SARA LOVERA*. (SemMéxico, Ciudad de México). En el mundo real, el de ahora, luego de la tentativa de progreso, no lineal, de lento avance, buscando el equilibrio en lo humano y lo necesario, parecía una fundada esperanza pensar que las condiciones para las mujeres y muchos grupos marginalizados podrían cambiar.
Eso en nuestro país queda en quimera e ilusionismo. Bueno, hasta perderemos la posibilidad de que nuestros votos se cuenten y se cuenten bien. Esta no es una historia antigua y lejana; menos, cuando recuerdo apenas los tremendos debates internacionales en los que México estuvo muchas veces a la vanguardia. Lo que hoy sucede me produce una desazón indescriptible.
Allá, a esos debates íbamos las simples mortales a nutrirnos. Algunos de ellos se tradujeron en leyes e instituciones o políticas. De todo eso, casi no nos queda nada. Y es que estamos atrapadas por un espíritu destructor que nos ha dejado la boca seca. Las mexicanas no solo enfrentamos una violencia desmedida e inaceptable, sino que se nos ha despojado, en la práctica, de todo avance.
¿Qué es lo que México podrá llevar a la 67 sesión de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, que conoceremos como CSW67, a celebrarse en marzo próximo en Nueva York? ¿Cuál es el aporte a la discusión que llevará nuestra delegación sobre nuevas estrategias para tender puentes entre las mujeres de poder para lograr algo, sin dogmatismo partidario, muchas en otros tiempos propositivas o creativas?
¿Qué papel tendremos en las discusiones abiertas por la Comisión Interamericana de Mujeres, con motivo de su 95 aniversario este febrero? ¿De qué podremos presumir, cuando la agenda específica para liberar a las mexicanas se ha subsumido, convertida en algo absolutamente irrelevante?
Cuando nació la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se creó la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer. Al tiempo, sería el motor del análisis de la condición social de todas las mujeres en el mundo. Desde ahí nació la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) y muchas otras iniciativas: un faro de lo que llamo esperanza y posibilidad.
Veo azorada los esfuerzos de muchas mujeres que —en medio del desmantelamiento de la política de género— insisten, argumentan, se afanan, mientras que los refugios para atender a las mujeres violentadas no tienen un centavo para el día siguiente, y algunos de ellos están por cerrar.
¿Qué hacer con el diagnóstico ilustrado sobre las brechas de género? Como ese dato estadístico que estima que el 26.7 por ciento de los empleos que desempeñan las mujeres tienen un riesgo medio o alto de sustitución tecnológica. O que apenas el 18 por ciento somos mujeres en la participación del desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones, porque la falta de presupuesto desmantela instituciones de educación superior. ¿Qué cuentas vamos a rendir? Ninguna.
Probablemente, esta es la angustia de una clasemediera aspiracionista, incómoda, en el México de hoy, donde, sin embargo, no ha disminuido la pobreza, y donde miles de mujeres se ven obligadas al desplazamiento por la violencia que inunda amplios espacios del territorio nacional. Miles no pueden acceder a la canasta básica alimentaria, un problema estructural, que mejoró a costa de la caída de ingresos de la clase media.
O el dato de que crece, sin solución, la denuncia de violentadores en las oficinas del gobierno federal y crecen las denuncias contra la Secretaría del Bienestar que trasgrede los derechos de los y las adultas mayores. Tal vez son mis fantasmas, mis preocupaciones trasnochadas en medio de la ingobernabilidad, el caos y la mentira. Veremos…