SARA LOVERA* (SemMéxico, Ciudad de México). Este 3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa, tenemos la certeza y el dolor de haber perdido una voz, una actitud, un compromiso, y de celebrar al mismo tiempo que en esta vida hay personajes como ella, quien defendió sus principios: libertad, justicia y democracia.
En este día, quisiera conversar con ella, caminar por las calles de San Cristóbal de Las Casas, recordar su mirada profunda sobre la violencia cotidiana de cada mujer con su marido, el valor de la protesta indígena; volver a disfrutar su actitud, cómo sin miramientos abrió su casa a la discusión, hasta un día en plena insurrección zapatista que se tomó tiempo para buscar al hijo de una colega. La mujer que no cesó de contar lo que sucedía en Chiapas.
Concepción Villafuerte Blanco, una de las pocas directoras de un diario en ese doloroso sureste mexicano, que habló fuerte a los coletos, nos deja su legado, una pauta, un ejemplo: la libertad de palabra, que en las mujeres es uno de los fundamentos de todas las otras libertades. Es la libertad de expresión que, colectivamente, siglos atrás, se convirtió en uno de los reclamos sistemáticos que nos permitieron a las mujeres interpelar al poder.
Hoy, nuestro dolor e indignación se multiplica. Los datos directos, secos, los de la maldita estadística. Las palabras que no evitan la muerte, palabras que no resuelven el crimen. La impunidad.
En su informe 2021, Artículo 19 afirma: “persiste la violencia contra la prensa”. Sólo en 2022 hemos perdido, a manos de autores materiales y oscuros autores intelectuales, a ocho compañeros y compañeras. Los crímenes continúan, sin freno, sin convertirse en prioridad. No sabemos quién mandó matar a la periodista Lourdes Maldonado, en Tijuana, por ejemplo.
Además, las palabras estigmatizastes contra nuestra labor. Durante las conferencias matutinas de Andrés Manuel López Obrador, en 2021, por lo menos en 71 ocasiones, casi seis al mes, el ejecutivo federal y otros integrantes del gobierno denostaron a la prensa. Invitaron a violentarla y justificaron el crimen.
Ese año, la organización registró siete asesinatos y un total de 644 ataques contra la prensa vinculados con el ejercicio periodístico; es decir, un o una periodista agredida por su labor cada 14 horas. De estos ataques, el Estado mexicano estuvo involucrado en dos de cada cinco agresiones, mientras los temas relacionados con la violencia contra periodistas fue la corrupción y la política con 285 agresiones.
Para mí, la libertad de expresión no tiene sexo. A las mujeres nos matan sólo por ser mujeres, pero en el mundo del periodismo, nos matan por hablar y escribir.
Tenemos conciencia de que las agresiones contra las mujeres menudean. Las conocemos, son mucho más claras y ya no pueden ocultarse. Atrás quedan los mitos que nos colocan como seres “inferiores”. Y en ese espacio privilegiado de la alta voz que es la prensa, compartimos con los hombres, porque llegamos masivamente a partir de la década de los años 70, con la misma intensidad y frecuencia los intentos por cegar nuestra palabra en el espacio público.
Nos toca no olvidar y con Conchita tenemos la oportunidad de evaluar, la oportunidad de defender a los medios de comunicación de los ataques y rendir homenaje a los y las periodistas que han perdido sus vidas en el desempeño de su profesión.
De nombre María Concepción Esperanza Villafuerte Blanco, el domingo voló al infinito. Nos dejó un hueco en el alma, tanto como sus palabras en público, el 7 de abril: “¿Y la libertad, pues?”, le preguntó al jefe de comunicación en Palacio, Jesús Ramírez, y convocó a no olvidar “Libertad, Justicia y Democracia”. Veremos…
*Periodista, directora del portal informativo SemMéxico.mx