inseguridad rampante, como “política alternativa”, a fin de privilegiar los balazos y no los abrazos.
@Edumermo