SARA LOVERA* (SemMéxico, Ciudad de México), En la historia de México, solo una mujer, Amalia González Caballero de Castillo Ledón, pronunció un discurso el 15 de septiembre de 1938 en la Columna de la Independencia que, sin ostentar un cargo federal, fue de relieve político. Ahí habló de cómo desde el gobierno se estaba por abolir “la esclavitud de las mujeres”, al aprobar sus derechos civiles y políticos.
Luego, fue embajadora muchas veces, y en el gobierno de Adolfo López Mateos se integró al gabinete que la convirtió en la primera subsecretaria en Educación Pública; además de política, promovió la cultura y creó el único Ateneo de las Mujeres del que se recuerde.
Gabriela Cano la considera una mujer del sistema que encarnó al feminismo de Estado. Una mujer de poder y de letras -dice la historiadora-, quien también encarnó el matrimonio moderno y la incidencia en la política oficial.
Ayer vi la templanza y la firmeza de la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Lucía Piña Hernández, al defender la independencia y la autonomía del poder judicial, frente al presidente Andrés Manuel López Obrador, con motivo del 106 aniversario de la Constitución de 1917. Pareció decirle: Señor Presidente, cumpla con la Constitución.
Por ello me acordé de ese pasaje de Amalia González Caballero de Castillo Ledón, enviada en 1928, representando a México en la fundación de lo que hoy conocemos como Organización de los Estados Americanos (OEA).
Y es que la ministra Piña Hernández asumió, en todo lo que ello significa, el poder judicial. Esperamos resultados a la demanda de justicia de las mexicanas, en un momento tan conflictivo y hostil como lo viven miles de mujeres. Habrá que seguirla en su camino. Ojalá pueda impedir el desmantelamiento de nuestro sistema electoral, amenazado por la 4T, y donde tendrá que, en efecto, hacer valer los derechos humanos y su progresividad, como dijo el domingo.
Tiene la investidura y parece que el coraje; tanto, que dijo a toda la clase política, reunida en el Teatro de la República en Querétaro, que todas y todos deben cumplir la Constitución en tiempos de polarización y desencuentros cotidianos. Esa Constitución que en 1917 era la esperanza para pacificar a México. Luego dijo que la carta magna es un inmenso y poderoso manto protector de certeza, confianza y unión entre mexicanos y mexicanas.
Advirtió también que todas las autoridades están obligadas a defender sus fundamentos, respetando la ley y las instituciones, esas abatidas sin ton ni son en los últimos años. Constitución, digo yo, violada y maltratada, al reducirse los derechos de las mujeres y poner en crisis la paridad política para las mujeres, según el Plan B de López Obrador.
Parece entera y no se arredra para afirmar -como si tomara en el hueco de su mano la historia de las muchas feministas de Estado-, textual: “Por primera ocasión en nuestra historia, una mujer preside el Poder Judicial de la Federación. No es un logro personal; es un indicativo de avance social. Sepan todas y todos que trabajaré porque esta representación en el Poder Judicial Federal se traduzca en una auténtica reducción de las brechas de género y, consecuentemente, en una sociedad más justa e igualitaria».
Valiente, calificó sin decirlo, a las peroratas mañaneras, al pedir que se eviten los encuentros estériles y ejercicios de oratoria que generan una falsa sensación de cumplimiento, sino que en su lugar se haga un esfuerzo en cuestionarse y cumplir a cabalidad la Constitución. López Obrador, impávido, dijo un discurso sobre lo mismo de todos los días. En breve sabremos hasta donde llega la ministra, ya que el Plan B está por aprobarse esta semana en el Senado. Veremos…
*Periodista, directora del portal informativo SemMéxico.mx