LIBROS DE AYER Y HOY/ Revés a la ley eléctrica, en las fiestas de la luz

TERESA GIL

Coincidente o burla del Poder Judicial, que la Ley de la Industria Eléctrica que protegía a los mexicanos contra la desaforada privatización extranjera, sea declarada inconstitucional y  eso coincida casi, con las fiestas de la Candelarua, virgen que significa luz. Era una de las reformas más importantes para el país, que nunca se aplicó, porque recuperaba para el pueblo uno de sus bienes fundamentales, la energía.  En la Ciudad de México, el barrio de la Candelaria va a tratar de estar alegre porque quizá no tiene noción de lo que ha pasado. Y hay iglesias, como la suya, que llevan ese nombre y celebrarán el día. Y el llamado niño dios florecerá con sus elegantes vestidos por todos lados, porque es parte del festejo y desde luego están los famosos tamales. Pero por ningún lugar en la Candelaria original, se encontrarán los patos que caracterizaban sus festividades, ¿Serían los patos silvestres un símbolo como los imaginó el noruego Henrik Ibsen o eran, en la Candelaria de los patos, un bocado ansioso para un barrio abandonado? Yo un día llegué, ingenua, buscando patos y todos se me quedaron mirando sorprendidos. Esos patos fueron eliminados junto con todo el barrio viejo que provenía de la colonia, por aquel gobernante sonorense autócrata, que fue Ernesto P. Uruchurtu. El mandó tumbar todo y ordenó la construcción de departamentos.

CÓMO SE TRANSFORMA UN ENTORNO FAMOSO, POR LA MODERNIDAD

Situado por el rumbo de la Merced, hoy es un barrio como muchos de los que hay en la capital. Las acequias y ciénagas -que eran reductos del Lago de Texcoco-, se acabaron. Las vocingleras que bajaban a la ciudad a vender la fresca carne del pato en forma de tacos, desaparecieron también. El barrio que mucho antes fue vergüenza para los españoles que buscaban los lugares de ensueño de la gran Tenochtitlan, se mantuvo olvidado. Ignacio Manuel Altamirano dicen las crónicas,  fue un día por ahí  y quedó asombrado de la miseria que vio. Era un barrio que respiraba enfermedad y muerte, con casuchas en las que se escondían por años, abandonados por todos, los más pobres de la ciudad. Solo los patos que llegaban y los alegraban con sus graznidos, les daban brillo a sus ojos. Y un bocado para sus estómagos. La luz de la virgen no aparecía por ningún lado.

EN EL BARRIO DE LA LUZ, NO HABÍA LUZ NI PATOS, SOLO POBREZA: EL CURA

En aquella ocasión -hace 37 años-, el barrio opaco no parecía estar bajo la vigencia  de La Candelaria, la virgen de la luz, a la que se festeja el 2 de febrero. El cura del lugar que oficiaba en la iglesita que lleva el nombre de la santa, un anciano enfermo, me dijo que tenían muchos años sin  luz porque la construcción del metro  al pasar había estropeado las instalaciones de la iglesia.  Un arquitecto español que también como contradicción se apellidaba Candela (Felix) había sido el constructor de la estación Candelaria, en 1969. Quejas por decenas no habían servido de nada, dijo el cura y agregó que la falta de luz afectaba también la provisión de agua. Desde tiempo ha, la celebración a la virgen se acompaña con la vestimenta del niño en un rejuego artesanal que deja sorprendidos a propios y extraños y que hace que uno se pregunte: ¿Por qué se viste y engalana al niño y no a la titular, su madre,  la virgen? ¿un toque de machismo? En esta época, aunque el barrio se llena de un tianguis que alegran con fiesta y colorido las calles por donde antes pasaban lagunas, mucha gente ha emigrado a otras iglesias que llevan el  mismo nombre. Elitistas, prefieren la de Coyoacán y en otras ciudades y pueblos, la festividad entre pagana y religiosa -que se originó en Tenerife, las Islas Canarias en España, en el siglo XV- se nutre, como en la capital, del bocado mexicano más deseado en esos días: los tamales. Estos los llevan los que por mala o buena suerte se saquen un niño dios en la rosca de reyes el 6 de enero. Por la sabrosura del tamal, el niño dios parece ser más milagroso que la virgen, cuyo jolgorio se celebra.

EL SÍMBOLO DE UN PATO SILVESTRE Y LA MENTIRA NECESARIA: HENRIK IBSEN

Considerado el dramaturgo más importante y famoso de Noruega -donde nació en 1828 y murió en 1906- es uno de los padres del teatro realista que ha influido en el teatro moderno con sus antecedentes sobre el simbolismo.  Como un símbolo interpretan la presencia de un pato silvestre herido, -se traduce a veces como El pato salvaje, (editorial Losada 2008,  muchas editoriales desde 1885) en un jardín interior, cuidado por Hedvig, la hija de la familia del fotógrafo Hjalmar Ekdal. La llegada del idealista Gregers Werle, hijo del hombre poderoso del lugar, que se hospeda con ellos, abre una ventana a la vida feliz que ha llevado la familia de Ekdal y trastoca la felicidad al descubrir secretos que no sabían.

Las doctrinas de Gregers que siempre pregonan la verdad, hacen más mal que bien y la familia se desintegra. Pero antes, como una tragedia inesperada, la jovencita Hedvig abrazada de su pato herido, se da un tiro y muere al descubrir las verdades. Un personaje que algunos consideran el alter ego del autor dice al final de la obra que es mejor dejar al hombre común que es feliz, dentro de la ignorancia   en la que vive, porque la verdad puede hacerle daño. Tal como ocurrió. Postura que se rebate -y que ahora está puesta sobre el tapete con el gobierno actual-, ante la necesidad de que la gente sepa, que esté informada y eso la lleve a una mejor situación.

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