MUJERES Y POLÍTICA/ Déjà vu: de Pasta de Conchos a Las Conchas

SOLEDAD JARQUÍN EDGAR (SemMéxico, Oaxaca). Lo sucedido en la mina de carbón Las Conchas ubicada en el predio de Agujita de Sabinas, Coahuila, la semana pasada parece ser un déjà vu. Una realidad que muestra que en México los problemas no se resuelven solo cambian de lugar.

Esta vez, fue una inundación provocada por el río que lleva el mismo nombre de la población, la que abrió un nuevo capítulo en esta larga cadena de desgracias cuyos responsables siempre han tenido nombre y apellido y ya saben, un socavón gigante de impunidad.

Hechos que dejan en el desamparo, principalmente, a mujeres y menores de edad.

La minería es en la gran mayoría de las casi 25 mil concesiones que hay en el país un problema gordo, donde la peor parte se la llevan los hombres y pocas mujeres que escarban la tierra en malas condiciones y las comunidades donde las compañías nacionales y extranjeras aprovechan los recursos naturales a cambio de casi nada a cambio.

Sabemos por cientos de denuncias desoídas de la gravedad de la problemática que acaba con la vida de las personas, de una u otra manera, y casi siempre nos encontramos con declaraciones de familiares y personas expertas que nos llevan a otro “accidente” por fallas no atendidas, por medidas de seguridad no tomadas por costosas, por supervisiones de prevención no realizadas o por anomalías no reportadas: acciones, omisión y corrupción. Palabras comunes y corrientes en México y que alimentan el terrible mal que nos aqueja.

La voracidad de muchos empresarios que lo compran todo e infinidad de funcionariado, de todos los niveles de gobierno, que se dejan comprar, del viejo régimen y también de la 4T. Porque el origen es el mismo, obtener poder o dinero para sobrevivir, todo depende de dónde se ubiquen en la escala de la vida.

Esta, la de Sabinas, Coahuila es, reitero, una historia repetida que nos revela que en México nada se resuelve, solo cambia de lugar. En febrero de 2006 me tocó reportear el “accidente” anunciado de la mina número ocho de Pasta de Conchos, en la misma zona carbonífera de aquella entidad norteña.

Lo sucedido entonces, como los accidentes anteriores, debieron ser lecciones que no deberían volver a repetirse. Pero está claro, el piso es el mismo. Basta leer las notas periodísticas de entonces y las de ahora para saber que nada cambia, únicamente el número de víctimas, de huérfanas y huérfanos, de familias que lloran a sus hijos.

La millonaria industria del carbón deja muerte, pobreza y, claro que sí, IMPUNIDAD.

Tras los hechos de Pasta de Conchos, el mundo supo que el dueño tenía un nombre conocido: Germán Larrea, directivo del Grupo México. El multimillonario sufrió sanciones económicas, diría que leves frente al tamaño de su fortuna, pero no tuvo que responder por la vida de 67 mineros que murieron tras una explosión de gas metano, la madrugada de aquel fatídico 19 de febrero de 2006 donde solo se rescataron sin vida, dos de 65 cuerpos de mineros. Y digo esto, porque era conocido que había fallas técnicas que tarde o temprano provocarían el desastre. En medio quedó un cúmulo de funcionarios de la Secretaría del Trabajo y de Energía a quienes no se les movió ni un pelo con la fuerza de la explosión que cimbró la tierra que despertó a las familias de los mineros de un sueño para empezar a vivir una pesadilla.

En Las Conchas hay un problema. Tal parece que hay confusión en quién o quiénes son los dueños de la mina colapsada por la fuerza del agua y donde ocho mineros siguen atrapados. Se habla de Régulo Zapata, quien ya dijo que no es el dueño. La Secretaría del Trabajo de Coahuila el dueño es otro, se trata de Cristian Solís Arriaga. Y hay quienes dicen que son varios. Gato encerrado, como diría mi abuelita.

Como sea. En México los problemas no se resuelven y detrás hay un espectro conocido por toda la población: la corrupción. Resolver de fondo este y otros muchos problemas pasa por hacer una sola cosa: cumplir con la ley. Un asunto que tiene en nuestro país un altísimo grado de dificultad.

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