
Sube la línea de mi vida con trazo igual
a tus volcanes y luego baja como
línea de corazón hasta mis dedos
Miguel Ángel Asturias Rosales
ARTURO SUÁREZ RAMÍREZ/ @arturosuarez
La vida política nacional bien podría desarrollarse dentro de una novela del realismo mágico; por lo menos, es alimento para creadores y para guionistas que en el cine han retratado la realidad del país. Como si se tratara de una obra de Gabriel García Márquez o de Juan Rulfo, lo histórico y lo fantástico conviven con lo cotidiano, mientras la política es el escenario predilecto para esa narrativa.
Por cierto, quien descansa en La Chingada fue artífice no solo de su partido, sino de la narrativa que incluye esos episodios fantásticos. Que no ganó la elección, pues me construyo una presidencia legítima. Que me digo víctima de fraude y presento unas cajas vacías. Que se terminó el dedazo del PRI, pero entrego el bastón de mando. Que me digo juarista, pero mando exorcizar la silla del Águila.
El encanto del realismo mágico consiste en presentar hechos extraordinarios, sobrenaturales o fantásticos como si fueran parte de la vida diaria, sin asombro ni cuestionamientos. En ese ejercicio narrativo, lo mágico no rompe con la realidad, sino que se funde con ella. Y dígame si no, estimado lector: por acá tenemos varios ejemplos. Otra joya de esa corriente es el libro del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, El señor presidente, donde se aborda la incapacidad de distinguir entre la realidad y los sueños.
Lo que vivimos el 1º de septiembre debe quedar como muestra de la disolución de fronteras entre lo mágico y lo real. Desde ahora lo digo: no se trata de discriminación o de clasismo —argumento que los morenos y sus fanáticos han abaratado—, aunque también seguimos teniendo mucho de eso. Las ceremonias y limpias de las que fueron objeto los nuevos ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación fueron solo un montaje. Si se escandalizaron cuando Fox, antes de jurar el cargo, fue a la Basílica de Guadalupe, ahora festejan esos ritos.
Insisto, no son los ritos como tales, porque en México, hasta hoy, tenemos la libertad de creer y la libertad de profesar la religión que se quiera. ¿En qué ayuda eso a la impartición de justicia? ¿Con eso México se vuelve incluyente de los pueblos originarios? ¿Es garantía de que se van a revisar y resolver los casos de injusticia de muchos mexicanos? ¿Qué no el juzgador debe ser imparcial?
No hace mucho, el impresentable Gerardo Fernández Noroña reconvino a la diputada Margarita Zavala por santiguarse en una sesión de la Permanente. Quizá Noroña tenga razón en la laicidad del Estado, que fue lo que argumentó, pero de las limpias y ritos… de eso, ninguna palabra. Puro teatro. Pero mejor ahí la dejamos.
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Hasta la próxima.
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