MUJERES Y POLÍTICA/ La presidenta

SOLEDAD JARQUÍN EDGAR

SemMéxico, Oaxaca. Después de 200 años sucedió, es un hecho histórico -como se ha repetido en los últimos días por millones de veces-. Ya lo sabe el mundo, México tiene una presidenta. El entusiasmo es tal que he escuchado algunas mujeres decir que lloraron cuando Claudia Sheinbaum Pardo dio su primer discurso. He escuchado también las diversas posiciones que existen sobre las 378 palabras -de más de 10 mil que leyó en su primer discurso en el Congreso federal- para agradecer al ex presidente; también sobre las críticas vertidas sobre el comportamiento de los y las diputadas arremolinadas y dándose codazos unas con otras para tomarse la foto, primero con el ex presidente y luego con la nueva presidenta; también se cuestionó el no saludo de Andrés Manuel López Obrador a la magistrada presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Piña Hernández, que lo dibuja hasta el último momento como ha sido descrito: rencoroso. Lo otro que he leído es sobre el beso en la mano a Manuel Velasco y la explicación de la presidenta, que en lo particular me tiene sorprendida, aunque esto último no le importe a casi nadie.

Hay de todo esto siempre por lo menos dos versiones. Lo primero que he leído y escuchado es el incuestionable hecho de tener una primera presidenta y cuando eso ocurría, desde los primeros minutos del 1 de octubre por mi cabeza empezaron a pasar los nombres de emblemáticas mujeres rescatados por las historiadoras mexicanas y me refiero a las sufragistas mexicanas, que la presidenta omitió nombrar algunas y sin duda fundamentales para que finalmente este país tenga hoy una presidenta. En los siglos XIX y XX teníamos otro país y pese a las dificultades ellas salieron para demandar sus derechos políticos y “tomar parte en las decisiones de la vida pública del país, alejadas de la tutela clerical”.

Sin duda, si el cielo existe, ellas estarían tan conmovidas como esas otras mujeres que hoy ven realizado el sueño, después de 200 años. Ojo, que esto apenas empieza y que tiene un largo tramo por recorrer. Sheinbaum dice “llegamos todas”, el dicho es simbólico más no sustancial. En las primeras décadas del siglo XX, lo advirtieron las comunistas, que se resistían a formar parte de los grupos sufragistas y demandar todas, el derecho a votar, ser votadas y ser parte de la administración pública, porque aseguraron desde entonces que la política favorecería solo a un sector de mujeres privilegiadas. Hay un sí y un no hoy sobre ese asunto. Tenían razón, ha sido el privilegio de unas cuantas y así lo hicieron notar en redes sociales cuando a la frase “llegamos todas”, dijeron “no llegamos todas, llegan las de siempre. Las amigas e hijas de élite. Igualito que pasa con los grupos de poder masculinos.

Sin embargo, es elemental reconocer en estos años de más de dos mil diputadas federales, 22 gobernadoras, incluyendo a la zacatecana que tomará protesta en Veracruz en diciembre próximo, y varios cientos de diputadas locales y presidentas municipales, algo o mucho ha cambiado en este país, como el andamiaje legislativo para proteger los derechos de las mujeres. De nosotras, las ciudadanas, depende exigir que no mientan, no roben, como dicen en la 4T.

Sobre el discurso no hay que menospreciar que nombró a ocho mujeres que, desde distintos ámbitos han contribuido a la construcción del país, y me gustó, a pesar de lo breve, el nombramiento de una de las heroínas que más me gustan, Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador, una como dicen por ahí, empoderada mujer y muy joven que entregó todo lo que ella tenía, incluyendo años de paz y tranquilidad, por la causa de la independencia. Una insurgente, periodista y hasta feminista de su tiempo, que tuvo que ponerle un estatequieto a Lucas Alamán, quien equivocadamente pretendió reducir su acción revolucionaria al “impulso del amor”, además de nombrar a 11 hombres, todos héroes nacionales.

Sheinbaum Pardo habló de heroínas anónimas, por ahí mencionó a las invisibles, un asunto que el feminismo puso sobre la mesa hace mucho tiempo, como el lenguaje incluyente de género, propuesto en México durante la I Conferencia Mundial de la Mujer (1975) por activistas canadienses y que a pesar del tiempo transcurrido, hoy tenemos que seguir escuchando la discusión de si se puede o no poner presidenta en lugar de presidente, bueno, gracias por el empujón, para muchas personas el mandato tiene que venir desde arribota.

Sin duda es emotivo escuchar frases feministas en la voz de la primera presidenta mexicana, más allá del tiempo de las mujeres y si visión de sacar a la luz a las invisibles, me gustaría, pero quien soy yo claro, que viera a las invisibles que en fechas emblemáticas están afuera del palacio para manifestar que entre las leyes, la disposición de las autoridades y la realidad, hay un trecho amplio que sigue cobrando la vida a las mujeres, desapareciéndolas o negándoles sus derechos, por eso, allá afuera de su palacio seguirán gritando por sus hijos e hijas las buscadoras, las madres de los feminicidios, provocada por esa política de no castigar y de perdonar que todo indica seguirá ejecutando.

La “igualdad sustantiva” es un sueño, que algún día se tendrá que hacer realidad indudablemente, porque algo debe quedar bien claro, los seis años anteriores nos quedaron a deber.

Como lo dice la presidenta Sheinbaum, muchas somos madres y abuelas, ejercemos una profesión y como ella lo hace en la presidencia desde el 1 de octubre, todas nosotras ponemos conocimiento, fuerza, historia personal y la vida misma al servicio de lo que hacemos, en eso estamos iguales, somos muchas, y queremos un país diferente, por eso empujamos desde nuestros sitios de trabajo y lugares donde vivimos, pero ella tiene el poder de los poderes, de ella depende.

¿Será distinto el gobierno de Sheinbaum por ser mujer? se pregunta la gente. Posiblemente no lo sea, la estructura es patriarcal, para lograrlo tendrá que romper, salirse de ese camino patriarcal que le ha sido trazado. Lo único posible, es que nos vea desde otro lugar, porque ella tiene puestos los mismos zapatos que calzan las mexicanas, desde sus propios obstáculos y privilegios. Ese resquicio nos abre la esperanza de que podría entender la desigualdad y tendría el poder de lograr la tan traída y llevada igualdad sustantiva. Todo está en sus manos.

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