SARA LOVERA (SemMéxico, Ciudad de México). El movimiento feminista y de mujeres en México y en el mundo es el único que trascendió fronteras y siglos. Es la vanguardia de la lucha social, porque sus planteamientos interpelan al poder, al sistema y a la política de los hombres en cualquier punto del planeta. No existe ninguna posibilidad de controlarlo o darle conducción política tradicional.
Para la administración pública significa una oposición no partidaria ni de clase ni de capital. Es indescifrable. No necesita tutoría ni dádivas o apapachos.
La libertad y la autonomía de las mujeres son una convicción ideológica y política fuera de las interpretaciones sesudas de la intelectualidad. Es la vida y la experiencia milenarias. Callarlas por miedo, amenazas o represión simbólica es desconocer el largo proceso de aprendizaje, organización e intercambio de experiencias. Hoy con tintes de insurrección.
A las humanas les es indiferente el paternazgo y los “apoyos”. Saben qué quieren, cómo actuar y están en todos los rincones del territorio nacional.
La protesta del 8 de marzo, la marea verde por el derecho al aborto, los reclamos de justicia para asesinadas, desaparecidas, violentadas es hoy una sola voz, por caminos y direcciones diversas, multiplicadas todos los días.
Para un presidente tan popular como Andrés Manuel López Obrador, mandar a las feministas y a las mujeres desde su punto de vista, es imposible. Según Roy Campos, la pérdida de popularidad de AMLO es de tres puntos entre hombres y cinco puntos entre mujeres, sólo este año.
Así, el presidente se mira en el espejo del fracaso. Están en rebeldía no por el dolor de la discriminación y la violencia contra ellas solo por ser mujeres, sino por la sordera e incapacidad de este gobierno, la de su gabinete y sus gobiernos morenistas.
Resultó equivocada e inútil su “estrategia”, al pasar del discurso del miedo: “Van a incendiar al país”, junto a “nuestros opositores”, a tácticas de contención demagogas, y luego criminalizarlas como en Michoacán y Tlaxcala. No tienen idea que las feministas tienen redes planetarias.
Enredadas, conectadas como nunca en la historia, no les hace mella la descalificación. Saben bien que es el patriarcado y buscan derrumbarlo. Están levantadas igual en Tokio, Rusia o México, entre originarias de Chiapas al Valle de San Quintín, en ciudades grandes y pequeñas, en las fábricas y los bares. No se dejan.
En México, se las ve a diario plantadas frente a palacios y presidencias municipales, tanto buscadoras de las y los desaparecidos como madres de víctimas de feminicidio o las “mareas” por el derecho al aborto. Igualmente, por estar mal pagadas, desocupadas, por la igualdad en el campo de futbol o en la política, las empresas o en la administración pública, buscando puestos de dirección. También contra el acoso y el abuso sexual. Las levantadas en comunidades o pueblos han trascendido la política de corto plazo, chata y obtusa.
Hoy, la violencia institucional no las ni nos asusta. Hemos interpelado a los políticos y a los intelectuales, rechazamos la política punitiva —cárcel para los violadores— las pálidas acciones “porque no son las pobres primero”. El hartazgo es real, por los discursos paternalistas y las engañosas políticas públicas. Veo el fracaso del gobierno federal, el capitalino y todos los gobiernos morenistas. Hoy necios e ignorantes.
Da risa el montaje mediático de la entrega de flores a las policías capitalinas y los encabezados de notas acerca de marchas pacíficas. ¿Cuándo son violentas? Nada alcanza ni convence, ni las tácticas militares ni las estrategias de contención. Veremos…
*Periodista, directora del portal informativo SemMéxico.mx