TERESA GIL
No solo los sabores y los olores nos pueden llevar en busca del tiempo perdido. Puede ser lo mismo con la vieja melodía que sorprendió nuestra infancia. Muy pronto algunos estarán rindiendo pleitesía a San Valentín, y las voces que impactaron el ayer, volverán como un sueño perdido que se envuelve en melodías. Se informa que murió Virginia López, la mujer de la ternura y en las bruscas sensaciones del presente, con un México atravesado por la política, podremos rescatar la dulzura de aquella voz, que ni siquiera nos daba a entender sus premisas; tan jóvenes éramos.
Amorcito azucarado
que sabe a bombón.
Amorcito consentido
de mi corazón.
Las vicisitudes del bolero romántico, muy reconocido ahora, se topa sin embargo con la polémica en tormo a quien ha creado en el mundo la fecha romántica del 14 de febrero. Y eso nos regresa a la situación polémica que vivimos cuando es la disputa por el poder lo que se resalta. El caso de San Valentín es por ello también polémico porque hubo un problema de poder en su historia. Hasta la propia iglesia católica que lo eliminó de su calendario por cuestiones que, como suele a veces suceder, nunca fueron comprobadas. El gobierno romano lo acusó, pero nunca probó acusaciones. Se habla de unos amores de ese religioso con una joven ciega, motivo utilizado por las jerarquías de aquellos tiempos para cercenar el nombre del santo y después eliminarlo como persona. Pero una cosa es lo que digan los dueños de dios y otra lo que diga el pueblo. El día de San Valentín da realce al amor en muchos países y más reluce para los comerciantes que convierten el llamado Día del Amor, en uno de los más vendidos del año. Tiene la ventaja de que como el amor es genérico no solo los enamorados consumen. También lo hacen hijos, padres, parientes y amigos, para expresar su amor y amistad.
Sin saber como ni cuando,
surgió este romance,
sin que yo supiera,
donde iba a parar.
La historia musical de la puertorriqueña Dolores Virgina Rivera García, conocida como Virginia López, se inserta en esa pléyade de cantores populares que trascendieron desde los años cincuenta arropados por el bolero. En general trascendían grandes cantantes y entre ellos, la voz dulce de una mujer que no enturbiaba pasiones, sino los dulces sueños de amores tranquilos. En el convencionalismo que producía una guerra fría llena de advertencias contra el comunismo, ese tipo de canciones endulzaba a las familias y a los enamorados de mano sudada que escuchaban en Nueva York a Virginia López. En el México de mi preadolescencia, su voz competía en la radio con Pedro infante y Emilio Tuero.
Comenzó con un dedito
y la mano agarró.
Se trepó por un bracito
y al labio llegó.
El estallido de los cambios, los sonidos que irrumpieron en la música y en los ritmos, mientras una revolución se instalaba en una isla, cambió el tono del bolero. La música seguía siendo dulce, pero ya había en ella una provocación distinta. Aunque muchas de las canciones de Virginia entraron a lo nuevo, con letras que ya no eran tan románticas, Total y Te odio y te quiero, dos ejemplos, entre decenas, su voz seguía siendo dulce. Ella tuvo que alejarse en varias ocasiones para hacer uno de esos regresos que tanto promueven viejos cantantes que explotan la nostalgia. La cantante de la voz dulce murió el pasado 3 de febrero a los 95 años y su tomo cantarino y tierno lo oiremos, quizá, al pasar por un barrio en donde la radio esté prendida. Y será el revivir de muchos recuerdos.
Y de un beso al estallido,
de amor adormecido,
cambió de pronto el juego
en el más dulce amor.