DULCE MARÍA SAURI RIANCHO+
SemMéxico, Mérida, Yucatán. “Es la primera vez en 200 años de la República, que recibe el reconocimiento de Presidenta Electa una mujer. Presidenta, con ‘A’”.
Quise comenzar con la cita de la intervención de la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, hace siete días, el pasado 15 de agosto, ante el Tribunal Electoral que le entregó su constancia de mayoría. De entrada, expresó una especie de exigencia-reclamo del género gramatical femenino para nombrarla. No es cosa menor frente a los misóginos de clóset, puristas del idioma y la Real Academia Española para quienes el femenino solo se debe utilizar coloquialmente para aplicarlo a la “mujer del presidente”.
Compromiso
No me detendré en abundar sobre el enorme compromiso contraído con las mujeres y las niñas de México por parte de la presidenta 2024-2030. Varias destacadas plumas feministas como las de Clara Scherer e Ivonne Melgar han realizado apuntes precisos hacia el pasado que hizo posible este presente de mujeres. Por mi parte, no sólo quiero destacar que se trata de la primera en 200 años, sino también de la titular del poder Ejecutivo federal, en un sistema presidencialista, con plenas capacidades para tomar decisiones sobre el aparato administrativo en su conjunto.
Ella podrá diseñar las políticas públicas e impulsar los programas necesarios para alcanzar objetivos de bienestar y metas muy concretas que se traduzcan en avances reales de las mujeres para ejercer plenamente sus derechos: al trabajo, educación, salud, empleo remunerado y muy especialmente, a una vida libre de cualquier tipo de violencia. En sus declaraciones ha identificado como prioridad el desarrollo de un sistema nacional de cuidados que, al instrumentarse, hará posible compartir la responsabilidad del cuidado de las personas entre la sociedad y el Estado en todo su ciclo de vida, desde la más tierna infancia hasta la ancianidad. Crucial compromiso que, de cumplirse, beneficiará ampliamente a millones de mujeres, las cuidadoras en los hogares quienes, por realizar esa función, se han visto restringidas para educarse, trabajar con salarios dignos o simplemente, para disfrutar de momentos de ocio y descanso muy merecidos.
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No habría excusa posible si la presidenta Sheinbaum no logra “alinear” las acciones gubernamentales en su conjunto a favor de las mujeres. No tendrá las limitaciones de sus predecesores respecto al presupuesto disponible, pues su partido, Morena, y sus aliados políticos en el Congreso dominarán plenamente las comisiones camarales donde se aprueban los ingresos y se distribuye el presupuesto. Dinero habrá, la voluntad presidencial parece que también. Entonces, manos a la obra de la “revolución de los cuidados”.
La segunda cita trata una cuestión que, considero de la mayor relevancia. Claudia Sheinbaum dijo: “Sería pertinente convocar a un congreso de nuestro partido (Morena) en este mes de septiembre. Pienso yo es solo una sugerencia. Que actualice este nuevo proceso de la transformación. Nuestros documentos básicos, nuestros estatutos y que se pueda trazar una ruta clara que separe la labor del partido y la labor del gobierno en el proceso de transformación”. (Negrillas, DMSR).
De pronto me encontré en una especie de “déjà vu”, reminiscencias de noviembre de 1994, cuando al término de una reunión de la Comisión de Ideología del PRI, el presidente electo Ernesto Zedillo se refirió a la necesidad de establecer “una sana distancia” entre el PRI y el gobierno que encabezaría a partir del 1º de diciembre. Muchas veces me he preguntado hacia dónde hubiera transitado el sistema político y los partidos si no hubiera ocurrido, veinte días después del inicio de su mandato, el llamado “error de diciembre”, que cimbró la economía nacional y puso en un serio predicamento al régimen. La utilización de las mayorías legislativas absolutas y constitucionales que todavía el PRI mantenía, permitió la salida de la crisis económica, a costa de medidas claramente impopulares, como el incremento de la tasa general del IVA, dejando fuera (tasa cero) a alimentos y medicinas, como hasta la fecha. La “sana distancia” de entonces, en virtud de las circunstancias, se transformó en una “insana cercanía”, que salvó al régimen, pero hundió al PRI electoralmente.
Visión de estadista
Confieso que me sorprendió el planteamiento de Claudia Sheinbaum. Deja ver una incipiente visión de estadista, su comprensión sobre la necesidad de institucionalizar a la fuerza política mayoritaria que es Morena. A pesar de sus muy importantes triunfos, el partido en el gobierno es un agregado de tribus políticas en torno a un solo hombre, Andrés Manuel López Obrador.
El tránsito hacia una nueva presidencia, con su atribuciones constitucionales y políticas, requiere de un respaldo político-partidista que, en palabras de la presidenta electa, separe la labor del partido de las funciones del nuevo gobierno. Esta distinción sería un leve rayo de esperanza sobre la naturaleza del nuevo régimen político que habrá de surgir a partir del 1º de septiembre próximo.
El hecho de ser la primera mujer en la presidencia pesa mucho. Suceder a López Obrador, también. En cuanto a la “sana distancia” partidista, la incorporación a su gabinete del presidente y la secretaria general de Morena habla de que la cuenta podrá moverse a partir del 1º de octubre.
Por lo pronto, Mario Delgado va a Educación y Citlali Hernández, a la secretaría de la Mujer, de nueva creación. Este último nombramiento contradice las expectativas de inclusión y participación de las mujeres, con el riesgo de que el sistema nacional de cuidados se vuelva un tema dogmático y clientelar.
Y eso que falta superar la “prueba de fuego” de la sucesión en Morena el próximo septiembre.
Dichos y hechos
Espero que entre los dichos del 15 de agosto y los hechos de su gobierno haya muy poco trecho para Claudia Sheinbaum. Así lo exige el compromiso de “seguir construyendo un México libre, de bienestar; un México de derechos, en paz, fraterno, independiente, soberano, democrático y justo.
*Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán