10 de junio, impunidad y la debacle del PRI
TERESA GIL. Aquella tarde, la poesía estaba en la calles, como lo dijo el poeta Leopoldo Ayala Blanco, porque ellos querían, “fundir lo que jamas termina, para que la vida no caiga derribada”. El acto rebasó en su inicio cinco minutos de la frase universal de Federico García Lorca: ”A las cinco de la tarde”. Comenzó a las cinco y cinco minutos, de aquel 10 de Junio de 1971, en el que los católicos festejaban el jueves de corpus fecha que signó definitivamente al partido que gobernaba, el PRI, cuyos resultados actuales están a la vista. Según el también académico del IPN, deben haber sido masacrados entre 75 y 125 jóvenes. A 51 años de aquel fatídico 10 de junio, las muertes ahora no vienen del gobierno, sino de la cauda que dejó el sistema mencionado, con su prolongación en el PAN. Se revierte en general, la liquidación humana, por sectores creados a modo, el crimen organizado, como fueron creados en su momento, los muchos halcones paramilitares que participaron en la masacre.
LA MASACRE QUEDÓ IMPUNE Y LUIS ECHEVERRÍA LIBERADO POR LA CORTE
A lo largo de los años, se ha escrito como un hecho que no debe olvidarse, que la marcha salió del Casco de Santo Tomás aquella tarde y los fines que perseguía. Se repite que los muchos estudiantes reunidos exigían solución a la huelga estudiantil de la Universidad Autónoma de Nuevo León, pero también pedían democracia educativa y libertad a presos políticos. Como un describir oscuro, se señala aquella bocacacalles desde donde dos personajes históricos, Amado Nervo y Sor Juana Inés de la Cruz, miraban desde sus nombres en esas calles, más de 20 camiones cargados de las más letales armas, con la policía local. Y más allá, los halcones paramilitares entrenados a propósito tal como lo exhibió en sus imágenes la película Roma de Alfonso Quarón. Ellos fueron los que remataron de la manera más inicua y violenta, a las decenas de estudiantes que solo se defendían con piedras y libros. El terrible resultado que se aceleró con remates en hospitales, mostró el carácter asesino y cruel de un sistema. Destructivo, como había sido el 68, de su propio futuro. Muy girito Luis Echeverría, el gobernante culpable de los hechos porque se ha probado que él los ordenó, y de la guerra sucia posterior, culpó al jefe del Departamento de la Ciudad de México Alfonso Martínez Domínguez y lo cesó. Esa impunidad la tuvo y la mantuvo incluso en el año 2000 cuando se trató de juzgarlo por la masacre. La Corte en sus inicios dijo que como genocidio no había prescrito, pero una juez que sin duda era parte del sistema, consideró los hechos como homicidios simples. Los mataron a palos y garrotazos, de la manera más atroz ¡y fueron homicidios simples! Ese lapso homicida había prescrito según la ley y Echeverría quedó libre para siempre ¿lo estará de su conciencia?
UN POETA, AYALA BLANCO, QUE VIVIÓ DOS GRANDES MASACRES, DEL PRI
Leopoldo Ayala Blanco murió como una cercanía, el 8 de junio de 2018, dos días antes de que se conmemoraran los 47 años de la matanza del 10 de junio. Como personaje ya histórico, el maestro de literatura del IPN, también formó parte del Consejo Nacional de Huelga del 68. Estuvo presente para ver en sus trágicas secuencias dos actos estudiantiles reprimidos, solo por que demandaban democracia y un cambio real en el país. Fue siempre un hombre congruente con sus ideas, un gran luchador, dijo el día de su muerte, el también miembro del Consejo Jesús Martín del Campo, cuyo hermano fue una de las víctimas del jueves de corpus. Autor de materiales de lectura, redacción y ortografía, Ayala Blanco dejó dos obras famosas, Yo acuso y Diez de Corpus (Editorial Nuevo Siglo 1998). En este poema del 10 de junio, va recorriendo toda la secuencia de los hechos ocurridos ese día. De éste, que posteriormente se ha declamado en actos de recordatorio, junto con el Himno de los caídos de Judith Reyes, recogemos una parte:
Hoy es jueves para el cuerpo
como 71 de nosotros.
Hoy es jueves como muerte,
para el pecho y los periódicos
Las cinco, cero cinco de la tarde.
La marcha era para fundir
lo que jamás termina,
para que la vida no fuera derribada,
la poesía está en las calles.