>> Ricardo Monreal Ávila abrió una rendija para recuperar la normalidad democrática.
>> Antes de la llegada de Andrés Manuel López Obrador, las mujeres logramos dialogar con el poder y empujamos la estrategia de lo posible.
SARA LOVERA (SemMéxico, Ciudad de México). En los últimos 4 años, la sociedad mexicana, donde las mujeres somos mayoría poblacional, hemos vivido la exacerbación del presidencialismo, avivando su nefasta existencia, producto de la limitada e imperfecta democracia mexicana, donde el Presidente de la República es el rey durante 6 años, el mandamás, el todo poderoso.
Exacerbar significa avivar, profundizar una enfermedad ya existente, hasta hacer prevalecer entre sus características, las más agudas. Ello no quiere decir que antes no sucediera, sino que ahora se profundizó. Es más grande.
Durante el mandato del partido de estado -Partido Revolucionario Institucional-, el presidencialismo llegó a denominarse como imperial, según Enrique Krauze, ya que los otros poderes de la unión se sometían al poder presidencial, sin chistar.
Por ello, atenuarlo, equilibrarlo, nos significó como ciudadanía, incluidas las mujeres, algo así como 25 años, en lo que denominamos transición a la democracia, para lo que fueron necesarios muchos cambios legislativos y dimos nacimiento al sistema plural de partidos políticos, no solamente, sino también, a decenas de dispositivos y nuevas instituciones – como el Instituto Nacional Electoral-, resultado del diálogo y la negociación. Así como las agencias llamadas autónomas. En ese proceso nos incluimos las mujeres, decidimos hacer una política, que una corriente feminista llamó de lo posible.
En ese espacio, también considerado como “apertura”, es que elaboramos una consistente estrategia feminista, abrimos lentamente algunas rendijas, y nos metimos. Metimos pedacitos de nuestra gran agenda. Hubo cambios, desde denominaciones, como derechos sexuales o visión de género, y avanzamos en la participación política, del derecho a votar a la paridad electoral y de esta, ya legislada, a la paridad total. No conseguimos casi nada en la justicia; ni en la educación con visión feminista, y apenas barruntos en otros derechos. Tuvimos, desde hace más de tres décadas, la fortuna de la definición de los derechos humanos de las mujeres. Ahí abordamos. Nos ayudó o nos dificultó el sistema machista y patriarcal de la gobernabilidad en lo que conocemos como división de poderes.
Más y más legisladoras, muchas feministas, crearon en tres décadas un andamiaje legal o jurídico, que no por ser utópico, deja de ser exigible. Está en la ley, que hicieron varias generaciones de mujeres.
Para las feministas –teóricas y filósofas- vivimos en medio de la construcción de una democracia moderna, fundada y regulada por esa división de poderes, donde las mujeres hemos escalado lentamente para ser incluidas. No sé si nos obligó a trabajar más.
Para la antropóloga mexicana, Marcela Lagarde y de los Ríos, nuestra aspiración es construir una democracia genérica, que derrumbe y transforme al patriarcado, y ella advierte que la tarea es colosal, porque será sólo posible con cambios profundos en las mentalidades, en las creencias y en los valores de las mujeres y de los hombres. Y advierte, lo restringido, que es centrar la idea de democracia solo en aspectos del régimen político, sin transformar todo lo demás: las relaciones entre la sociedad y el Estado, entre el gobierno y la ciudadanía y de las relaciones entre los grupos sociales.
Pero es con esa restricción que pudimos incidir y lograr algunos avances.
Un análisis del Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres de la Cámara de Diputados, relevó la importancia de la llegada de las mujeres a las legislaturas, – ahora más restringida que antes- y también negociar simultáneamente con el poder judicial, así nos vimos obligadas a pinchar, sistemáticamente, en el poder ejecutivo.
Muestra el estudio la trascendencia de incidir en el poder legislativo. Uno de los tres poderes, cuya autonomía, en tiempos de paridad electoral y total, fue fundamental para las mujeres. Por ello nos importa recuperar, promover una “normalidad” democrática que puede darse en una sana, cada vez más real, división de poderes, para evitar el autoritarismo, desde los designios de un rey o un soberano, -soberano es un individuo que se gobierna a sí mismo sin estar sometido políticamente a otro-. Es decir que tiene el máximo poder o autoridad en la vida de las y los otros.
Las estrategias feministas, escalando a veces por decenas de años, se centraron, durante casi dos siglos en la construcción de derechos, precisamente y de manera fundamental en el poder legislativo. Por eso importa que ese poder sea autónomo y ponga cara al poder “soberano”, presidencial o ejecutivo, viviente y resultado de la costumbre entre hombres, en la sociedad mexicana.
Para mi es claro, en esta democracia patriarcal restringida, que no puede haber una moral, un partido, un líder, un discurso al que todos y todas nos sometamos, ni política, ni ideológica, ni sexualmente. Parece superlativo propiciar para nuestros intereses, hacia la democracia genérica, la labor de los tres poderes de manera coordinada y a favor de las mujeres. Nos conviene.
Y toda esta parafernalia con que las he entretenido viene a cuento por la postura, expresada por el presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado de la República, Ricardo Monreal Ávila, quien dijo y podemos tenerlo en cuenta, que es un defensor de la autonomía legislativa, “creo en la necesidad de tener un órgano autónomo”, y con ello, “no se trata de confrontarse con ningún poder, sino de cumplir con nuestra responsabilidad constitucional”. Además, siguió, es conveniente que todos hagan un esfuerzo porque el Poder Legislativo tenga dignidad, decoro y sobriedad republicana.
Declaró que es necesario, defender la autonomía de las y los legisladores, porque “somos una República, espero que nunca volvamos a ser una monarquía, que fue sólo durante 11 meses, la de Agustín de Iturbide, un imperio, luego de la Independencia. Aunque es claro hacia dónde van sus reflexiones. No puede olvidarse”.
También, refiriéndose a la crisis de seguridad y crimen que vivimos, que esa crisis es el tema que más preocupa a las y los mexicanos, por lo que llamó a las y los senadores para actuar como un órgano de control constitucional, no como una “extensión del Poder Ejecutivo”.
Monreal Ávila abrió así una rendija, un intento, para recuperar la normalidad democrática, que si no es la panacea para nuestra agenda y nuestra visión feminista, es la posibilidad de recuperar el diálogo que perdimos con los distintos poderes en los últimos 4 años, como movimiento feminista; recuperar la interlocución que nos ha permitido, por ejemplo, avanzar en la despenalización del aborto, pendiente en el Senado; el Sistema Nacional de Cuidados, también archivada en el Senado; y la discusión y el cumplimiento constitucional de los acuerdos internacionales firmados por México, ahora sólo papel mojado.
Eso significa que podemos reclamar cómo se ha infringido nuestro derecho a la salud, donde un Senado sin estar doblado frente al Presidente de la República, pueda exigir –le toca- que se compren medicinas, especialmente para los cánceres femeninos; que el Ejecutivo no atente contra la salud y la vida de millones de niñas y niños, porque no fueron vacunados como exige el cuadro básico sanitario; desde el Senado, incidir para recuperar a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, hoy convertida en una defensora de los hombres que no pagan alimentos; y si las y los legisladores logran recuperar su dignidad, bien podrían empujar para que salgan de la cárcel cientos de mujeres, hoy sin sentencia.
Se me ocurre que podríamos recuperar algo de optimismo, sabedoras de que se trata de un diferendo entre machos patriarcales, a quienes, durante al menos dos siglos les hemos arrancado nuestros derechos. ¿Y el Senado no puede hacer nada para abatir la impunidad, que tiene en un vilo a las madres de las asesinadas, las desparecidas, las niñas vendidas, tratadas? Monreal Ávila lo hizo en Veracruz, salvando a un amigo, porque no lo hace a favor de estas mujeres, buscadoras y que gestionan todos los días algo, para tener justicia. ¿Podría el Senado?
Finalizo. En teoría el Senado de la República, es la representación del pacto social de los estados libres y soberanos, ahí está la República, dicen los discursos, ¿Qué no pueden llamar a las y los gobernadores a rendir cuentas? Claro que sí. Entonces ya es tarde. Pensemos.