En memoria de mi querida abuelita María González de Villagómez, en su 50 aniversario luctuoso (28-I-1973)
JOSÉ ANTONIO ASPIROS VILLAGÓMEZ. Si de por sí los libros ahuyentan a tanta gente, ahora imagínese qué le espera a uno de ellos titulado Cómo ordenar una biblioteca. Pero el título es un tanto engañoso, para nada técnico y su autor, Roberto Calasso, le dio un tratamiento tal, que resultó una lectura amena y variada aunque al principio anuncia que el tema es “altamente metafísico” y se sorprende porque el filósofo prusiano del siglo XVIII, Immanuel Kant, no le hubiera dedicado un breve tratado.
Dice este escritor florentino nacido en 1941 que, al igual que la cuchara, el libro es del tipo de objetos que son inventados de una vez para siempre, y que el lector verdadero está leyendo siempre un libro -o dos, o tres, o diez-.
Y que le parecen de “una estirpe aburrida”, quienes “se dan aires” de leer solamente libros de un alto nivel, ya que de los “libracos” se aprende mucho y en ocasiones pueden llegar a ser salvíficos.
Además, tiene razón cuando comenta que los libros demasiado grandes siempre quedan en lugares inalcanzables, donde permanecen a la espera de un salvoconducto que les permita ser usados.
Esos libros gigantes y pesados generalmente ofrecen contenidos valiosos -tenemos varios-, pero son un tanto inmanejables si no se cuenta con un atril o una mesa amplia donde puedan abrirse. Llegamos a conocer una sala donde, libros así, eran los únicos a la vista y estaban acomodados en una mesita como parte de la decoración.
En Cómo ordenar una biblioteca (Anagrama, 2021, 135 páginas), Calasso aconseja algo que los lectores hemos sabido por buenas y malas experiencias: que se deben comprar libros aunque no vayan a ser leídos enseguida, para tenerlos a la mano cuando se deseé, sin el riesgo de ya no encontrarlos después en las librerías.
También se refiere a los libros “molestos”, y los define como aquellos que incomodan a sus vecinos de estante. Además de que hay libros “peligrosos”: son los que nos regalan, “a veces con inquietantes dedicatorias” y (lo sabemos muy bien) que nadie lee.
Al respecto, dice Calasso que el genio argentino de las letras, Jorge Luis Borges, dejaba en paquetes, en algún café o librería, los libros que le regalaban, cuando nadie se daba cuenta. Esa es una gran lección, que el tecleador aprendió temprano y por ello no es partidario de las ediciones de autor, porque generalmente son para obsequiar y se quedan sin abrir, o para llevar siempre algunos ejemplares bajo el brazo para ofrecerlos entre amistades y conocidos, que en su mayoría no tienen interés en comprarlos.
Pero aun entre quienes sí leen, hay malos lectores, y según Calasso son aquellos que quieren conservar sus libros intactos, sin ninguna marca de uso, cuando a él le parece adecuado hacer en ellos anotaciones, pero con lápiz, jamás con bolígrafo.
Mucho del contenido de Cómo ordenar una biblioteca, trata sobre personajes y situaciones muy específicos de Italia, o cuando más de Europa, que para lectores de otras latitudes sólo tienen el valor de las consejas emanadas de esos temas. Así, por ejemplo, nos enteramos del fin de las revistas literarias en su ámbito, tales como Commerce, Litéerature y otras.
O comenta lo “desolador” que le parece ver por televisión entrevistas con políticos o sindicalistas italianos, en cuyos despachos se aprecian actas, informes, homenajes, guías, anuarios, quizá la poesía de algún pariente; nada que esté destinado a ser leído. O explica cómo, gracias a sus libros de colección, se podrían reconocer en Italia a quienes eran “de la izquierda ilustrada subordinada al sistema soviético”.
De un conocimiento más universal es el escritor, historiador y crítico escocés Thomas Carlyle, también citado por Calasso y quien fundó en 1841 la London Library porque ya no soportaba ir al British Museum, siempre lleno de gente y de ruido. Para él, y para cualquier buen lector hasta la fecha, los libros deben leerse en casa y en soledad, pero en su caso (y en el de la mayoría de quienes tenemos alguna cantidad de obras), ya no cabían en su departamento los que necesitaba.
En la actualidad, la London Library tiene socios en diversos países, a quienes presta libros que les envía hasta su domicilio.
Otro personaje conocido que menciona, es el famoso bibliotecario francés del siglo XVII Gabriel Naudé, quien escribió un libro sobre las categorías en que debería dividirse la biblioteca ideal, pero excluyó las novelas por considerarlas pura frivolidad.
En cuanto al tema central: cómo ordenar una biblioteca, Calasso asegura que nunca se encontrará una solución, porque la biblioteca es un organismo en permanente movimiento. Y también trata de lo más reciente: de los e-books que a su juicio seguirán existiendo como una modalidad de lectura que no causará daño irreparable alguno al libro de papel, y de Amazon, con cuyos enormes almacenes de libros y la rapidez de sus entregas, nunca podrá competir ninguna cadena de librerías.
Considera que se trata de un proceso global donde los escritores son considerados “como un sector de los productores de contenidos y muchos se congratulan por ello”.
Es mucho lo que se puede aprovechar del contenido cultural de esta pequeña obra cuya lectura nos llevó a hacer consultas adicionales para saber más, y de la que en estas líneas sólo dimos unos datos destacados por su interés general. Es decir, hicimos una “reseña”, género literario que Calasso considera “menor” (ni modo) y data su origen el 9 de marzo de 1665, cuando Madame de Sablé publicó en el Journal des Savants la primera acerca del libro Maximes, de La Rochefoucauld.