
EDUARDO MERAZ
Aun cuando son tiempos de amor y paz, los conflictos entre países siguen: Ucrania-Rusia, por las llamadas “tierras raras”; Israel-Hamas, por costumbre; Venezuela-Estados Unidos, por petróleo y México-Estados Unidos por fentanilo, migrantes y armas.
Pero la mayor preocupación es la versión siglo XXI de la Guerra de los Pasteles.
En efecto, en la historia de México, las guerras no siempre se han librado con fusiles ni cañones y ya hubo una, la célebre Guerra de los Pasteles, derivada del reclamo de un repostero francés y terminó con barcos bombardeando San Juan de Ulúa.
Hoy, en pleno siglo XXI, la memoria de aquel episodio se reencarna en un gesto insólito: un mexicano lanzando bolillos contra Richard Hart, dueño de la panadería Green Rhino, en respuesta a sus críticas sobre la calidad del pan nacional. Una escena pintoresca, cuyo título podría denominarse la “Guerra de los bolillos”.
Sin llegar a los extremos masioseristas de la tortilla, el maíz o el petróleo, el episodio, más allá de lo anecdótico, revela una verdad incómoda: la piel del patriotismo mexicano es tan delicada como la corteza de un pan recién horneado. Basta una crítica extranjera para despertar la indignación, el reclamo de injerencia, la defensa airada de lo nuestro y a todo eso le llamamos injerencismo.
No hablamos aquí de petróleo, de maíz o de tortillas —símbolos mayores de nuestra identidad—, sino de un pan humilde, que un extranjero lo critique es, para algunos, casi un sacrilegio. Y la respuesta, aunque absurda, refleja la manera en que el nacionalismo se aferra a lo más mínimo, como si cada miga fuera un territorio que defender.
Pero si nosotros hacemos lo mismo a otras naciones, entonces se justifican como libertad de expresión, defensa de la voluntad de los pueblos y un sinfín de excusas para tratar de esconder o, al menos, disimular, el intervencionismo mexicano.
Actitud totalmente Palacio Nacional, donde lo mismo se opina sobre los procesos electorales de los países y a según la simpatías o el hígado, se validan y convalidan los resultados, pero cuando la crítica regresa, cuando la mirada extranjera se posa sobre México, entonces se levanta el muro del injerencismo, esa palabra-escudo para rechazar cualquier cuestionamiento.
Lo que se condena como intervención cuando viene de fuera, se celebra como libertad cuando sale de dentro; nodito vuelto un juego de espejos donde la coherencia se pierde y lo que queda es la conveniencia y connivencia políticas.
Sin embargo, este comportamiento medio metichón, de plano adquiere su máxima tonalidad cuando se trata de la vida política de los mexicanos. Desde el teatro en atril mañanero, los guindas son los dueños absolutos de la verdad y, todas las opiniones de otros no sólo son erróneas sino golpistas, sesgadas, disruptivas, como parte de una conspiración universal contra la llamada Cuarta Transformación.
Y así, el discurso se endurece, se radicaliza, se vuelve impermeable a la pluralidad, igual a un bolillo duro, difícil de digerir, pero fácil de desmoronarse, al perder la esencia que lo mantiene aglutinado: la complicidad.
La aireada de las mil y un tropelías de morenistas y aliados, incluido las distintas formas de huachicol está endureciendo y resecando al bolillo, en forma alguna es un asunto trivial; más bien con la mirada escudriñadora de Donald Trump podría escalar hasta convertirse en un conflicto internacional.
Una potencial Guerra de los bolillos hoy parece prematura, pero el inicio de las negociaciones del tratado de libre comercio, el T-MEC- podrían servir de pretexto a potenciales afrentas entre los socios, pues Estados Unidos se asume en los mismos términos mexicanos, pero con la fuerza del capital y el vigor de sus fuerzas armadas.
Frente a esta actitud expansionista de Donald Trump parece de poca monta la construcción de un relato donde la nación es víctima y el gobierno, su defensor.
Amar a México no significa cerrar los ojos ante sus problemas ni descalificar a quien los señala; en el fondo sabemos que hay verdades incómodas que preferimos no escuchar.
En tiempos de amor y paz, todo país tiene su guerra, sus motivos, sus heridas; y en Morena el endurecimiento ante lo otro, terminará por ser la etapa previa de su desmoronamiento.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Acuerdo con especialistas, las elecciones intermedias y en 17 estados de la república para renovar gubernaturas, seguirán el mismo camino que se aplicó para definir la candidatura presidencial que ganó Sheinbaum y que les dejó múltiples fracturas por las disputas y la guerra sucia entre correligionarios, así como el fuego amigo que avivó la división en la agrupación política, hoy más viva que nunca.
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