Los pastores al confín

DAVID MARTÍN DEL CAMPO

SemMéxico, Ciudad de México. Entren peregrinos, reciban este rincón… que, aunque es pobre la posada, os la doy de corazón. Y por fin los dos, José y María, logran hospedarse en aquel pesebre de Belem, pues muchos otros caminantes como ellos han ganado los mejores albergues. Vienen obedeciendo el edicto de Mr. Trump, que ha ordenado…

No hay mucha diferencia entre los peregrinos de veinte siglos atrás y los migrantes que abandonan las naciones meridionales en busca del paraíso, o lo que más se le pueda equiparar. Han partido de países diversos: Egipto, Siria, Somalia; lo mismo que Honduras, Nicaragua, Venezuela, Haití. Lo han abandonado todo, marchan en grupos y caravanas, abordan pateras y camiones, atraviesan el Mediterráneo y el desierto de Altar, lo que buscan es lo más simple de la existencia… techo, trabajo, tranquilidad.

Lo han visto en las películas que transmite la televisión. Existe una tierra de bonanza, seguridad, paz y felicidad. Lugares donde hay escuelas donde se enseña, negocios que contratan a personas empeñosas, policía que ofrece seguridad, posibilidad de ahorro, mejoramiento familiar, condiciones para fundar un hogar. En sus lugares de origen eso no existe, o es demasiado rudimentario.

La realidad es que esa población migrante contribuye en mucho al desarrollo de las regiones elegidas para asentarse. Ocurrió con los peregrinos (“pilgrims”) que abandonaron Europa para fundar las 13 colonias en la costa oriental de Norteamérica. Ingleses y franceses, luego alemanes e italianos, polacos, escandinavos decididos a formar parte de esa nación promisoria… arrojando de sus territorios a los naturales así llamados “pieles rojas”. Ocurrió en los siglos XVII, XVIII y XIX. Lo demás es historia, y si no pregunten a Tom Mix, John Wayne y Kevin Costner quitándose el sombrero.

Son los que ahora votaron por Donald Trump para un segundo periodo como presidente, con la promesa de expulsar a las nuevas oleadas de migrantes, los que han llegado del sur, no hablan inglés ni tienen documentos para legalizar su asentamiento. Aseguran que suman 11 millones de personas, y que serán devueltos a sus lugares de origen, no se sabe cómo, pasando necesariamente por territorio mexicano.

Las famosas “posadas” decembrinas tratan de lo mismo. Partieron de Nazaret, José y María, cumpliendo con el edicto del emperador Julio César para el censo imperial, según el Nuevo Testamento, aunque después aquello se convertiría en una huida hacia Egipto, para salvar la vida. No muy distinto a los testimonios que de rato en rato ofrecen los migrantes al ser entrevistados en su desplazamiento por Tapachula y Huixtla. “Allá no se puede vivir”. “Mataron a mi padre, las pandillas”. “No conocemos la tranquilidad”.

Celebramos, entonces, a los peregrinos que han logrado por fin abrigo y reposo. Ahí nacerá el Mesías, en pleno trance migratorio, con todo y la piñata y la letanía cantada al pie de la puerta. “No os voy a abrir, no sea un tunante”, vocalizan los de dentro, ya lo decíamos, igual que míster Trump. Desde luego que no es lo mismo peregrinar en los tiempos bíblicos que ahora con los “coyotes” y “polleros” abriendo huecos en las alambradas limítrofes.

En días recientes se conoció la noticia de la cuota migratoria española. Debido a que la población peninsular está a punto de crecimiento demográfico “cero” (hay tantos fallecimientos como nacimientos), el gobierno de La Moncloa ha decidido abrir la legalización de 300 mil inmigrantes para los próximos tres años, modificando los criterios de extranjería.

A la larga, por su propio peso, ocurrirá lo mismo en suelo de Estados Unidos, donde cerca de 60 millones de migrantes “latinos” son parte ya del 19 por ciento de la población norteamericana, buena parte de ellos de origen mexicano. La composición demográfica se está modificando, con todo y el lema “make America great again”, pues el éxodo actual, por más que se grite, es irrefrenable.

“Entren, santos peregrinos, reciban este rincón…”, cantaremos estos días, y allá habrán de ocupar, como siempre, los puestos de jardineros, albañiles y agricultores. Que por algo se empieza.

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